El principio del fin

Título: El principio del fin
Categoría: Secundaria

Pseudónimo: Tigre

Llegué a casa en la madrugada y no había nada, todo había desaparecido. Eran las 4:15 am, todo estaba oscuro, menos una chispa roja. Entonces, se oyó un grito ahogado y la chispa se apagó. Salí corriendo y, gracias a Dios, encontré a un policía que me pidió que me tranquilizara. Le platiqué todo. El policía, muy sorprendido, no dudó y me dijo: “Súbete”. Pero antes me dio un número escrito en una hoja de su cuaderno; el número era 513833419. En ese momento no le di importancia, pero ese número me cambiaría la vida para siempre.

El policía me contestó que eso de las chispas había ocurrido antes, en el año 1833. No lo podía creer. Yo estaba seguro de lo que vi y lo que viví en mi casa; no me podía equivocar. Vi a un hombre cargando una bolsa y el policía aceleró.

Llegamos a la estación. Cuando entramos, Fernando se presentó; el jefe de la policía se llamaba José Malduquer IV. Mientras me presentaban, el nombre Freddy Malduquer IV apareció mencionado también; su hermano, muy confiable, pero con muchas sospechas. Entonces me fijé atrás y había una foto de un hombre con bigote y pelo negro con ojos cafés; también había un señor enmascarado, como árabe, sacando chispas rojas de los dedos y una foto de un blanco con un gorro de policía y en la cara un signo de interrogación.

Cuando acabaron de hablar, le pregunté al jefe de la policía quiénes eran. Me dijo que el primero era un tipo de 30 años llamado Hitler; el segundo era el “asesino de las chispas”, de edad desconocida; y el tercero era un traidor dentro de la policía, que nadie sabía quién era. Freddy se puso tenso y empezó a sudar. El jefe le preguntó si estaba bien; Freddy respondió que necesitaba ir al baño y se tardó. Le preguntó a su asistente algo y después le trajo unos archivos. Pregunté por qué estaban allí, y me explicó que Hitler tramaba una revolución para que el gobierno alemán derrotara a sus enemigos. El asesino de las chispas, como su nombre lo decía, era un asesino que cuando realizaba un asesinato sacaba chispas de sus dedos y acababa con su víctima con violencia: asesinaba con cuchillos múltiples o en la oscuridad. Al otro no hacía falta mencionarlo. Entonces, José dijo que no aguantaba el miedo. Mis sospechas despertaron con muchas dudas.

Hubo últimas preguntas y ninguna respuesta. Era tarde. Me sentía solo. Se oyó el teléfono y salió humo, pero eso no importaba: mi familia estaba secuestrada. Tal vez muerta; ¿qué valor tenía la vida sin ellos? Así que decidí arriesgarme.

El número era 513833419; me pareció conocido. Contesté. La voz sonó grave, cansada, como acabada; dijo: “Una manifestación”. Antes de que respondiera algo, el hombre me advirtió: “Si has descubierto mi nombre, no te enfrentarás. Si dejas que tú y tu familia sepan lo básico, no te queda otra”. Colgó. Me acusó. ¿Quién dijo que ese hombre tenía a mi familia? ¡Vivían! Entonces se apagó la luz y se vio una chispa roja.

Definitivamente se trataba de una invasión. Estaba muy asustado; de repente alguien me agarró de la ropa y me dijo: “¡Muere, cucaracha!”. Era Freddy Malduquer. Me quería matar y dijo: “Me caes bien, pero el dinero y los chismes más”. De repente, un soldado vestido de verde con un Maguén David azul empujó a Freddy, lo amenazó de muerte y le dijo: “¡Nazi, ya se acabó!”. Freddy gritó: “¡Maldito judío!”. Intenté ayudar, pero con tantos balazos, mi cuerpo no se podía controlar.

