El día de ayer, al mismo tiempo que el presidente Donald Trump bajaba de su avión en territorio saudita y era recibido por el Rey Salman, se daba a conocer el triunfo de Hassán Rohani en los comicios presidenciales de Irán. El reformista Rohani fue quien sacó a su país del aislamiento internacional al negociar y firmar en 2015 el acuerdo con el G5+1 que consistió en la eliminación de su programa nuclear bélico a cambio del fin de las sanciones internacionales que pesaban sobre Irán. Su contrincante más fuerte en la aspiración a gobernar los próximos cuatro años fue Ebrahim Raisi, un conservador de línea dura cuya rigidez religiosa y rechazo a los contactos con Occidente sugerían notables similitudes con el perfil de Mahmud Ahmadinejad, antecesor de Rohani en el puesto. Pero a pesar de las dudas sobre quién prevalecería, el electorado iraní se volcó masivamente a las urnas con lo que el actual presidente consiguió 56 por ciento de los votos, y Raisi terminó con 39 por ciento. El mensaje es por tanto, que habrá continuidad en las actuales políticas del país persa, incluidos los compromisos con los acuerdos firmados con las potencias sobre el tema nuclear.
Mientras tanto, Donald Trump iniciaba su primera gira envuelto en escándalos dignos de una serie de espionaje televisiva. Su visita al reino saudita, que incluirá una comparecencia ante decenas de líderes del mundo árabe y musulmán, será clave debido a las fuertes tensiones que la retórica y las decisiones de Trump han significado para la relación de Estados Unidos con los fieles del islam en general. Los negocios, los intercambios comerciales, el petróleo, el abasto de armamento, el combate al terrorismo y los desafíos provenientes de Irán y el mundo musulmán chiita, estarán de seguro en la agenda. Incluso hay especulaciones acerca de la posibilidad de una sorpresa. Esta derivaría de una declaración que hace unos cuantos días hiciera el Consejo de Cooperación del Golfo que incluye a los países petroleros de la Península Arábiga. El anuncio consistió en que el citado Consejo ofrecía a Israel una normalización de relaciones en aspectos precisos tales como libre uso de su espacio aéreo, transacciones comerciales y participación en certámenes deportivos. A cambio, exige al gobierno israelí no construir más asentamientos fuera de los bloques ya existentes, y aligerar el bloqueo a la población palestina de Gaza mediante la posibilidad de ejercer intercambios comerciales capaces de aliviar las penurias de los habitantes de la Franja.
Si esta propuesta es seria y es llevada por Trump a Israel -el siguiente destino en su gira-, para presentarla al gobierno de Netanyahu como parte de su objetivo de ser él el mediador que consiga descongelar el conflicto israelí-palestino, es algo que está por verse. Si así fuera, ello sería un logro mayúsculo en la política internacional de Trump, lo cual significaría una válvula de escape para aliviar la gran presión que hoy existe sobre el presidente estadounidense por los escándalos en los que está envuelto. Sin embargo, la dificultad para llevar a buen puerto esa propuesta estriba en la naturaleza de la coalición que conforma al gobierno de Netanyahu. En la medida en que este sostiene su mandato en las alianzas con sectores políticos radicales en lo que se refiere al tema de asentamientos (muchos de los miembros del partido Likud y la bancada del partido Habait Hayehudí son decididos defensores de la expansión irrestricta de los asentamientos israelíes), puede preverse una férrea oposición a ceder en ese punto. La incógnita sería por tanto, qué tanta presión podría ejercer Trump al respecto y qué tanta resistencia ofrecería el equipo gobernante hoy en Israel para no renunciar a lo que se ha convertido en el eje principal de su gestión. En otras palabras, si esta oportunidad histórica sería o no aprovechada para conjurar la tragedia israelí-palestina que se vislumbra si el estancamiento actual sigue prevaleciendo.
Fuente: Excélsior, 21 de mayo, 2017.
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