Después de una semana intensa de actividades, llegó el viernes por la mañana y en el itinerario decía: “actividad sorpresa”, por lo
que fuimos conducidos a un salón de clases donde se encontraban un grupo de personas cuatro hombres, tres mujeres, dos guitarras, un tambor y una armónica.
Tomamos asiento sin saber qué esperar, nos dieron la bienvenida y con la única instrucción de que nos dejáramos sentir, empezaron a tocar y cantar; una voz hermosa salía de la boca de Shir, una de las vocalistas, y empecé a darme cuenta que en realidad no cantaba sino que transmitía un sentimiento que penetraba a mi mente y corazón, creo que es ahí cuando aprendí la diferencia entre escuchar y sentir la música.
No sé cuánto tiempo duró la magia, una melodía tras otra intensificaba mis sentidos y podía darme cuenta que no solo me pasaba a mí, sino que todo el grupo estaba entregado al placer que la música producía.
Ellos tocaban, nosotros sentíamos, el ambiente se tornó mágico para terminar como un solo grupo formado por 21 cedeístas y un extraordinario grupo musical, todos con la emoción a flor de piel.
Fue un gran Shabat que se quedará guardado en mi corazón por mucho tiempo.