Lo que nos distingue de

otros pueblos, antiguos o modernos, es que no olvidamos. Esta memoria es importante para nosotros y las 220 generaciones que nos antecedieron. 

El Levantamiento del Ghetto de Varsovia en abril de 1943 fue un acto de heroísmo, resolución tomada por Mordejai Anielevich y un grupo selecto de jóvenes judíos de varios partidos políticos, presentes y activos en el Ghetto.

Número uno: no había armas, a pesar de que su entrega fue prometida por dos grupos de la resistencia polaca, la Armiya Krayova y los comunistas del PPK (Partiya Polska Komunist). Ninguno de ellos había entregado las armas prometidas para Erev Pésaj.

Anielevich sabía perfectamente que no había ninguna posibilidad de ganar la libertad, aunque fuera para una pequeña parte de los prisioneros del ghetto que consistía en un terreno con calles y edificios hasta de seis pisos de lo que era el barrio judío de la capital polaca, cercado por un muro de madera, guardado por soldados alemanes y guardias ucranianos en uniforme negro con bieses verdes. Hasta había tranvías del sistema municipal de transporte. Nadie podía subir ni bajar dentro del ghetto.

En el ghetto había judíos de todas las clases sociales: profesores de universidad, abogados, médicos, rabinos, actores. Los habitantes judíos de Varsovia, antes de la llegada de los alemanes; es decir, en 1939 eran más de 300 mil de una población total de un millón. En Polonia habitaban 3.5 millones de judíos, que se asentaron en estas tierras en el siglo XV, llamados e invitados por los nobles polacos, concretamente en las tierras de Cracovia por el rey Jagellón. 

Esta invitación fue confirmada por el Sejm, parlamento de Polonia, que ya existía en aquella época. Concretamente los judíos fueron contratados como cobradores de impuestos a los campesinos de estas regiones. 

Desde 1942, los alemanes llegaban diariamente al ghetto para dirigir el transporte de vagones para animales en grupos entre 500 y mil personas al campo de exterminio de Treblinka, que tenía las instalaciones más modernas para exterminar a estas personas. 

Estos traslados a la muerte eran supervisados por el Judenrat. Hoy sabemos que varios directores de esta aparente autoridad judía se suicidaron.

En el ghetto también había una policía judía que seguramente tenía frecuentes problemas ante las decisiones que tenían que tomar.

El Rabino Marcelo Rittner, en su “drasha” del Shabat Jol Hamoed Pésaj 5774, cita a David Ben Gurión que muchas veces explicó a diversos visitantes a Israel: “Somos un pueblo de memoria y nunca olvidamos”. 

Finalmente, llegaron las armas prometidas, justo antes de que empezara Pésaj en 1943. Los entregó el partido comunista polaco. La Armiya Krayova, ejército de resistencia polaca, durante la ocupación alemana, ni siquiera aceptaba a judíos en sus filas.

Mordejai Anielevich, su esposa y un grupo directivo, sabían perfectamente que no había posibilidad de salir de esa lucha con vida. Un grupo de 240 jóvenes fueron al “Kidush Hashem” porque estaban dispuestos a dar su vida para que nosotros, los judíos de hoy, pudiéramos estar orgullosos de ellos. 

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