Sin previo aviso, el techo del edificio colapsó y entraron más hombres con traje negro. Uno traía una substancia, algo así. De repente, los gritos aumentaron; me agarraron y me sacaron de allí. Un helicóptero aterrizó y todos nos subimos. Cuando aterrizamos, me presentaron con el jefe: Meir Cohen, quien me contó que eran la resistencia judía contra antisemitas y nazis. Su mayor enemigo era Adolf Hitler y un traidor aliado con las fuerzas policiales.

Había una fiesta sorpresa. Entré y allí fue cuando vi las chispas rojas. Les conté todo y cada detalle. Me hicieron un resumen por puntos: chispas rojas, un señor con bolsa, Freddy. La incógnita: entre Freddy y José, la lista de fugitivos, el asesino de las chispas, el llamado misterioso. En la segunda aparición del asesino de las chispas, Freddy resultaba un traidor y el de la llamada tenía a mi familia. “¡Vivirán más!”, oró Meir.

No podía creer que un chico tan joven hubiera vivido tantas cosas. De repente, vi a un niño y le dije: “¿Qué significas tú?” “Jacob”, dijo. “Soy judío y mi apellido es Charnovski”. Me quedé pasmado y pregunté: “¿Por eso me estaban buscando?”. Me ofrecieron una alternativa. Exclamó Meir: “¡Tú serás un tzadik!”

Estaba muy confundido, era demasiado. Nunca pensé que podía ser judío; ¿cómo? Tenía que aprender plegarias y no tenía respuestas. Pero ahora mi familia estaba en peligro y me ofrecieron un empleo que la podría salvar: ser un “tzadik”, la causa secreta de la resistencia judía. ¿Lo aceptaría? Ya habían pasado tres días desde mi primer encuentro con el asesino de las chispas. Decidí aceptar el trabajo. En ese momento apareció el asesino de las chispas.

Me dijo: “Solo quiero algo. Tengo a casi toda tu familia. Te preguntarás por qué digo ‘casi’: tu mamá está muerta. La maté, clavándole dos cuchillos en el corazón. A tu hermano le quité las extremidades y cada parte la escondí en una pantalla de TV; en nuestro segundo encuentro lo confirmé. Puedo seguir así si aceptas tu trabajo”. En ese momento se quitó la máscara y… “¡Papá?! ¡No! ¡Yo no lo puedo creer!… ¿Por qué, papá?”

Entonces desperté sudado y con mucho calor. Inmediatamente prendí las luces, me paré, agarré mi arma y mi radio. El asesino de las chispas me dejó en un estado de confusión; ya no tenía que llamarlo asesino de las chispas, lo podía llamar José. ¿Soñaba o no? ¿Había asesinado a mi mamá y a mi hermano?

A la mañana siguiente acepté el trabajo. Durante tres meses estuve entrenando y aprendiendo. Cuando ya era todo un guerrero, llevé a cabo mi primera operación de élite. Encontramos un factor en las articulaciones de José el Malduquer; avanzamos. Fuimos a un cuarto: yo me senté en una silla y los demás quedaron escondidos. Sonó el mismo número de siempre: 513833419. Sin miedo contesté; la voz sonó grave, con rabia y agresión.

Ya estaba listo. Nada me detendría; ni el maldito de Hitler, ni chispas, ni Freddy, nadie. Me dirigí a la silla y pensé en José. De pronto apareció; subí el arma y apunté, todos saltaron y lo apresaron. Iba a dar la señal y de repente los soldados de traje negro comenzaron la balacera. Solo nos quedaban tres soldados y a ellos un ejército. De repente apareció el asesino, Hitler y mi familia —¡toda!—. Hitler agarró un cuchillo y una pistola y dijo: “Meir, tu familia, cada minuto que no decidas, muere. Entrégate”. Meir, ante la amenaza, apretó el disparador. Cayó y “murió”. Hitler continuó su verborrea; entonces cargué el arma y grité: “¡Am Israel Jai!”; la multitud respondió y dispararon. Cayeron chispas y guardianes; el único que sobrevivió fue Hitler, y después fue neutralizado. Recuperé a mi familia.