Mi Cuenta CDI

Efectos de la primacía de una cultura

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

Semanas atrás cité el libro: La civilización del espectáculo de Mario Vargas Llosa, donde este ofreció una reflexión sobre el eclipse de la “alta” cultura de las ideas literarias, artísticas y humanistas, producto de los esfuerzos racionales en oposición al surgimiento de la cultura de “masas”, de las imágenes y formas, que ha tamizado a las mayorías, continuando la primera aún, bajo el dominio de una elite intelectual. En esta ocasión me gustaría hablar de los efectos de este fenómeno actual. 

Al ser menospreciadas las ideas de fondo por las mayorías populares, cuyas sensaciones y gustos son orientados por las imágenes audiovisuales de la publicidad y mercadotecnia, la figura del intelectual como crítico de las esferas política y social, también se ha desacreditado, por lo que ya no es fácil ver la participación cívica, pública y comprometida de estos hombres de pensamiento, talento y creación de ideas en los debates políticos, religiosos e ideológicos, a fin de que sus propuestas tendientes al bien común, impacten en la sociedad y puedan ser practicadas, por los gobernantes. Según Vargas Llosa, en la civilización del espectáculo, el intelectual solo atrae al público, si sigue el juego de la moda y de las celebridades publicitarias.

Si bien, el cine como séptimo arte conjuga varias formas artísticas en sí mismo, y ha aportado cineastas capaces de realizar obras de una gran riqueza, fondo intelectual y originalidad, el hecho que esté orientado al amplio público deseoso de entretenimiento placentero y frívolo, ha provocado que este privilegie más las imágenes de acción, ingenio y humor, sobre las ideas profundas, por lo que en el mayor de los casos, se cae en la banalización de películas comerciales, más que en la creación del cine de arte. De aquí, que los guiones realizados se orienten para que el espectador no se esfuerce intelectualmente, no se preocupe, no se angustie y ni piense, sino que se deje llevar por una serie de imágenes y sonidos que capturen sus emociones y atención a un nivel primario y pasajero, que no trascienda a la sensibilidad y reflexión del intelecto.

En las artes plásticas, la falta de propuestas ha llegado a extremos alarmantes. De hecho, ya es difícil llegar a un consenso sobre qué obras contienen un valor estético y, por consiguiente, es difícil discernir con cierto criterio y objetividad, quién posee talento y quién carece de él, qué es bello y qué es feo, qué obra ofrece algo nuevo y durable, y cuál será solo pasajera, aunque haya tenido un éxito comercial. Asimismo, pasa con la literatura de los best-sellers, que se caracteriza más por su superficialidad, carácter efímero para ser consumida, y capaz de ser competitiva, con las imágenes promovidas por el cine y la televisión, e incluso el libro digital.

Ejemplo de lo dicho anteriormente, lo demuestra la película de arte La Gran Belleza, cuyo protagonista, un escritor que en su juventud escribió una gran novela, a lo largo de su vida posterior, ya no pudo inspirarse para seguir creando, puesto que tenía como objetivo escribir sobre la “gran belleza” de su entorno, pero desafortunadamente, no encontró alguna. Mientras tanto, su vida había transcurrido en la soledad y en la frivolidad de un ambiente de elite socioeconómica y pseudointelectual, que a falta de un sentido de trascendencia que alentara su espíritu, se evadía en la estridencia de las fiestas nocturnas, envueltas de alcohol, drogas e imágenes sexuales, que habían perdido incluso su capacidad de erotizar al público. 

El influjo de la “civilización del espectáculo” también permea el ámbito político y de las elites gobernantes, a las que la sociedad civil les delega su poder a fin de que estas consigan supuestamente su bienestar y seguridad para reproducirse en la vida. El político contemporáneo, no está exento de la levedad de ideas, de la falta de contenidos ideológicos, planes prácticos, carencia de sentido y compromiso moral hacia sus gobernados. Si un político quiere ser popular o atraerse a las “masas”, más que expresar un proyecto de nación y una logística de cómo lograrlo, de darse a conocer por sus valores, convicciones y principios, se ve precisado de atender a su imagen,  sus gestos y sus formas de relacionarse con el público, a través de eslóganes que difunde la publicidad. 

La propensión hacia una cultura donde las imágenes y formas prevalecen sobre las ideas de fondo, también tienen su efecto en el cuarto poder: el periodismo. Los parámetros principales para informar a la opinión pública ya no son el económico, político, cultural y social, que afectan el entorno cotidiano de la sociedad, sino el carácter novedoso, sorprendente, insólito, escandaloso y espectacular que puede tener una noticia, para que conquiste grandes públicos, independientemente del rigor y la mayor objetividad que se requiere para instruir a la gente. Asimismo, la aceleración con lo que se dan los sucesos, provoca que las noticias sean aniquiladas por el tiempo, ya que estas solo duran un lapso fugaz, antes de ser reemplazadas por otros hechos, lo que impide que la opinión pública pueda analizar y darse una idea seria de lo que está sucediendo a su alrededor.

Así las cosas, convendría preguntarnos: ¿De qué cultura desearíamos participar? Basados en la respuesta que demos ¿Qué futuro deseamos forjar para la humanidad?