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Cultura y fe

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

El siglo XIX fue un parteaguas en la relación que hubo durante la época tradicional entre el Estado y las distintas instituciones religiosas. A raíz de la Revolución Francesa, los estados nacionales occidentales, lucharon por la separación del poder civil del religioso, especialmente de la Iglesia católica y algunas iglesias cristianas. Efecto de este proceso de secularización, fue la desvinculación de los gobiernos civiles de los problemas que aquejaban internamente a la Iglesia, sus miembros y sus fieles, la tolerancia religiosa hacia las minorías, entre ellas, los judíos, la libertad de expresión y de crítica hacia las instituciones eclesiásticas y, la educación pública libre y laica para los ciudadanos, entre otras. 

Sin embargo, este fenómeno también trajo sus desventajas, puesto que las instituciones religiosas perdieron influencia sobre las sociedades que profesaban determinada religión, debilitándose las variadas fuentes de valores estéticos, éticos y morales que servían de guía a seguir para el comportamiento cotidiano de diversos seres humanos. Por otro lado, especialmente la Iglesia católica dejó de ser la principal fuente de inspiración artística para músicos, arquitectos, pintores, escultores e incluso literatos, que trasladaron sus energías creativas hacia las escenas ordinarias de la vida terrenal, aunque el arte sagrado no desapareció. Con esto, la cultura clásica, entendida como la “alta cultura”, fue afectada ya que perdió una brújula importante que iluminaba los espíritus y las almas para expresarse artísticamente.

De aquí surge la pregunta: ¿Hasta dónde es preciso poner el límite entre lo que debiera ser una educación e instrucción laica y la necesidad de inculcar valores éticos, morales y estéticos, donde las religiones juegan un papel crucial como formadoras de estos y son fuente de inspiración para la cultura humana?

No se puede negar que con el debilitamiento del soporte moral y espiritual de las religiones occidentales, los comportamientos humanos se han liberado en ciertos ámbitos, como: las abstinencias sexuales, científicas y críticas para adentrarse a temas quisquillosos de ética religiosa y humana, pero también se ha caído en un libertinaje que ha llevado a una sensación de extravío de lo que es permisible y de lo que preferiblemente no sería bueno experimentar en todas estas áreas. Asimismo, para que el hombre pueda manifestar su espiritualidad y desahogar sus disquisiciones del alma en cualquier expresión cultural, se requiere de un gran sentimiento de trascendencia, que generalmente las religiones pueden proveer o transmitir como sustrato, para expresarse en cualquier forma artística.

 De aquí surge la pregunta: ¿Cómo conciliar la libertad humana con el espíritu religioso a fin de que ambas no estén totalmente disociadas y generen grandes manifestaciones culturales que enriquezcan a la humanidad? Responder a esta cuestión es llegar al ideal de una sociedad democrática donde se pueda disfrutar de la libertad y legalidad, y simultáneamente, vivir impregnados de una vida espiritual y moral, que muchas veces está acompañada de cierta religiosidad de cualquier religión que se profese.

De acuerdo con la teoría liberal, para lograr este ideal entre democracia y religiosidad, se precisa que el Estado continúe siendo laico y secular, tolerante con los distintos credos, que la religión continúe funcionando dentro del ámbito privado de cada persona, familia y comunidad, tomando en cuenta que esta es un vector importante que conduce a la vida espiritual y a una conciencia ética, que sirven para fomentar la moralidad cívica y pública, necesarias para la convivencia humana y creación cultural de cualquier país. No obstante,  por la naturaleza dogmática e intransigente inherente en las religiones -que al interior se manejan como verdades únicas- se necesita poner límites a su discurso que tiende a imponer a los creyentes convicciones particulares que no tienen nada que ver con la fe que se detenta, con objeto de someterlos a comportamientos específicos, que pueden coartar su libertad y apertura para crear una cultura de trascendencia. Lograr este convenio entre los Estados y las diversas religiones podría orientar al diálogo entre la fe y cultura en beneficio del enriquecimiento espiritual de la humanidad.