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Claci y la varita
Cuento – Infantil A
Por: Corry
Había una vez un niño llamado Claci. Él era alto, delgado, curioso y un poco flojo. Todos los días viajaba en camión para ir a su escuela; lo esperaba en la parada 13. Un día, mientras atravesaba la calle, se encontró con un pedazo de madera. Este era muy diferente a la rama de un árbol; si hubiera creído que la magia existía, estaría seguro de que era una… ¡varita mágica! Rápidamente escondió el trozo de madera en su mochila y subió al camión.
Fue un día normal, tomó sus clases y regresó a casa. Todo el día olvidó lo que había encontrado en la parada del camión hasta que en su cuarto tomó la mochila, sacó su libreta para hacer su tarea y al meter la mano, sintió cómo algo se movía; se asomó y vio que salían unas chispas de colores. Aunque se espantó, sacó rápido ese trozo de madera para observarlo mejor y lo llevó con su mamá para que ambos descubrieran qué era eso tan raro.
—Amor mío, creo que eso que encontraste es una… ¡varita mágica! —dijo su mamá muy impresionada.
Claci no podía creer lo que estaba pasando, ¡había encontrado una varita mágica! ¡Qué emoción! Ese día no iría a dormir hasta que descubriera cómo funcionaba. Probó de muchas formas: la agitó, dijo “abracadabra”, la movió con mucha gracia, bailó al rededor de ella, pero… nada funcionó.
Cuando estuvo apunto de rendirse e irse a dormir, Claci deseó con todas su fuerzas aprender a usar la varita mágica mientras la agitaba jugando, fue ahí cuando la magia pasó: la varita comenzó a soltar destellos de luz por todo el cuarto. Descubrió que el secreto era sacudir la varita mientras deseaba algo con todas sus fuerzas. Probó una vez más para estar seguro, así que deseó con todas sus fuerzas que las luces de su cuarto se apagaran, sacudió la varita y ¡zas!, la varita funcionó nuevamente. Esa noche Claci no pudo dormir de la emoción.
Al día siguiente no podía con la ganas de probar su varita mágica en la escuela. No se la enseñó a nadie, hizo algo mejor: todas su tareas y pendientes, empezó a hacerlos con la varita. A partir de ese día, nadie era mejor que Claci. En todo sacaba diez y sus compañeros estaban sorprendidos, pues Claci casi nunca estudiaba o hacía las tareas. No podía tener una vida más perfecta, pues no se esmeraba en nada y aún así sacaba diez.
Pasaron unos meses y Claci seguía perfecto en sus calificaciones sin poner atención a las clases o hacer él mismo sus tareas, hasta que un día, mientras iba hacia la parada del camión, su varita cayó de la mochila, y un mago que hacía encantamientos mientras estaba el semáforo en rojo, la reclamó al verla cuando caía al piso.
—¡Con que tú robaste mi varita! —dijo el mago muy enojado.
—¡Claro que no! —dijo Claci muy nervioso—, yo me la encontré tirada.
—Pues es mía —dijo el mago y se la arrebató.
Desde ese día, nunca más volvió a ver al mago por esas calles.
Con el paso de los días las calificaciones de Claci comenzaron a bajar muchísimo y todos sus compañeros se burlaron de él, pues mientras había sacado puro diez, él se burlaba de que los demás no. A veces las maestras le preguntaban cosas muy fáciles y él decía respuestas que estaban mal, y los demás se reían. Algunas maestras tuvieron que hablar con su mamá para que supiera lo que estaba pasando.
—¿Y ahora qué pasó? —le preguntó su mamá a Claci.
—Es que me robaron la varita mágica.
—¿Cuál varita?
—La que te enseñé el otro día.
—Ah, ja, ja, ja —se río su mamá muy fuerte—. Yo sólo estaba bromeando, no pensabas que era una varita de verdad, ¿oh sí?
Desde ese momento, Claci no supo si lo que había pasado con su varita había sido verdad o sólo se imaginó las cosas. Lo que sí, es que tuvo que ponerse a estudiar muy duro para que sus compañeros no se rieran más de él y, sobre todo, para que no reprobara el año.
Fin.
