37 minutos

Título del trabajo: 37 minutos
Categoría: Preparatoria
Seudónimo: Tana
10 de febrero de 1982 (según tú)

Treinta y siete, treinta y siete, tienes ese número grabado en tus pensamientos por algún motivo que no puedes recordar. Hay algo en el ambiente que no te termina de encajar, pero decides ignorarlo, tal vez solo haya sido un mal sueño. Te sientas en tu cama y tus manos se mueven en tu mesa de noche en busca de tus lentes; te los pones y notas algo raro, tú no tienes esa graduación. Tu gato salta de la cama y el reloj marca las 7:13. Te cuesta caminar por causa del mareo, como si acabaras de llegar de un largo viaje, o tal vez de una pesadilla sin fin. Sales de tu cuarto rumbo a la cocina, preguntándote por qué no puedes escuchar la música tan alta y habitual de tu hermana. Avanzas por el pasillo y vas viendo tus cuadros, el reloj marca las 7:17. El cuadro que está sobre la chimenea capta tu atención, te acercas un poco más y entiendes por qué; ese personaje junto a tu madre luce mucho mayor que tú y tu hermana está vestida de blanco junto a un hombre que no logras identificar. Una dulce y conocida voz interrumpe tus pensamientos.

-Hijo, ¡tu café está enfriando!

Reconoces la voz de tu madre y algo se mueve en tu interior en cuanto la ves; se ve distinta, es como si de la noche a la mañana hubiese envejecido 10 años. Es extraño. Te diriges rápidamente a la cocina y encuentras una taza humeante y deliciosa de café esperándote en la mesa.

-Mamá- dices- sabes que me gusta usar la taza que me regaló papá en mi cumpleaños, ¿por qué esta mañana decidiste usar otra? – te extraña porque eso es algo que tu madre sabe perfectamente. 

-Hijo, qué tonterías dices, ¡si esa se rompió hace años! Por eso tu padre te regalo una nueva. ¿Te sientes bien? – pregunta ella con tono de preocupación.

-Sí- contestas rápidamente, tratando de pasarlo por alto-. De verdad, lamento lo de ayer…-anoche tu madre y tú discutieron por tus bajas calificaciones en la escuela.

-Hijo, ¿pero de qué hablas? Si ayer ni siquiera estuviste en casa. – contesta mientras se le forma una pequeña arruga entre los ojos.

-Ah, ¿no?. 

-Claro que no, últimamente no has estado mucho en casa, me gustaría saber qué te traes entre manos.

El timbre suena y tu madre corre a abrir. Te sientas en la mesa y empiezas a beber tu café con un montón de dudas cruzando por tu cabeza. El reloj de la cocina marca las 7:24. Tu madre entra seguida de tu hermana, que lleva un bebé en brazos.

– ¡Hermano!, qué gusto verte por aquí, ¿a qué debemos el placer de que no te hayas ido al trabajo tan temprano?

¿Trabajo? ¿De qué está hablando? ¿Por qué todos actúan tan extraños? ¿Por qué se ven tan mayores?

-Oh…- contestas pensando que tal vez solo es una de esas bromas de mal gusto de tu hermana-. Decidí tomarme el día. ¿Quién es ese niño?

– ¿Qué clase de pregunta es ésa? Es tu sobrino. 

¿Desde cuándo tiene un hijo? Eso quiere decir que el hombre de la foto debe ser su esposo… Todo esto no tiene sentido, crees que es solo un mal sueño del que pronto despertarás, pero tu corazón late como si ya supiera la verdad. Sigues tomando tu café y sin darte cuenta llegas al último sorbo, observas el interior de la taza como de costumbre y… notas algo, esta vez imposible de ignorar; hay un mensaje escrito para ti: “Sálvanos, no lo arruines esta vez”

Un escalofrío te recorre la espalda y palideces. Corres al baño y te mojas la cara con agua fría, tal vez ya vaya siendo hora de despertar. Las rodillas amenazan con fallarte en cuanto ves tu reflejo. Tu mirada se clava en esa otra que está del otro lado del espejo. Te giras y ves un trozo de papel que sobresale del reloj de la pared, marca las 7:31. Lo tomas, lo desdoblas y lees: “Busca el diario”. ¿Qué diario? Tú nunca has escrito diarios. Volteas de nuevo al espejo y tu reflejo asiente, pone una mano contra el cristal y con un movimiento de labios logra articular “No vuelvas a fallar”. Algo en su mirada te dice que no debes cuestionarlo.

Te diriges a tu habitación de paredes blancas. Ayer eran azules. Buscas el diario entre el desorden, parece que eso es lo único que sigue igual. Lo encuentras debajo de tu colchón, donde siempre escondes lo que no quieres que nadie encuentre, y empiezas a hojearlo.

10 de febrero de 1992

Tengo un mal presentimiento y sé que, cuando esto pasa, algo malo está por ocurrir, espero que se vaya pronto esta sensación.

Pasas la página

28 de febrero de 1992

El mal presentimiento no se va, no se lo he contado a nadie, no quiero que se preocupen por mí, esto debe ser producto de mi imaginación, veo demasiadas películas.

17 de marzo de 1992

Estoy un poco desorientado, hoy casi me atropella un carro al cruzar la calle. Es extraño, nunca suele haber tráfico por ahí y menos a las 7:15 de la mañana.

3 de abril de 1992

Ese carro es muy raro. Siempre pasa a la misma hora que yo; en vez de bajar la velocidad en la curva, la aumenta, como si no le importara lo que pudiera pasar. Es de un color rojo intenso, como la mirada de su conductor.

20 de abril de 1992

Es el conductor. Lo sé, puedo sentirlo. Esa mirada me persigue y se lleva mi tranquilidad con él.

 

 

8 de diciembre de 1992

Paso mucho tiempo fuera de casa, mamá empieza a preocuparse por mí. Estoy trabajando para solucionar esto. Esa mirada que me persigue no anuncia nada bueno, es preocupante porque mis instintos nunca fallan.

26 de diciembre de 1992

Lo he conseguido. Hay que llegar a la raíz del problema y solucionarlo incluso antes de que empiece a ocurrir. Por más que lo intento solo consigo ganar 37 minutos. Debo encontrarlo antes de que él me encuentre a mí.

37 minutos… Casi puedes sentir tu cerebro ponerse en acción, cómo empieza a unir el rompecabezas y todo cobra sentido. Millones de pensamientos corren por tu cabeza, se detienen un instante en esa mirada profunda y sombría, y siguen avanzando a gran velocidad. Miras el reloj de tu mesilla, marca las 7:49, ahora las 7:50, demasiado tarde… No hay trato posible con el tiempo. Tu grito se desvanece al igual que tú. Logras escuchar un profundo eco en tu cabeza que grita; “¡Otra vez nooo!”. Sientes que caes al vacío y, de repente, despiertas de un salto con el corazón desbocado. Treinta y siete, treinta y siete, tienes ese número grabado en tus pensamientos por algún motivo que no puedes recordar. Te duele la cabeza. Te sientas en tu cama y tus manos buscan tus lentes, te los pones y notas que esa no es tu graduación. Tu gato salta de la cama y tu reloj marca las 7:13. Algo no encaja, no sabes por qué, pero, algo en tu interior grita que ya has vivido este momento más de una vez.