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Entre espejos rotos
Título: Entre espejos rotos
Categoría: Preparatoria
Género: Cuento
Seudónimo: Espejo
Odio despertarme temprano, pensaba mientras apagaba mi alarma. Como todos los días, eran las 6 de la mañana. Todos los días sigo la misma rutina: voy al baño, me lavo la cara y voy por mi café de todas las mañanas. Era un día algo apagado, todo estaba nublado, no paraba de llover, se escuchaban unos truenos fuertes que venían después de cada rayo que parecía destruir la ciudad lentamente, pero en un abrir y cerrar de ojos. O por lo menos en mi cabeza se veía así.
Decidí salir de mi casa abrigado, pues se veía que el viento iba a estar bastante fuerte. Salí a la calle, volteé a ver a la gente, todas tenían una horrorosa pero bonita sonrisa en su cara. Todos vestían shorts y playeras ligeras. Bajé la mirada hacia mí y un fuerte golpe de calor me llegó por abajo. Me quité mi chamarra y cerré el paraguas.
Sonriendo, empecé a caminar por la calle, saludando y sonriendo a la gente. Era un hermoso día, soleado y despejado, con un bello cielo color azul y, a lo lejos, un bonito arcoíris.
Me subí al metro como siempre. La gente estaba sudada, todos amontonados. Alcancé un lugar junto a la ventana, dejé mis pensamientos fluir mientras veía las gotas caer. Asomado a la calle, solo se alcanzaba a ver basura tirada en cada esquina, la gente discutiendo y gritando, delincuentes amenazando y gente corriendo por doquier.
Por fin llegué a mi parada y, entusiasmada por mi día, me bajé con una sonrisa y me apresuré a llegar a tiempo. Ese camino me encanta, es muy colorido y lleno de pájaros y bonitos paisajes con grandes árboles verdes y hermosas flores que desprenden un espectacular aroma.
Al llegar noté algo raro: había papeles arrugados tirados en el suelo, carpetas abiertas por todo mi escritorio, comida abierta con un olor de que ya no estaba bien. Mi computadora estaba abierta, con miles de ventanas que no tenían nada que ver y todas las puertas con archivos confidenciales sin cerrar. Todo esto se me hizo demasiado extraño porque yo recordaba haber dejado todo limpio antes de salir, como siempre, ya que nunca he sido una persona desordenada.
Muchos pensamientos pasaron por mi cabeza; lo más lógico era que una persona había entrado a buscar algo que no encontró, ya que todo estaba completo. Eso era lo más raro de todo. Nadie me sabía decir qué pasó. Mi secretaria me dijo que había sido yo, ¡cómo se atrevió a burlarse de mí en la cara! Si yo no sabía lo que había pasado, ¿cómo sería posible que yo lo haya hecho?
Decidí ir a ver las cámaras, eso resolvería todo el problema. Me acerqué a la administración pidiendo permiso para verlas. Todos confundidos me voltearon a ver como si yo estuviera delirando. De todas maneras, me dieron permiso de verlas. Mientras las veía, mis ojos solo se abrían más. Miles de preguntas llenaron mi cabeza de confusión, me quedé helado, no sabía qué pensar, no sabía qué decir. Todos me fijaron con la mirada, no entiendo lo que pasa. Me asusté de mí mismo, eso era imposible, yo no lo recuerdo, yo no lo pude haber hecho. Pero ¿cómo? Las pruebas estaban ahí, claras y sin rodeos. Todos entendían con confusión lo que estaba pasando, menos yo.
Aunque tenía muchas preguntas y pocas respuestas, creo que al fin se aclararon muchas cosas que pasaban por mi cabeza, o que nunca había entendido. Todos se me acercaron, me querían abrazar, como si fuera una persona enferma o algo. Ese no era yo, esa no era mi personalidad, o mis personalidades. Eso creo.
Realmente ya no sé qué creer, no sé si lo que digo es verdad, es mentira o simplemente es otro yo hablando a través de mi boca.
Esa tarde, llegando a mi casa, decidí que renunciaría a todo lo que tengo. Necesitaba volverme a encontrar, a mí y a las otras personas que vivían en mí. La verdad no sé ni lo que digo, no sé por lo que estoy pasando, no entiendo ni mis propios pensamientos.
