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Diálogo entre Liberalismo y Socialismo

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

El domingo 11 de mayo de 2014, se publicaron en el periódico Reforma, en su sección editorial dos artículos, que por casualidad o más bien por causalidad, me sorprendieron. Uno del historiador Enrique Krauze con el título Liberalismo y Socialismo, y otro del literato Jorge Volpi, denominado Marx, superventas. La tesis del primero es que históricamente en el siglo XIX, hubo convergencias entre la  teoría liberal y la socialista, sobre todo en sus luchas por las libertades cívicas y sus confrontaciones contra las monarquías absolutas, pese a que manejaban propuestas económicas diametralmente divergentes. Estas coincidencias se terminaron con la victoria de la Revolución Bolchevique, que conformó un Estado totalitario haciendo caso omiso de las libertades del individuo, con lo que la tendencia del socialismo libertario quedó en el olvido. Para él, hoy día se requiere considerar los puntos de conciliación entre ambas corrientes, como lo habían propuesto desde los años noventa después de la caída del Muro de Berlín Isaiah Berlin y Octavio Paz.

Volpi reseñó el libro de Thomas Piketty titulado El capital en el siglo XXI, que se ha convertido en un best seller desde el 2013, cuya tesis es que el fantasma de la desigualdad social está irrumpiendo cada vez con más fuerza en el mundo, debido a la implementación desde 1980, de las políticas económicas neoliberales, las cuales no cumplieron con la predicción de que el crecimiento económico bastaría para beneficiar a las mayorías de la población, sino por el contrario, la aplicación de estas, solo han beneficiado al uno por ciento de la población mundial, mientras que las mayorías se han pauperizado, por lo que este economista ofreció una serie de políticas públicas de corte social a fin de reducir la desigualdad tan devastadora, lo que le valió la nominación por sus detractores del “nuevo Marx”, pese a que confesó no haber leído El Capital, de Karl Marx.

Durante los años setenta y ochenta del siglo pasado a mí me tocó ser formada dentro del marco de la corriente socialista “light”, la cual se usaba como prescripción médica, para resolver los problemas de México e incluso del planeta, con base en la necesidad de redistribuir la riqueza para lograr la justicia social. Claro está, nunca se llegó al punto de discutir de quién sería la riqueza que se debería redistribuir, la verdad era demasiado confrontativo para los sectores sociales que acudíamos a esa universidad. 

También fui testigo de la irrupción de la corriente neoliberal, sobre todo después de la entrada de Carlos Salinas de Gortari a la presidencia, con el proyecto modernizador para ingresar a México en las filas del primer mundo. Observé cómo en una universidad a la que concurrían las élites, tanto altas como medias repentinamente se viró de un discurso de corte social, influido por la intelectualidad argentina y chilena que había huido de las dictaduras de sus respectivos países, hacia un discurso de derecha que magnificaba los conceptos de competitividad, eficiencia y excelencia, llegando a argumentos inverosímiles con tal de adecuarse al cambio ideológico y desmantelar las ideas de corte social que nos habían introyectado.

No obstante, como historiadora siempre manejé la premisa de que las ideas no mueren tan fácilmente, más bien se replantean y se ensayan ante las circunstancias diversas que se le presentan a la humanidad. De hecho lo que estábamos viviendo en los noventa y el 2000, era un replanteamiento del liberalismo. Incluso llegué a pensar, que si no se aprendía de la experiencia histórica de finales del siglo XIX y principios del XX, donde el capitalismo, basado en la teoría económica liberal, había concentrado la riqueza en una minoría a expensas de las mayorías pauperizadas, nuevamente las corrientes socialistas saldrían a flote, con nuevos replanteamientos. 

El paso del tiempo me dio la razón, pese a que el país entraba a una etapa modernizadora, necesaria para competir con el mundo globalizado, pronto salieron las críticas que había que ser cauteloso con la implementación del neoliberalismo a rajatabla, sin una visión congruente con la realidad social mexicana. Este solo estaba beneficiando a unos pocos y las mayorías de la sociedad, incluyendo clases medias se estaban empobreciendo. Ejemplo de ello, fueron: el movimiento social chiapaneco a partir de 1994, seguido de otros conflictos sociales, como el Barzón, la inmigración masiva hacia los Estados Unidos e incluso movimientos clandestinos como, el narcotráfico y el crimen organizado, que invitan a quienes no logran acomodarse en empleos lícitos para vivir en condiciones dignas, a rebelarse e ingresar a sus filas, para enriquecerse rápidamente, utilizando también las prácticas de competencia y eficiencia que promueve el neoliberalismo.

No es la primera vez que he leído sobre la necesidad de diálogo entre liberalismo y socialismo. Durante los últimos años muchas voces lo han propugnado. Al menos en México, el neoliberalismo no logró redistribuir la riqueza como lo prometió, por el contrario las mayorías se han empobrecido. Sin embargo, es un hecho de que no es posible aislarse de la competencia y desarrollo global de la economía, por lo que es necesario implementar las reformas de Estado, energética, fiscal, de telecomunicaciones y educativa, que si bien están basadas en supuestos neoliberales que tanto prometen y quién sabe si lo cumplan, no por ello hay que dejar escapar la oportunidad de que las ganancias y utilidades que se generen con estos cambios, sí signifiquen un impulso a las fuerzas productivas del país para que se redistribuya la riqueza y una canalización de los recursos a políticas públicas que vayan beneficiando a los sectores populares para ir ahuyentando el fantasma de la desigualdad social y lograr la justicia social.