Miércoles de preparación

Género: Cuento
Categoría: Abierta
Pseudónimo: Miquiztli

Hoy miércoles me toca estar de guardia. No hay mucho que hacer más que esperar a que me llamen. En el último mes me leí tres novelas, hice dos rompecabezas de mil piezas, pasé mi agenda en limpio, y eso que vengo una vez a la semana.

Me precipito al teléfono y contesto antes del tercer timbre. “Lucrecia, soy Tomás, te va a llegar un cuerpo de una mujer del norte del país, la envolvimos muy bien, te la encargo mucho porque parece que no tiene quien la llore. Calculo que te la entregan en una hora”. Y colgó.

Sigo una rutina para hacer la chamba. Hace años que me entrenó mi predecesora. Aunque sigo cada paso como me indicó, mi interpretación de cada acción es muy diferente a la suya.  Digamos que Maimónides hubiera preferido definitivamente que yo lo preparara.

Por ejemplo, ella decidió que la preparación de los cuerpos sea en miércoles y no en martes, ya que “en martes ni te cases ni te embarques ni de tu casa de apartes” y no vaya a ser que en el camino le pase algo y sea a ella a quien preparemos. Para mí, el miércoles me queda porque ese día no cuido de mi madre.

Entro al cuarto de preparación por la puerta opuesta a la que trajeron el cadáver, ya que según mi teacher, no tomamos el mismo camino que la muerte. Para mí, la puerta que se me indicó es la ideal, ya que está junto al baño y me gusta hacer pipí justo antes para que no me agarren las ganas a la mitad.

Llega el cuerpo y lo instalan en la placa de metal. Tomás se quedó corto con lo del “bien envuelta”. La cantidad de plástico que utilizan es una grosería, de plano parecen Amazon. Me toma una eternidad quitárselo, lo cual no es de preocuparse porque esta mujer es lo que tiene por delante, para bien o para mal. Mi predecesora me indicó que antes de desvestir al cuerpo tengo que agarrar los pies con las dos manos y cerrar los ojos, lo cual hace que nunca más recordaré la cara de la difunta. Yo lo hago obedientemente, incluyendo cerrar los ojos, pero para recordar cada paso que voy a tener que hacer.

La empiezo a desvestir, de abajo a arriba, empezando por zapatos, calcetines, etc. La razón que me dio fue que así no nos puede llevar con ella a la muerte. Cuando le pregunté que si era porque nosotras, gracias a los zapatos, correríamos más rápido que la difunta descalza, sus ojos se volvieron pistolas y decidí que calladita me veía más bonita.

Sus piernas unos palillos, los huesos de la cadera unas estalagmitas , vientre un pellejito, y cuando llego a su cara me paralizo… es mi mamá… bueno, una fotocopia. Cabello grisáceo arreglado en una cola de caballo, rasgos faciales ovalados y puntiagudos, misma edad. El color de su piel y los dedos delatan que había fumado mucho, como mamá.  No cerraron sus ojos en el momento de su muerte, estaban bien abiertos. Mismo color, verde… “Verde que te quiero verde. Verde viento. Verdes ramas… Verde que te quiero Verde. Bajo la luna gitana, las cosas la están mirando y ella no puede mirarlas” (de García Lorca, no vayan a pensar que en plena preparación me inspiré por los ojos de la occisa… o de mi madre).

¿Ahora qué tengo que hacer?, ya se me olvidó.  “Ya está lista para nuestro señor, ya que así es como la trajo al mundo”, resuena la voz de mi teacher en mi cabeza. Subo la mirada y veo en la pared el rezo inscrito que tengo que leer en voz alta. Siendo mi madre una atea militante, me la imagino vívidamente saltando desnuda de la placa de metal, regañándome con su voz ronca , de no solamente rezar, pero hacerlo frente y para ella; yremata con: “te dije que nunca, nunca, me harías ninguno de tus rituales de los miércoles”.   Empiezo a reír y después siento culpa. Logro poner mi atención en terminar la preparación de mi madre, digo, de la difunta.  

Al día siguiente, entro a casa de mamá, la veo y me siento en paz con su inminente muerte. Fue como decir “te he visto muerta, ahora puedo relajarme y disfrutar de que estás viva”.   Mamá lleva años muy enferma, y cada enero todos pensamos, empezando por ella, que será su último. Cada enero actualiza la carta que nos escribió a los hijos donde esencialmente dice tres cosas: 1) no sientan culpa, los quiero tal y como son; 2) cuando muera, no quiero ningún tipo de ritual religioso, semireligioso o new age; y 3)  háganme un memorial y pongan mi música preferida, desde Cri Cri, pasando por La Internacional, hasta Chopin.

Ya pasaron dos años del día de mi “ensayo” de preparar su cuerpo. Ahora sí la veo muy muy enferma, incluso me dice que sus muertos la han venido a visitar. Aprovecho ese momento insólito de espiritualidad para preguntarle tímidamente si quiere que le haga lo de los miércoles. Dicen que la gente que está a punto de morir tiene un segundo aire, y ella lo aprovechó para decirme con su voz ronca: “over my dead body” (me lo dijo en inglés porque era su idioma materno y lo utilizaba para cosas serias) y después murió.

Y yo, siguiendo su última instrucción de final de vida: “over my dead body”, le hice la preparción de los miércoles con todo y el rezo.