El reloj del tiempo

Título: El reloj del tiempo
Categoría: Infantil B
Seudónimo: Mika 2.0

Había una vez una niña que se llamaba Mía. Ella era hija única y vivía con su madre.
Los sábados, el abuelo iba a visitarlas y se quedaba a comer y a pasar el día. El abuelo se iba a las seis porque tenía que descansar.

Pero un sábado normal, la mamá estaba preparando la comida y Mía estaba ayudando a poner la mesa. De repente, sonó el timbre: “¡Din don!”. El abuelo había llegado.
Mía fue a abrir la puerta y abrazó al abuelo.

Entonces se sentaron a comer, y el abuelo dijo:
—Mía, te tengo una sorpresa.
—¿Qué es, qué es? —preguntó Mía.
—Te lo daré cuando acabes de comer —respondió él.
—Okey —dijo Mía.

El abuelo no era un abuelo normal como los de hoy, porque no le daba regalos como todos los abuelos. Solo le daba uno cada cinco años, porque vivían en un bosque muy lejos de la ciudad.

Cuando acabaron de comer, el abuelo se sentó en el sillón y Mía se acercó a él.
—Abuelo, ¿el regalo que ibas a darme?
—Oh, sí —dijo el abuelo—, pero antes tengo que decirte algo. Este regalo ha pasado por muchas generaciones, así que lo tienes que cuidar muy bien.
—Okey —dijo Mía.

El abuelo sacó de su saco viejo un reloj antiguo. La niña se decepcionó un poco, pero fingió que le gustaba.
De repente, se hicieron las seis y el abuelo se fue.

Mía subió a su habitación y, como no le vio utilidad al reloj, lo puso en una caja y lo metió bajo su cama. Luego se acostó para ver la tele, pero algo debajo de su cama comenzó a brillar.
Mía se asomó y vio que era el reloj. Rápidamente sacó la caja, lo tomó con sus manos… y comenzó a brillar más.

¡Fum!
Mía  se teletransporto a otro tiempo.

Asustada, cerró los ojos y se los talló. Cuando los abrió, estaba en un desierto.
—¿Pero qué? ¡Esto no es mi casa! —dijo.
—Pues no —respondió una voz detrás de ella.

Mía se dio la vuelta: era un vaquero un poco viejo. Le pareció tenerle cara familiar, pero no estaba segura de quién era.
—Hola, niña, ¿qué haces por aquí? —preguntó el vaquero—. Me llamo Richter, pero puedes llamarme Rich. ¿Y tú cómo te llamas?
—Mía —contestó ella.
—¿Por qué no vienes a mi casa? Es un poco peligroso aquí, porque a estas horas hay una embestida.
—Oh… okey —dijo Mía.

Caminaron hasta llegar. La casa de Rich era muy vieja y tenía telarañas.
—¿Por qué no te sientas? —dijo Rich.

Mía se sentó, pero no podía dejar de pensar cómo iba a regresar a casa.
Rich le sirvió té y le preguntó:
—¿Y cómo llegaste aquí tú?

Mía temía que, si decía la verdad, pensaría que estaba loca, así que solo dijo lo primero que se le ocurrió:
—Estoy de vacaciones.

—No es muy común que la gente quiera visitar este lugar, porque no hay mucho que hacer —dijo Rich.

Entonces a Mía se le ocurrió ir al baño e intentar volver a su casa. Fue al baño y trató de usar el reloj, pero no funcionaba. Asustada, respiró profundamente… y el reloj empezó a brillar.

¡Fum!

Esta vez fue mucho peor. Parecía que había viajado al futuro: había coches voladores y patinetas que también flotaban. Mía estaba muy sorprendida.

Entonces vio lo que menos esperaba: se vio a ella misma. Era Mía, pero de grande.
—Hola, ¿cómo te llamas? —preguntó Mía.
—Mía —contestó la otra—. Pero dime Mila.
—Okey, Mila.

Luego Mila se fue, y Mía vio bajo sus piernas un gato negro. Lo cargó y se lo quedó; le llamó Rocky.

Después, Mía vio una pantalla detrás de ella y no lo podía creer: era la presidenta hablando. Pero las pantallas no eran normales, eran en 3D; parecía que la presidenta iba a salirse de la pantalla.

Mía salió corriendo y encontró un restaurante que le resultó familiar.
—¡Claro! —dijo—. Es el restaurante al que voy los lunes con el abuelo.

Miró a su alrededor y, una vez dentro, vio un baño. Pero tenía hambre después de tanto viajar, así que agarró una galleta y se fue… aunque olvidó pagar.

De repente, oyó una sirena: “¡Wiu, wiu!”. Era la policía.
Mía intentó escapar, pero no pudo: estaba rodeada. Corrió hacia el restaurante, entró al baño y se subió a la taza del inodoro.

Escuchó a los policías decir que sabían dónde estaba la niña.
Entonces Mía frotó fuertemente el reloj.

¡Fum, pam!

Cayó en el piso de su cuarto. Por fin estaba en casa.
Sin embargo, un pequeño detalle seguía ahí: todavía tenía al gato Rocky. Y a su mamá no le convencían mucho los gatos.

Mía dejó al gato bajo su cama, junto con el reloj y un poco de comida.
Su mamá entró y la vio dormida en su cuarto, agotada por la asombrosa aventura que había tenido.

Ese día, Mía aprendió una gran lección: no concentrarse en el futuro ni en el pasado, sino en el presente.
Porque si vives en el pasado o en el futuro, nunca vas a ser feliz.

Mía aprendió a concentrarse en el presente… y una nueva aventura la esperaba al día siguiente.

FIN

Escrita por Mika 2.0