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Dentro del túnel
Título: Dentro del túnel
Categoría: Secundaria
Seudónimo: Kat López
Día ¿2?
Estoy en un lugar extraño. No hay mucha luz; no puedo ver muy bien, pero veo siluetas de personas. Me duele la cabeza, después de un rato me ajusto a la luz, creo que estamos en un túnel. Conté 40 personas en el mismo lugar que yo. Al lado de mí, un niño de aproximadamente 10 años grita y llora, pero un señor con una pistola lo calla de un golpe y el niño se desmaya.
Otro soldado cerca de mí me dice que hay que hablar muy quedito porque si no, nos golpean. —“¿A dónde estamos?”— le preguntó. —“En los túneles del pueblo de al lado”— Seguramente alguien va a venir pronto por nosotros —“¿Cuánto tiempo llevamos aquí?”— “Llevamos 4 días, pero a ti te noquearon antes de llegar, entonces llevas un rato inconsciente. Por cierto, soy David.”
—Yo soy Alex —le contesto, lo más callado que puedo.
David me cuenta durante los momentos en donde los “guardias” se distraen que todos los poblados cercanos a la frontera fueron atacados. Me cuenta que cuando finalmente entramos al pueblo de al lado, los civiles estaban celebrando y empezaron a aventarnos piedras y a tratar de pegarnos. Nos llevaron a un hospital en donde nos vendaron los ojos y nos separaron.
Después de unas horas, un guardia con máscara entra al lugar donde nos tienen presos y empieza a platicar con el que nos vigilaba. Detrás de la puerta por donde entró, se escucha más gente discutiendo. Todos los que estamos prisioneros tratamos de ver qué harán con nosotros. Tal vez alguien pagó nuestro rescate. El guardia enmascarado nos hace señas de pararnos. David y yo nos levantamos. El niño, junto a nosotros, sigue desmayado y nos piden cargarlo. Algunos no se mueven de su lugar y el guardia los patea brutalmente. Otros ya no se pueden levantar y son abandonados en el túnel.
Un hombre se acerca a nosotros y empieza a “seleccionarnos” como si fuéramos ganado. En el grupo de cuarenta, quedamos cinco. Dos mujeres, un anciano, David y yo. A gritos, nos mueven a través del túnel como laberinto, que parece no tener fin, hasta llegar a un cuarto escondido detrás de una puerta de madera. En este cuarto solo hay un foco que cuelga del techo y algunas cobijas. Detrás de la otra puerta hay un baño en donde los guardias entran con nosotros si tenemos que ir. Nos sentaron a todos para comer un pedazo de pan.
Después de varias horas (o días) me di cuenta de que nos estaban clasificando por “valor”. Algunos de nosotros tenían “privilegios” que los demás no. Algunos comían más; a otros nos trataban peor. David y yo somos soldados. Creo que no valgo mucho para ellos. No sé si mi familia está viva. No sé si mis amigos lograron escapar. No sé si mi casa estará de pie cuando regrese. No sé si voy a regresar.
Día 1
Recuerdo que ese día cumplía cuatrocientos días en mi servicio militar. Solo unos pocos más y podría empezar mi carrera, viajar con mis amigos, visitar a mi familia, que vivía a 75 KM de distancia. Mis compañeros y yo estábamos esperando el toque para salir a desayunar y empezar la rutina diaria de un soldado.
Yo estaba todavía en la cama cuando empezó todo. Una explosión hizo que el cuartel se moviera. Sergio y José dijeron inmediatamente que alguien debió soltar una granada para hacernos una broma, pero en cuanto empecé a reír, continuaron más explosiones violentas y después disparos y gritos. Las alarmas empezaron a sonar en la base.
En ese momento, todos comprendimos. Estábamos bajo ataque y había que responder de prisa; sin embargo, todos nos paramos a unos pasos de la puerta. Alrededor de nosotros se habían incendiado varios cuarteles. Cuatro Jeeps del ejército ardían en llamas y muchos de nuestros compañeros de pelotón estaban tirados en el piso sobre un charco de sangre.
Cuatrocientos días y una vida no fueron suficientes para entender que esta situación podría pasar en cualquier momento. Éramos el único pelotón que quedaba entero y decidimos dividirnos para lograr más cosas. Varios salieron a atender a los heridos, arriesgando su vida bajo el fuego. Otros 4 salieron a buscar a sus superiores. A Jaime, Sergio, José y a mí nos dieron la orden de ir a la torre de control y avisar a las demás bases sobre el ataque.
En nuestro camino vimos varios automóviles y motocicletas que no eran de nuestra base. ¡Rompieron el cerco de la puerta! Había gente extraña sobre los techos de los coches. Algunos tenían uniforme y máscara; otros estaban vestidos de civiles, pero todos estaban armados y disparando. Rumbo a la torre de control, nos atrincheramos detrás de un tanque para intentar abrirnos paso.
Es inútil; cada vez más enemigos entran a la base y quedan muy pocos soldados combatiendo. Jaime y Sergio nos pidieron cubrirlos mientras corrían a la torre. Nos escondimos detrás de un tanque que había explotado.
