Mi reflejo

Título: Mi reflejo.
Género: Cuento.
Categoría: Secundaria.
Seudónimo: Luna.

         Había una vez una adolescente de 13 años, ya casi por cumplir 14, llamada Emma. Era una  adolescente con ojos marrones y cabello castaño. Ella era muy amigable y amable.

         Los lunes iba a una clase de baile donde hacía muchas presentaciones; los martes venía a su casa una maestra llamada Teresa y le daba clases de piano, se la pasaba fenomenal. Los miércoles era su día libre, donde podía invitar amigas, ir de shopping, patinar etc.; y los jueves iba a la casa de su tía Laura, donde podía convivir toda la familia y pasarla increíble .

         En su escuela tenía varias amigas y amigos. La pasaba “bien”, que era lo que siempre decía, pero nunca lo que sentía. Cuando ellas hablaban, se sentía diferente, pero nunca se lo decía a nadie, ni siquiera a sus papás, por vergüenza que a se burlen de ella. Y era igual todos los días. La única parte donde se sentía bien era con su familia, pero no del todo.

         Un día en la casa de su tía Laura – que tenía  3 pisos: el primer piso era el comedor y la cocina, en el segundo piso todos los cuartos, y el tercero era el ático donde guardaban todas las cosas que ya no servían-,  Emma subió por curiosidad.

         Cuando llegó al tercer piso, vio muchas cosas:  juguetes, ropa vieja, muebles, cajas,  instrumentos etc., pero algo le llamó mucho la atención: era un espejo muy grande con un borde de color dorado. Se acercó a él para verlo mejor y notó que estaba un poco sucio, así que fue a la cocina , agarró un trapo húmedo y se subió para limpiar el espejo.

         Cuando terminó, se miró en él como si fuera un espejo normal. Pero al hacerlo, no vio su cuerpo, sino su autoestima, que estaba en el nivel más bajo. Al principio pensó que era un sueño, pero poco a poco se dio cuenta que era real, y se le hizo muy extraño. Al pensarlo comprendió que el espejo tenía razón .

         Emma se quedó sentada frente al espejo largo rato. Sentía un nudo en la garganta. El reflejo no mostraba su rostro ni su ropa, solo una silueta apagada, casi sin brillo, con palabras flotando a su alrededor como si fueran pensamientos:

         “No soy suficiente”.

         “No encajo”.

         “¿Y si se burlan de mí?”

         Nunca había dicho eso en voz alta. Ni a su mamá, ni a su papá, ni a sus amigas; ni siquiera en su diario. Pero ese espejo lo sabía todo.

  • Hola- dijo Emma, como si pudiera hablar con el espejo. Se sentía peor que nunca hasta que escuchó una respuesta:
  • Hola, Emma. Yo sé que tienes muchas preguntas.

Emma dio un salto de miedo y le dijo:

 – ¿Quién eres ? ¿Cómo me conoces? ¿Qué quieres de mí ?  

 El espejo le contestó de inmediato:

 – Soy el espejo mágico de la autoestima. Conozco a todos, Emma. Quiero ayudarte a mejorar tu autoestima . 

 Emma le contestó con mucho miedo:

  • ¿Y cómo me puedes ayudar? No sé qué hacer. Me siento sola, con miedo, diferente a todos los demás.

El espejo le contestó:

 – Te puedo dar unos consejos.  ¿Recuerdas la vez que estabas sola en tu casa y fuiste al parque que está cerca? Te la pasaste increíble, y estabas sola. O la vez que te dejaron en una ludoteca, y empezaste a jugar como nunca, también sola. Emma, tú eres única, tal y como eres. Eres increíble. Tienes muchas personas que te quieren y no te has dado cuenta: tu familia, tus amigos, tus maestras y muchos más. No te preocupes, todos somos diferentes.

         Emma se sorprendió de lo que le había dicho y se quedó pensando. Cuando estaba a punto de contestarle, escuchó que su mamá la llamaba: ya se tenían que ir.

Emma bajó las escaleras todavía con el corazón latiendo fuerte. No sabía si lo que había pasado era real o solo su imaginación, pero algo dentro de ella había cambiado.

         Durante el camino a casa, no dijo mucho, pero en su mente no paraban de repetirse las palabras del espejo:

“Eres única, tal como eres.”

         Esa noche, mientras se preparaba para dormir, Emma abrió por primera vez su diario y escribió todo lo que había sentido ese día. Por primera vez fue honesta con lo que pasaba dentro de ella. No sabía si alguien más la entendería, pero se sintió bien con solo escribirlo. Fue como quitarse un peso del corazón.

         Los días siguientes no fueron mágicamente perfectos, pero Emma comenzó a hacer pequeños cambios.

         Se atrevió a decirle a su mamá, que a veces, se sentía triste sin razón. Su mamá la abrazó con ternura y le dijo que siempre estaría para ella. En la escuela, un día se animó a contar un chiste que pensó que haría reír a sus amigas… y sí, todas rieron con ella, no de ella.

         Emma aún tenía días difíciles, pero cada vez que se sentía insegura o con miedo, pensaba en el espejo del ático. Ese espejo que le mostró algo más valioso que su reflejo: su verdadero valor.

         Un día, volvió a visitar a su tía Laura y subió nuevamente al ático. El espejo seguía ahí, brillante como si alguien lo hubiera estado cuidando. Emma se paró frente a él, lo miró con una pequeña sonrisa y dijo:

– Gracias.

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