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El movimiento Revolucionario de Miguel Hidalgo y Costilla

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

En el último artículo sobre los deseos autonomistas antes de la Independencia dije que una de las conspiraciones que se estaba fraguando en Nueva España, en 1810, había sido en Querétaro. En esta participaban el regidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz de Domínguez con más letrados, militares, tales como: Ignacio Allende, Juan Aldama, que habían participado en otra conspiración de 1809 que se frustró. Su objetivo parece ser que era crear juntas en las principales ciudades del país; organizar una insurrección y destituir a las autoridades, detener a los españoles ricos y confiscar sus bienes. El cura Miguel Hidalgo y Costilla aceptó hasta el mes de septiembre de 1810 participar con ellos, ya que necesitaban un líder religioso que atrajera a la gente. Sin embargo, criticó que la conspiración no tenía los medios suficientes para tener éxito.

Por imprudencias e indiscreciones se interceptó la conspiración el 15 de septiembre e Hidalgo y Allende, representantes de los sectores altos y medios del criollismo en un momento amenazante para sus vidas, en lugar de entregarse o dejarse capturar, porque su pellejo estaba en juego, decidieron iniciar una lucha y acudieron al auxilio de la mayoría de las capas populares. El de la reacción inmediata para esta decisión fue Hidalgo y como dice Guadalupe Jiménez Codinach, “en aquel instante Miguel Hidalgo, un hombre ilustrado, racional y reformista se transformó en un revolucionario” y expresó: “caballeros, somos perdidos, aquí no hay más remedio que ir a coger gachupines”.

En la madrugada del día 16, Hidalgo puso en libertad y armó a los reos de Dolores con espadas, se apoderó de los diezmos de su iglesia y después llamó a la primera misa del día, conocida como la del “alba”. En esta arengó a un levantamiento en el cual según los testimonios de los vecinos de la villa, tenía por objeto quitar el mando a los europeos por afrancesados y sustituir el mal gobierno de la Ciudad de México por una junta gubernativa conformada por gente criolla, tal como se había hecho en España.

Hay que destacar que el movimiento seguía fiel a Fernando VII y lucharía por su defensa. Se le unieron como 600 campesinos con sus picos, machetes y azadas. Fue al inicio de la marcha de esta conmoción, que Hidalgo llegó a Atotonilco y descolgó una imagen de la Virgen de Guadalupe, que se convirtió en la primera bandera de la insurrección y expresó el siguiente lema: “Viva nuestra madre santísima de Guadalupe, viva Fernando VII y muera el mal gobierno”.

Con estos actos, sin un plan deliberado previo, se invitó a los grupos oprimidos y paupérrimos, formados por las castas, mestizos e indios a unirse a una insurrección armada, que finalmente duraría en tiempo y espacio once años, y culminaría con la independencia de Nueva España de España. La participación de las masas rebasó los intereses de los grupos altos y medios criollos. Por lo tanto, de una reforma política que se pretendía, el movimiento adquirió en un instante un cariz violento y popular, al grado que a Hidalgo y a Allende se les desbordó de las manos y ya no lo pudieron controlar.

La estampida de Hidalgo se caracterizó por el saqueo de maíz y trigo, robo de dinero y artículos que se encontraban en el camino. Mientras el movimiento avanzaba, también surgieron demandas profundas de corte social, que incidían en la estructura socioeconómica de la sociedad virreinal, tales como: la abolición de la esclavitud, la extinción del tributo indígena y del sistema de castas que eran impedimentos legales para desarrollarse en la sociedad colonial y subir en la escala socioeconómica y que se repartieran las tierras equitativamente. El hecho de que esta insurrección tuviera contacto con las masas populares, que no tenían nada que perder, provocó que la idea de 1808 de una simple reforma política que buscaba cierta autonomía de España, se transformara en 1810 en una revolución violenta y, que simultáneamente, surgieran las demandas sociales de estos grupos que eran víctimas del sistema virreinal, para mejorar sus condiciones de vida.

Todo esto provocó que los sectores criollos altos y algunos medios rechazaran al movimiento, no porque no estuvieran de acuerdo con la idea de autonomía, sino que estaban en contra de la violencia desatada por las huestes de Hidalgo y la falta de control de este sobre aquellos. Aparte de las demandas sociales como la repartición de tierras, la abolición de las castas y la esclavitud y el tributo, que cuestionaban los intereses de los sectores hegemónicos de la sociedad, la insurrección había destruido e inundado las minas y obstaculizado el comercio. Todo ello había cimbrado los cimientos del edificio social de la sociedad virreinal, que en un corto lapso había perdido la capacidad de seguir viviendo como lo hacía antes durante tres siglos.

Por ende, las élites criollas de las clases altas socioeconómicas se unieron a los intereses peninsulares y en lugar de apoyar a la revolución de Hidalgo, se opusieron y tomaron las armas para sofocarla. El alto clero, que antes podía ver con buenos ojos el cambio hacia una autonomía política y económica con respecto de la Corona española, también la combatió con sus recursos espirituales y materiales. Por ello, se excomulgó a Hidalgo, y posteriormente, a otros insurgentes.

No quiere decir que las élites criollas que en 1808 estaban de acuerdo con las ideas autonomistas con respecto a España hayan cambiado de ideas en lo relativo a una reforma política y económica. Lo que pasó es que se opusieron a la forma revolucionaria que tomó el movimiento de Hidalgo, por lo que lo rechazaron y esperaron otro momento, cuando fuera posible reavivarlas.

Después de noviembre de 1810, la suerte de los insurrectos cambiaría, porque el ejército realista formado por algunos españoles y criollos de las clases altas y medias ya se había organizado y les infligió una derrota fuerte en Puente de Calderón, Guadalajara. Después de seis meses, el 21 de marzo de 1811, se capturó a los iniciadores de esta sublevación en Acatita del Baján. Hidalgo fue fusilado el 30 de junio. Como castigo las cabezas de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez fueron expuestas en altas jaulas en las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, Guanajuato, donde se había asesinado a una gran cantidad de familias españolas. Sin embargo, la revolución no terminó con estas ejecuciones, ya que como dijo Jiménez Codinach, “la semilla de la independencia estaba sembrada y empezaba a germinar”.

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