El silencio es la forma más cruel de seguir hablando

Título: El silencio es la forma más cruel de seguir hablando
Categoría: preparatoria
Seudónimo: La callada

Desde que era niño, Elías sabía que algo dentro de él no era suyo.
Una voz. No como las que uno se inventa para jugar cuando está solo, ésta era más vieja, más exacta, y sabía cosas que nadie le había contado. No lo dejaba en paz nunca.
Ni cuando comía, ni cuando dormía, ni cuando rezaba.

Yo estaba ahí.
Yo lo cuidaba.
Y lo arrastraba.

Él creció escuchándome mientras todo a su alrededor se desmoronaba. Su padre murió de fiebre y su hermano fue quemado después de que empezó a hablar en voz alta con alguien que nadie más podía oír.

Él no dormía.

Sólo escribía símbolos en las paredes.

Cuando la inquisición entró a su casa, dijo:

⎯No me lleven a mí. Llévensela a ella.

Nadie entendió nunca a quién se refería.

La madre de Elias lo dejó a cargo de una tía que apenas lo miraba.
Elias no lloraba. Sólo me escuchaba.

⎯Todo es culpa tuya⎯ me dijo una vez, a los ocho años ⎯Si no me hablaras, nada malo pasaría⎯ Yo no respondí.

¿Para qué?
A veces el silencio es la forma más cruel de seguir hablando.

 

A los dieciséis años, Elías ya no era un niño, pero tampoco era ninguna otra cosa. No tenía amigos, no hablaba con nadie, no soñaba. Sólo buscaba.

Y lo que buscaba tan desesperadamente era un modo de sacarme de él.

Se metió en libros prohibidos, en palabras que los españoles quemaban. Le preguntó a una bruja antes de verla colgar del cuello, y al final, entendió lo que tenía que hacer.
No podía matarme.
Tenía que darme.
Pasarme a otro.
Un sacrificio.

Pero no uno simbólico, uno real.

 

La noche estaba oscura y fría cuando fue al bosque. Era aquel bosque viejo, del que todos en el pueblo decían que tragaba gente y devolvía cosas peores.

Yo lo sentía temblar, no de miedo, de ansiedad, de hambre de silencio, y de urgencia porque yo desapareciera.

⎯¿De verdad vas a entregar a alguien sólo para callarme?⎯ le pregunté. ⎯¿Tan poco te queda?⎯.

Elías no me contestó. Pero apretaba los dientes tan fuerte que casi se rompía la mandíbula.

Tenía preparado el lugar. Un círculo de tierra removida. Sangre seca. Palabras escritas con carbón y una vela hecha con cera bendita robada de la iglesia.

⎯No se trata de si está bien o mal⎯ dijo en voz alta para convencerse. ⎯Se trata de sobrevivir. No me importa a quién tenga que arruinar⎯.

La escuchamos antes de verla: pasos pequeños, torpes.
Una niña. No tendría más de nueve años.
Venía buscando a su gato. Se había escapado. Ella lo seguía sin saber que estaba caminando directo hacia el final de algo.

⎯No lo hagas⎯ le dije a Elías ⎯Esto no es liberarte. Esto es convertirte en mí⎯.

Pero ya no me oía y ya no le importaba.

Se acercó a la niña y le sonrió. Fingió ser amable y le dijo:

⎯¿No tienes con quién jugar? ¿Te sientes sola? Yo tengo una voz que me acompaña siempre, y sé cómo compartirla contigo. No te va a doler⎯.

Ella dudó pero al final le creyó. Los niños creen cualquier cosa que suene a no estar solos.

Elías tomó sus manos y repitió las palabras. La tierra se tragó el silencio. Y yo, sentí cómo me arrancaban de él para siempre.
Cuando la niña abrió los ojos después del ritual, yo ya estaba en ella.

Elías al instante cayó de rodillas. Se reía y lloraba al mismo tiempo. Estaba solo por primera vez en su vida. Libre.

⎯¿Funcionó?⎯ susurró —¿Funcionó?⎯ Volvió a decir, ahora con más fuerza.

Yo lo miré a través de los ojos de la niña. Y no le dije nada.

Por dentro, ella gritaba, pero nadie podía escucharla ahora, solo yo.

Y entonces pasó algo extraño.

La niña… sonrió. No yo. Ella.

Una sonrisa torcida, demasiado calmada para alguien poseída.

Y me habló, no con miedo, con una voz firme.

⎯Gracias por entrar. Ahora te tengo y no voy a dejarte salir⎯.

Elías se levantó y dio un paso hacia ella.

⎯¿Estás bien?⎯ le preguntó.

Pero la niña no lo miró a él. Me miró a mí, dentro de ella.
Y me apretó, como si yo fuera la voz ahora atrapada.

⎯¿Qué… qué hiciste?⎯ le pregunté, por primera vez, sin poder fingir nada.

Ella respondió:

⎯Mi hermano también escuchaba voces. Y también vino aquí. La locura lo mató…Tú lo mataste. Ahora tú eres mío, para siempre.

 

Elías entendió todo:

Él no había ofrecido a la niña.
La niña lo había atraído.
El sacrificio no fue ella.
El sacrificio fue él.

Y yo… yo fui el pago.

 

Nadie volvió a ver nunca a Elías.

Pero la niña sigue apareciendo en los pueblos.
Hablando sola.
Sonriendo.

Y ahora soy yo quien grita en silencio, desde dentro.

yo no la poseí, ella me devoró.