El Paraguas de los Colores

Infantil A
Palombo


Había una vez una niña llamada Lucía que adoraba la lluvia. Mientras todos corrían a esconderse, ella se quedaba mirando las gotas caer por la ventana. Decía que cada gota tenía un secreto que contar y que si uno escuchaba con atención, podía oír sus historias.


Un día, su abuela le regaló un paraguas muy especial: tenía todos los colores del arcoíris y un mango en forma de nube.
—Este paraguas es mágico —le dijo su abuela sonriendo—. Solo funciona con quienes creen en la alegría.


Lucía no entendió del todo, pero al día siguiente, cuando empezó a llover, salió corriendo al jardín. Abrió el paraguas y, de pronto, el cielo se llenó de luces brillantes. Las gotas no eran solo agua: ¡eran pequeños destellos de colores que bailaban a su alrededor!


Los charcos comenzaron a reflejar arcoíris y los pájaros, en lugar de esconderse, se acercaron a cantar bajo aquel paraguas mágico. Los niños del vecindario, curiosos, salieron de sus casas con botas y risas. Lucía los invitó a compartir su paraguas y descubrieron que, cuando más se reían, más colores aparecían en el cielo.


Cada carcajada hacía que naciera una flor nueva en el jardín, y pronto, todo el lugar se llenó de aromas y alegría. Las mamás y papás miraban por las ventanas sorprendidos, y hasta el señor del pan sonrió al ver tanta felicidad.


Cuando la lluvia terminó, el paraguas brilló una vez más y se cerró suavemente. Lucía lo guardó con cuidado y corrió a abrazar a su abuela.
—Tenías razón —le dijo—, la magia está en compartir la alegría.

Desde ese día, cada vez que llovía, Lucía salía al jardín con su paraguas de colores. A veces lo prestaba a quien se sentía triste, y siempre, sin falta, después de un rato, el cielo se llenaba de arcoíris.


Y así, en su pequeño vecindario, todos aprendieron que la felicidad crece cuando se comparte, incluso en los días más grises.