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El libro sin nombre
El libro sin nombre
Categoría: Infantil B, CUENTO
Seudónimo: Kaya
—¡Despierta, despierta! —ha dicho la mamá— ¡Y corre a desayunar, que se te va el camión!
La niña corre a desayunar y a vestirse, se despide de sus papás y se sube al camión corriendo para irse a la escuela.
Ay no… otra vez me ha dejado aquí solito. Perdón, se me olvidó presentarme. Yo soy Fugaz y soy un perro, la mascota de Andrea, la niña que se acaba de ir corriendo al camión para irse a la escuela. Y esta es mi vida diaria.
Como todos los días, me quedo viendo la puerta hasta que Andrea regresa de la escuela. Andrea es mi dueña, pero más que nada, es mi mejor amiga, o por lo menos eso siento yo.
Andrea regresó de la escuela ese día muy triste. Se fue a su cuarto sin hablar con nadie ni voltearme a ver, y empezó a llorar. De inmediato me di cuenta de que algo no andaba bien, así que fui corriendo tras ella, me subí a su cama, me abrazó y me contó todo lo que le había pasado en la escuela. Dijo más o menos esto:
—Ay, Fugaz, es que tú no entiendes… Alicia otra vez me molestó, se burló y me puso en ridículo enfrente de todo el salón, y yo ya no sé qué hacer. Yo no entiendo muy bien esas cosas de niñas, pero como ella está triste, yo también.
Después de escucharla durante un largo rato en el que me contó todo lo demás que había hecho en la escuela, los dos nos quedamos completamente dormidos. Al día siguiente nos despertó el delicioso olor del desayuno. Bajamos corriendo y cuando llegamos a la cocina nos estaban esperando mamá y papá con una cara rara. Nos dieron una noticia increíble:
—Andrea, Fugaz, ¡van a tener un hermanito!
A Andrea le brillaron los ojos; estaba súper feliz. Brincó, me abrazó mucho y, aunque yo no entendía nada, me puse muy contento porque ella estaba contenta. Ya no estaba triste por lo de Alicia, y eso siempre eran buenas noticias.
Los nueve meses pasaron rapidísimo y Andrea y yo estábamos cada vez más emocionados por la llegada de nuestro hermanito.
Por fin llegó el gran día. Andrea se fue a la escuela y yo, como siempre, me quedé esperando mirando la puerta. Unos veinte minutos después, se fueron mamá y papá y otra vez me quedé viendo la puerta, moviendo la cola, hasta que regresó Andrea de la escuela. Sus papás no habían vuelto y yo no entendía nada. Algo estaba raro, hasta que Andrea me dijo:
—Fugaz, mamá y papá se fueron al hospital por nuestro hermanito. De ahí lo van a traer a la casa, hay que esperarlos.
Como teníamos hambre, comimos: yo croquetas y Andrea sopa de letras. Al terminar, nos pusimos a ver tantito la tele mientras esperábamos a mamá y papá. No sé cuánto tiempo pasó hasta que de repente se abrió la puerta y ahí estaban: mamá, papá, la abuela y un bultito al que todos llamaban “la bebé”. La abuela nos dijo que se iba a llamar Linda.
Al principio todo iba muy bien. La rutina era la de siempre: Andrea en la escuela y yo esperando, mirando la puerta hasta que ella regresaba. Pero poco a poco sentí que, conforme iba creciendo la bebé, Andrea estaba más con ella y menos conmigo.
Linda era mala onda conmigo: me jalaba las orejas y la colita y estar en la casa se sentía como ser un fantasma para Andrea. Pero eso no era posible, Andrea y yo éramos mejores amigos y eso nadie lo podía cambiar y menos “la bebé”.
¿O tal vez Andrea no me tomaba como su mejor amigo? Esa frase siguió creciendo en mi cabeza durante las siguientes semanas.
La semana pasada, Andrea invitó a sus dos mejores amigas a la casa, Ema y Elian. La verdad es que, aunque no son como Andrea, igual las amo. Siempre que vienen son súper buena onda conmigo, me rascan la panza y juegan conmigo. Así que mi fueguito interior se prendió, estaba lleno de ánimo. Por fin, después de tantas semanas de parecer invisible, ¡alguien se iba a acordar de mí!
Pero ese fuego se apagó en cuanto llegaron, porque de inmediato me di cuenta de que no vinieron a jugar conmigo ni a rascarme la panza ni nada de eso, solo querían jugar con la bebé. Nadie me estaba poniendo atención, me puse muy triste, y de repente pasó algo que nunca me había pasado: mis ojos se pusieron húmedos… ¡estaba llorando! Se sentía muy raro, a pesar de que había visto muchas veces a Andrea llorar, nunca lo había sentido.
Andrea, Ema y Elian se dieron cuenta enseguida de lo que estaba pasando conmigo. Corrieron a abrazarme y me dijeron que no pasaba nada, que siempre me iban a querer mucho, aunque también podían querer a la bebé.
Desde ese día cambiaron algunas cosas: me ponen más atención y yo estoy intentando querer a Linda como quiero a Andrea. No ha salido tan bien, pero creo que ahí va.
Pero que quede claro: no hay niña como Andrea.
Es si, lo que aprendí y se me va a quedar para toda la vida es que no puedes ser siempre el centro de atención, pero la persona que te quiere, siempre te va a querer.
