Con más de 42 mil ghettos y campos de
concentración dispersos por Europa, todo el mundo tenía que saber lo que estaba ocurriendo. No fueron tan solo los inmensos centros de exterminio, cuyos nombres –Auschwitz, Bergen-Belsen,Buchenwald, Dachau, Majdanek, Belzec, Ravensbruck, Sobibor, Treblinka– traen a la mente espantosas imágenes que ya nos son muy familiares. No fue solo el ghetto de Varsovia. No fueron solo los sitios famosos sobre los que ya todos hemos escuchado, que merecidamente continuarán existiendo en una eterna infamia.
Los investigadores en el Museo Memorial del Holocausto en los Estados Unidos, acaban de revelar información que sorprende incluso a los más informados eruditos, que están inmersos en las hasta ahora conocidas estadísticas de las atrocidades alemanas. Estas son algunas de las cosas que ahora han sido concluyentemente descubiertas: hubo más de 42,500 ghettos y campos nazis en toda Europa entre 1933 y 1945; más de 30 mil de trabajos forzados, 1,150 ghettos judíos, 980 campos de concentración, 1,000 campos de prisioneros de guerra, 500 burdeles llenos de esclavas sexuales y miles de otros reclusorios utilizados para eliminar a los ancianos y débiles, para realizar abortos forzados y para ‘germanizar’ prisioneros o transportar víctimas a los centros de matanza.
El mejor cálculo, utilizando la información disponible es que entre 15 y 20 millones de personas murieron o fueron encarceladas en sitios controlados por los alemanes a lo largo de toda Europa. Simplificando, en las palabras de Hartmut Berghoff, director del Instituto Histórico Alemán de Washington, “Los números son mucho más altos de lo que pensamos inicialmente; ya sabíamos lo horrible que era la vida en los campos y los ghettos, pero los números reales son inverosímiles”.
Y lo que hace que esta revelación sea tan importante, es que nos fuerza a reconocer una verdad crucial sobre el Holocausto, que mucha gente ha tratado de ignorar o minimizar; una que tiene una profunda importancia hoy en día: El abominable crimen del siglo XX, más que el triunfo del mal, fue el pecado de los ‘inocentes’ espectadores.
Durante años, nuestros esfuerzos para entender la Shoá se centraron en los perpetradores. Buscábamos explicaciones para la locura de Mengele, el obsesivo odio de Hitler, la impasible crueldad de Eichmann. Buscábamos respuestas para explicar cómo los criminales, los sádicos y los locos obtuvieron el tipo de poder que hizo que el asesinato en masa fuera posible. Eso fue porque no teníamos idea de la magnitud real del horror. Con más de 42 mil ghettos y campos de concentración distribuidos a lo ancho y largo de un continente supuestamente civilizado, ya no hay manera de evitar la conclusión obvia: Los cultos, los educados, los ilustres, los liberales, los refinados, los sofisticados, los urbanos, todos ellos compartieron la culpa de un mundo que perdió su brújula moral y aceptó voluntariamente la victoria del mal.
La frase “No sabíamos lo que estaba ocurriendo” merece ser claramente identificada como ‘la gran mentira’ de los años del poder nazi. La gente ‘decente’ pudo, de alguna manera, racionalizar su silencio.
Apenas el año pasado, Mary Fulbrook, una distinguida erudita en historia alemana, en su libro A small town near Auschwitz (Un pueblito cerca de Auschwitz), escribió: “Estas personas escaparon casi por completo de la red de ‘perpetradores, víctimas y espectadores’, sin embargo, fueron funcionalmente cruciales para la eventual posibilidad de implementar políticas de asesinato en masa”. Puede que no hayan pretendido o deseado contribuir con este resultado, pero sin sus actitudes, mentalidades y acciones, hubiese sido prácticamente imposible que un crimen de esta envergadura se llevara a cabo de la forma en que se hizo.