No eres mi mamá

Título: No eres mi mamá
Categoría: Secundaria
Seudónimo: Noche púrpura

Eran más o menos las 2:30 de la mañana. Yo estaba en mi cuarto, acostada, viendo videos en el celular con los audífonos puestos. Tenía la puerta cerrada y las luces apagadas, solo el brillo de la pantalla iluminaba el cuarto. De repente, escuché claramente a mi mamá llamándome por mi nombre. Fue con ese mismo tono que usa siempre cuando quiere que vaya rápido, medio regañón, me quité los audífonos y respondí:

— ¿Qué pasó, má?

Silencio. Me levanté, abrí la puerta de mi cuarto y miré al pasillo. Todo estaba oscuro. Llamé otra vez, pero nadie respondió. Caminé hasta la habitación de mi mamá y abrí con cuidado.  Ella estaba acostada, tapada hasta el cuello, profundamente dormida. Me quedé congelada un segundo, luego me convencí de que quizá lo había soñado. Cerré su puerta y regresé a mi cuarto.

Justo cuando estaba a punto de cerrarla, escuché otra vez mi nombre, más fuerte y más claro que antes. Esta vez venía del pasillo, detrás de mí. Me dio un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo. Cerré de golpe y me metí en la cama, tapándome hasta la cabeza. Intenté convencerme de que solo estaba cansada, pero entonces…, escuché algo peor: tres golpes suaves en la puerta de mi cuarto.

No respondí. No me moví. Sentí que si hacía el más mínimo ruido, lo que fuera que estaba del otro lado sabría que estaba despierta. Pasaron unos segundos larguísimos y los golpes no se repitieron. Después, solo escuché como si alguien pasara los dedos por la madera de la puerta, despacio. No dormí nada el resto de la noche.

En la mañana le pregunté a mi mamá si se había levantado, si quizá había caminado dormida o algo así. Ella me juró que no salió de su cuarto en toda la noche. Lo peor es que mi perro, que normalmente duerme conmigo, se pasó toda la madrugada mirando fijamente hacia la puerta, gruñendo bajo, sin querer acercarse. Yo dejo registro de este acontecimiento por si se vuelve a repetir y porque todavía no sé qué fue lo que me llamó por mi nombre. Solo sé que no era mi mamá.

***

La segunda noche intenté prepararme. Dejé la lámpara prendida, cerré con seguro la puerta de mi cuarto y puse a mi perro, Milo, junto a la cama. Me dije a mí misma que todo había sido una alucinación del cansancio. Me quedé dormida alrededor de la 1:00 a.m. y desperté de golpe a las 2:40 a.m., sin razón aparente. El cuarto estaba en silencio, excepto por la respiración pesada de Milo.

Y entonces lo escuché:

— Ven acá…

No era mi nombre esta vez. Fue solo un susurro. La voz sonaba exactamente como la de mi mamá, pero más baja, como si viniera de la pared junto a mi cama. Me paralicé. Milo empezó a gruñir, mirando fijamente la esquina oscura de la habitación. Intenté moverme, pero sentía los brazos pesados, como si me hubieran clavado al colchón. El susurro se repitió, más cerca:

— Ven acá… por favor…

Reuní todo el valor que pude y grité:

— ¡Mamá!

De inmediato escuché la puerta de su cuarto abrirse al otro extremo del pasillo. Ella salió medio dormida, preguntando qué pasaba. En ese momento el susurro se calló. Corrí hacia ella, la abracé y le dije que había escuchado algo en mi cuarto. Revisamos juntos, pero obviamente no había nada. Ella pensó que estaba teniendo pesadillas. Pero sé que no era un sueño. Sé lo que escuché.

***

Después de lo que pasó la segunda noche, ya no pude dormir bien. Pasé todo el día dándole vueltas, pensando en la voz que me llamaba desde dentro de mi cuarto, en cómo mi perro parecía verlo antes que yo. Esa noche decidí hacer algo que quizá no fue lo más inteligente, pero necesitaba respuestas. Coloqué mi celular en la mesa de noche, apuntando hacia la puerta, grabando en video. Me acosté fingiendo dormir, aunque en realidad estaba con los ojos bien abiertos. Las horas pasaron lentas. El reloj marcó las 2:33 a.m. cuando volvió a suceder.

Primero, el sonido, tres golpes suaves en la puerta.

Mi perro se levantó de inmediato, gruñendo, no ladró. Solo se quedó inmóvil, mirando la puerta, con un temblor en todo el cuerpo. Luego escuché la voz. Ya no era un susurro.

— Ábreme… soy yo.

Era la voz de mi mamá, idéntica, pero con un tono demasiado plano, sin emoción, como si lo estuviera leyendo. Yo me quedé helada. No respondí. Entonces, lentamente, la perilla empezó a moverse sola. Y antes de que pudiera reaccionar, la puerta se abrió. No vi a nadie allí. El pasillo estaba oscuro, vacío. Pero la cámara seguía grabando, y cuando revisé el video al amanecer… se me heló la sangre. En el momento exacto en que la puerta se abrió, la cámara captó algo, una silueta oscura, agachada, como si caminara en cuatro patas, que se asomó apenas unos segundos antes de desaparecer hacia la esquina del pasillo.

Lo peor no fue eso.

Al final del video, después de que la figura se fue, la cámara grabó algo más. Una voz, susurrando muy cerca del micrófono, como si estuviera dentro del cuarto:

—Ya casi…

Ahora entiendo, no está tratando de engañarme para que salga… Está esperando que yo lo deje entrar.

***

Después de ver el video, entendí que ya no era seguro quedarme en la casa. Pero tampoco podía dejar a mi mamá sola. Decidí que esa noche la pasaría despierto, vigilando, con el celular listo para grabar. Poco después de las 2:30 a.m., todo se repitió. Los golpes en la puerta. La voz imitando a mi mamá:

— Ábreme…, ya casi es hora.

Pero esta vez, no me quedé callado. Respondí en voz alta:

—No eres mi mamá.

El silencio que siguió fue absoluto, como si hasta los ruidos de la calle hubieran desaparecido. Mi perro se metió bajo la cama, gimiendo. De pronto, la puerta se abrió de golpe, sin siquiera tocar la perilla. Y allí estaba. No era una sombra como antes. Esta vez lo vi con claridad: una figura delgada, de brazos y piernas larguísimas, arrastrándose como un insecto. Su rostro… Dios, era el rostro de mi mamá, pero torcido, como si alguien hubiera intentado copiarlo y lo hubiera hecho mal. Sonreía demasiado ancho, sus dientes eran oscuros, sus ojos, completamente negros.

Se arrastró hacia mí, murmurando con esa voz.

— Déjame entrar… Déjame entrar de verdad.

Yo retrocedí hasta la esquina, con el celular apuntando. No sé de dónde saqué el valor, pero grité con todas mis fuerzas:

— ¡No eres bienvenida aquí!

Y justo en ese momento, mi mamá real entró a mi cuarto, encendiendo la luz. La cosa se desintegró frente a mis ojos, como si la luz la quemara, dejando tras de sí solo un olor horrible, como de metal y carne podrida. Mi mamá estaba aterrada, no entendía nada. Yo solo me abracé a ella, llorando, sin poder explicarle.

Revisé el video después. La cámara grabó todo, excepto la criatura. En la pantalla, solo se ve mi cuarto vacío, yo, gritando, y mi mamá entrando. Lo único que quedó registrado fue el audio antes de desintegrarse, la voz susurró por última vez, bajito, casi como haciendo una promesa.

— Esto no termina aquí.