Unos segundos después, Jaime ya subía las escaleras cuando Sergio, desde la puerta del edificio, se detuvo a darnos el signo de avance. De pronto, una bala le dio en el cuello, tirándolo hacia atrás. Por un segundo, José y yo entramos en shock, pero teníamos que movernos. Sergio ya no estaba.
Dentro de la torre de control, todo estaba destruido. Encontramos un radio que aún funcionaba y, después de unos minutos, escuchamos la voz de otro compañero en una base lejana. Estaban en la misma situación que nosotros. La orden fue “salgan a proteger a la población civil”. Los tres salimos a toda prisa de la torre y tomamos distintos caminos hacia los pueblos cercanos.
Al acercarme a un poblado, me escondí en un arbusto para evitar el movimiento de los que estaban atacando. De pronto, sentí el frío cañón de una pistola en mi cabeza. —“¡No voltees!” —gritó una voz. —“¡Levántate y deja tus armas ahora!” En ese momento supe quién me estaba atacando.
Entre cuatro hombres me amarraron las manos y comenzaron a moverme hacia una pick-up cercana. Había más personas allí. Algunos tan malheridos que no se les reconocía la cara. Otros ya sin vida. Hombres, mujeres y niños estaban prisioneros conmigo en cuestión de minutos. Se oían gritos y balazos por todas partes.
En ese momento me di cuenta de que yo debía protegerlos a todos, pero ¿cómo? ¿Dónde estaba el resto del ejército? La camioneta empezó a moverse y con un escalofrío entendí que nos estaban llevando a todos al sur. Traté de hablar con alguien. Seguro entre todos los que estábamos allí podríamos tomar el control del coche. Me volteé hacia el hombre que estaba sentado, cubierto de sangre, junto a mí: “¡Tenemos que hacer algo…!” Antes de que pudiera contestar, uno de los que me habían atado me golpeó con la culata de su rifle.
Día 333
Ya no me acuerdo de cuántos días llevamos aquí. El tiempo se pierde entre tanto túnel y caminatas. Según yo, llevamos alrededor de un año encerrados. A David se lo llevaron a otro lugar hace un tiempo; no sé si está vivo. De vez en cuando los “guardias” abren la puerta y podemos oír sus conversaciones. Hablan de una victoria absoluta. De cómo todo el mundo está festejando nuestra derrota.
No sé qué hago aquí si ya perdimos. Los guardias se burlan de mí. Me golpean. Mi uniforme, que llevo desde hace un año, se cae cuando me levanto. Tengo hambre y sed. El agua que tomo está sucia y cuando me enfermo no hay medicamentos. Extraño a mi familia y a mis amigos. Extraño mi pueblo. A veces escucho bombas a lo lejos. No sé si somos nosotros intentando rescatar a los suyos o si son ellos matándonos uno a uno. A veces sueño que en la radio dicen que nosotros ganamos la guerra. A veces sueño que alguien llega a salvarnos.
Son esos días que recuerdo qué diferentes somos, mis captores y yo. Me levanto pensando en la vida. Ellos solo hablan de la muerte. Pienso en los días soleados en la playa. Ellos hablan de lo bien que se siente humillarnos. Todos los días encuentro una razón para seguir adelante. Siempre en la vida. De los cinco que estábamos, solo quedo yo. El anciano que me acompañaba murió un día de una infección en una herida.
Un día mis guardias no llegaron. Me levanté con mucho esfuerzo para investigar. Me han movido ahora a un túnel muy bajito y hace tiempo que no camino. Se oyen ruidos afuera, balazos y gritos. Camino hacia el lugar en donde escucho movimiento. Ahora todo está oscuro. Alguien se acerca a mí. Tal vez son los guardias. Esperando un golpe más, me cubro la cabeza, pero el golpe no llega en su lugar. Un hombre me abraza y me pregunta si estoy bien.
Sé ahora que llevo trescientos treinta y tres días prisionero, que muchos murieron tratando de encontrarme. Aunque todavía hay muchos por rescatar, poco a poco, estamos ganando esta guerra que no empezamos. Afuera hay un helicóptero esperándome; mi familia me llama por el teléfono de otro soldado. Dentro del helicóptero hay comida y medicamentos. Yo solo pienso en los que siguen allá abajo, en mi amigo David.
Al llegar a casa, me llevan a un hospital para cuidar de mis heridas y desnutrición. Mis padres y mis hermanos están allí esperándome. Escucho la radio y oigo mi nombre en las noticias. David fue liberado hace unos meses y me visita en el hospital. Después de tres días de largas pláticas con psicólogos y doctores, al fin pude regresar a casa. José y Jaime me visitan en ocasiones. Ellos fueron heridos en combate y lograron salvarse de la muerte porque parecían muertos.
Todos los días escucho en las noticias historias sobre el combate y a veces de la gente que han rescatado. A veces me siento mal por sobrevivir, pues hay muchos que no pudieron, pero también recuerdo esos días en el túnel cuando la vida me llamó a seguir adelante. Una parte de mí se quedará para siempre enterrada dentro de esos túneles oscuros.
Sé que mi vida regresará a la “normalidad”. Me levantaré e iré con mis amigos a la playa o al trabajo. Visitaré a mis padres y seguiré mi camino por todos los que no han podido seguir con su vida. Los gritos de los guardias no serán el sonido que me despierte en las noches. Estoy vivo. Mi tierra está viva.
