- CDI
- ÁREAS DE INTERÉS
- Academias
- Juventud
- Beyajad
- FIT 00
- Galería Pedro Gerson y Terraza Kikar
- Auditorio Marcos y Adina Katz
- Biblioteca Moisés y Basi Mischne
- Ludoteca
- Fiestas Infantiles
- Jardín Weizmann
- AL-HA ESH, El Entrerriano
- Salón para Bodas y Banquetes
- Anúnciate en el CDI
- Enfermería
- Banca Mifel
- Salón de Belleza y Peluquería
- Restaurante
- Zona de alimentos
- SEDES
- EVENTOS ESPECIALES
- INSCRIPCIONES
- BENEFICIOS
- PUBLICACIONES
- BIBLIOTECA
Lo más reciente
Suscribete para recibir Newsletter
Recibe las últimas noticias en tu correo
Cuando el gato negro maulló
Título: Cuando el gato negro maulló
Categoría: Preparatoria
Género: Cuento
Pseudónimo: Se te cayó tu termo
Desperté el viernes 13 de octubre cuando el gato negro maulló.
Molesto, abrí los ojos y lo vi sentado en la barra del jardín lamiéndose la pata. Resignado, me paré y entré al baño para darme una ducha.
El agua salió helada; me asomé por la ventana y vi que el tubo de agua tenía muchos hoyos como si alguien hubiera jugado con uñas o hubiera escalado el tubo y lo hubiera perforado.
El gato estaba en el techo y podría haber jurado que me miraba de forma burlona.
Me sequé y salí a correr. El gato me siguió.
Aumenté la velocidad, doblé la esquina y me volteé hacia atrás “ahora sí ya lo perdí”. Lo había logrado, el gato no se veía atrás de mí.
Me giré para seguir corriendo y allí estaba, sentado, lamiéndose la pata.
Se empezó a acercar y podría jurar que donde debía de estar su sombra, no había nada; pestañeé, no, sí tenía sombra, seguro lo vi desde un ángulo extraño.
Reanudé mis esfuerzos, pero fue en vano, cada vez que lo dejaba atrás, pestañeaba y él estaba delante de mí.
Iba ya tres cuartos de hora cuando encontré a la señora Figg.
—¡Buen día, señorita Figg! —dije.
—¡Buen día! —contestó.
Estaba a punto de seguir cuando se me ocurrió una idea.
—Señorita Figg, ¿podría por favor ahuyentar a ese gato negro que me sigue desde la mañana?
—¿Qué gato negro? —Yo no veo nada —exclamó.
¿No veía nada?
¿No veía al gato?
No, no podía ser. Yo lo veía. NUNCA había visto algo tan claro.
No sólo lo veía, lo observaba y lo que es más, lo olía. Un olor putrefacto y fétido.
Sentía su presencia, se sentía como una sombra de todos mis temores y peores días.
Llegué a casa, cerré la puerta y traspasé el umbral. Me volteé y el gato estaba allí. “¿Cerré la puerta, no?, Sí, sí, la cerré.” Se ha de haber metido antes de que se cerrara. “¿Eso fue, no?, No hay otra explicación.” Llegué a la cocina. Sin darme cuenta de qué hacía… agarré el encendedor.
El gato estaba en el armario. Me lancé hacia él.
No recuerdo qué pasó después. Sólo sé que de repente estaba siendo aplastado bajo un mueble. A mi alrededor había llamas. El encendedor estaba justo al alcance de mi mano.
Las llamas me alcanzaron.
Lo último que vi fue ese gato negro mirándome con el encendedor entre sus garras, las llamas lo alcanzaban pero no le hacían nada.
Su mirada parecía decir, bienvenido a tus pesadillas.