La frustración me ganó, empecé a gritar, a tirar todo. Creo que ese era el otro yo saliendo bajo mis propios ojos, pero por lo menos estaba un poco más consciente. Eso no quiere decir que lo podía controlar, pero por lo menos ya sentía, ya entendía, y esas confusiones se iban esfumando poco a poco.
Renuncié a mi trabajo, me despedí de mis amigos y decidí viajar para encontrarme y entenderme. Mi primer lugar sentí que tendría que ser algo pacífico, una playa sola. Necesitaba soledad, yo y mis propios pensamientos y personalidades. El lugar perfecto sería Sudáfrica, en el Cabo de Buena Esperanza. Ningún humano había pisado ahí en años, era perfecto.
Empecé con el viaje, tomé el avión. Todo se veía gris, con una sombra roja, y tenía un enojo y frustración dentro de mí que ni yo sabía cómo explicar. Igual sabía que más tarde se me pasaría, entonces solo decidí fluir con el viaje y mi mente.
Al llegar, el lugar era mágico: unas olas que parecían nunca detenerse, un sol resplandeciente, peces coloridos, pájaros volando en el hermoso cielo. Horribles algas tiradas, un olor espantoso como de mariscos, un sol que solo me quemaba y un mar que no se callaba, peces salpicándome y medusas cuya única finalidad era atacarme.
Me acosté en la arena, solo a pensar. Estaba yo y mi mente, o yo y mis diferentes personalidades.
Pasaron días, solo sobrevivía pescando, tomando agua de coco y durmiendo bajo una palmera, disfrutando de su tranquila sombra. Todos los días eran iguales, la diferencia era que cada día me despertaba con otra personalidad, otro yo. Cada día que pasaba sentía que esto nunca acabaría, que esto estaba empezando a dejar de tener sentido. Segundo tras segundo, minuto tras minuto, hora tras hora, día tras día y noche tras noche, nada cambiaba. Todo me regresaba a pensar cuál era mi punto en este mundo, mi punto de vivir. Por qué me tocó ser así, por qué yo me merecía eso. Comenzaba a sentir que estaría mejor del otro lado del horizonte.
Me desperté ese día con una personalidad que ni yo conocía después de tanto tiempo de solo convivir conmigo mismo, y un fuerte pensamiento se apoderó de mí, o más bien de él, de esa persona que yo no controlaba, de esa mente que sentía que no venía de mí.
Yo siempre fui una persona muy alegre, que todos recordaban como un buen amigo, que siempre te haría reír, que siempre estaría para ti, apoyándote, simplemente contigo. La gente me decía que iluminaba por donde pasaba, y yo me la creí hasta este día.
Ese pensamiento tornó todo a colores grises, a un mundo sin color, sin ruido, sin amor. Un mundo sin sentido. Un mundo donde la gente ya no recordaba quién era yo, un mundo en el que no me extrañarían, en donde nadie se enteraría si de repente desaparezco. Un mundo que estaría igual sin mí. Sin mi mente, sin mis eternos pensamientos, sin mis eternos conflictos internos. Sin yo y mi otro yo.
Me paré de la arena, por fin ese día se levantó la personalidad correcta, o mejor dicho, la personalidad más incorrecta. La que nadie había visto antes, la que no se había atravesado antes por mí.
Estaba asustado, frustrado, enojado, pero por fin estaba decidido.
Dejé todo como estaba, corrí al mar, solo nadé hasta llegar a un punto donde no me alcanzara a ver ni yo mismo, donde nadie me viera, aunque nadie estaba viendo. Hasta el punto donde todo se veía por fin más pacífico, por fin con más sentido. El estrés, el cambio, ya no podía más. Esa no era una personalidad, solo era la respuesta correcta, la pausa a mi mundo, el descanso de mí y de mi mente sin fin, sin sentido.
Seguí nadando hasta desaparecer, en el enorme cielo azul, en el profundo mar. Hasta por fin desaparecer de mi mente, de la mente de todos, de todas mis personalidades, de todo mi mundo. Hasta desaparecer de mi mundo, del único mundo que existe.
Por fin paz. Paz eterna, tranquilidad sin fin, solo silencio, sin pensamientos, sin vivir.
