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¿Hemos aprendido algo del Holocausto?

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Jacobo Dayán

Desde sus inicios, el siglo XX se perfiló como el inicio de una era de barbarie que no ha terminado aún. Simplemente se ha tecnificado, sofisticado, politizado, mediatizado, justificado de mil maneras e incluso nos hemos acostumbrado a ello.

El Holocausto es y fue un punto de quiebre de la civilización, un punto de inflexión en la historia de Occidente y un fuerte choque de la idea misma del ser humano.

Para el perpetrador el exterminio fue un fin en sí mismo, incluso por sobre la victoria militar. Para los aliados que emprendieron una guerra en contra de la Alemania expansionista, pero nunca en contra de la Alemania genocida, detener la masacre no fue prioritario. Desgraciadamente, estas dos posturas: la criminal y la que contempla sin actuar no son privativas del Holocausto.

Todos los genocidios tienen elementos comunes y, si bien, el Holocausto comparte esos elementos, también constituye un acontecimiento único, no por la identidad de las víctimas, sino por las características propias del crimen.

El Holocausto fue perpetrado en pleno siglo XX por un país cuna del pensamiento, la cultura y las artes. Para consumar el asesinato de millones de personas de más de veinte naciones distintas, la Alemania nazi puso al servicio del genocidio de manera incondicional todos los medios técnicos, la máquina burocrática y, en general, toda la capacidad del Estado. La intención genocida pretendía la erradicación universal de colectivos humanos que representaban una amenaza, para la ingeniería social proyectada por el nacionalsocialismo, la supervivencia de un solo judío representaba una amenaza a la “pureza racial”.

Esta unicidad no pretende, ya que sería inadmisible, generar una cuantificación o clasificación del sufrimiento de las víctimas de éste o cualquier otro crimen; sería inútil, perverso e injusto.

Los crímenes cometidos por el agonizante Imperio Otomano durante la Primera Guerra Mundial contra la población Armenia y los perpetrados por la Alemania nazi y sus colaboradores, generaron la urgencia de la creación de un nuevo término: Genocidio.

Fue en 1948 cuando se aprobó la Convención para la prevención y sanción del delito de Genocidio. Desde entonces, teóricamente, el compromiso de los Estados es el de prevenirlo, o en su defecto, investigar, procesar y castigar a los responsables de perpetrarlo.

Este documento define al genocidio como la matanza, la lesión grave a la integridad física o mental, el sometimiento a condiciones que lleven a la destrucción física, la aplicación de medidas destinadas a impedir nacimientos o el traslado por fuerza de niños de un grupo a otro; perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso, como tal.

El andamiaje legal estaba creado, pero faltaban las instituciones que hicieran realidad este buen deseo y sobre todo, la voluntad política de la comunidad internacional, particularmente las grandes potencias, de detener los genocidios antes de que ocurran o en sus primeras etapas, para que el ‘Nunca más’ fuera una realidad.

Muchos fueron los crímenes que ocurrieron y siguen ocurriendo desde entonces, ninguno de ellos pudo ser detenido y sólo unos cuantos han sido juzgados.

Las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial fueron un mudo testigo de los brutales crímenes cometidos en la ex Unión Soviética, China, África e incluso Latinoamérica, entre muchos otros.

En 1994, el mundo pensó que se había cometido el primer genocidio posterior al Holocausto. Odios implantados por los colonizadores belgas, de manera artificial, entre hutus y tutsis en Ruanda, desembocaron en los dantescos acontecimientos donde, en cerca de 90 días, fueron asesinados entre 800 mil y un millón de tutsis y decenas de miles de hutus moderados. La comunidad internacional fue un espectador pasivo de estas atrocidades.

En 1991, la ex Yugoslavia inició un doloroso proceso de desintegración que desencadenó un conflicto armado entre serbios, croatas, bosnios y kosovares. Por cerca de cuatro años se llevó a cabo en la región un proceso de limpieza étnica que nunca fue detenido a pesar de las múltiples condenas internacionales. Fue en julio de 1995, cuando ocurrió el genocidio, primero en Europa después del Holocausto. Alrededor de ocho mil bosnios musulmanes fueron asesinados en la región de Srebrenica. Fue hasta entonces cuando la comunidad internacional decidió intervenir de manera drástica y en unos cuantos días poner fin a años de violencia.

A mediados de los noventas y luego de más de 30 años de un conflicto armado en Guatemala, se firmó la paz y se abrió una Comisión de esclarecimiento histórico que concluyó afirmando que se cometieron actos de genocidio contra población indígena maya en ciertas regiones del país entre 1981 y 1983. La dictadura militar guatemalteca, como la mayor parte de las dictaduras del continente en esos años de guerra fría, contaba con el apoyo de los Estados Unidos. Más de cien mil indígenas mayas fueron asesinados y sólo diez años, después el mundo se enteró de la magnitud del crimen; un genocidio fue perpetrado y diez años ocultado.

Si el caso guatemalteco fue de una década de silencio, el genocidio perpetrado en Camboya vivió más de veinte años de silencio. El régimen de los Jemeres Rojos asesinó al 20% de su población, 1.7 millones de personas, entre 1975 y 1979. El silencio ahora fue provocado por la guerra fría y la guerra vecina en Vietnam. Los tribunales fueron creados hasta 2003.

Este repaso debe generar preguntas como: ¿Por qué nadie hizo nada? ¿Lo sabía la opinión pública? La respuesta hay que buscarla en el presente y no en el pasado. Desde 2003 se está perpetrando en Sudán, en la región de Darfur, el primer genocidio del Siglo XXI. Alrededor de 400 mil personas de las etnias fur, zaghawa y masalit han sido asesinadas por el gobierno sudanés y sus milicias paramilitares, con el objetivo de controlar recursos naturales en la región. Desde 2009, la Corte Penal Internacional, emitió una orden de arresto contra varios funcionarios del gobierno, incluyendo al presidente, pero no se ha avanzado debido al apoyo del gobierno chino al gobierno sudanés.

¿Son prevenibles los genocidios? ¿El ‘Nunca más’ será algún día una realidad? La respuesta tendrá que darse por dos vías. La primera es la creación de conciencias alrededor del planeta, que levanten la voz y presionen, parece lejos pero es necesaria la creación de ciudadanías enteradas, responsables y participativas. La segunda es la creación de instituciones y la voluntad internacional. Para ello, desde 2002 inició trabajos la Corte Penal Internacional que pretende terminar con la impunidad en los crímenes más serios, concernientes a la comunidad internacional como son el genocidio, los crímenes contra la humanidad y los crímenes de guerra. La Corte no podrá marcar la diferencia si no cuenta con el apoyo del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, quien además sería casi el único que podría prevenir los genocidios.

Parece desolador esperar a que se genere una masa crítica de ciudadanos comprometidos y por otro lado que los gobiernos, principalmente las potencias, se decidan a que el ‘Nunca más’ sea un patrimonio de la humanidad.

Por ahora sólo nos queda la herramienta de la memoria. Memoria, no para el pasado, sino para el presente para salvar a las posibles víctimas del mañana. Recordar reinterpretando y actualizando la experiencia en el presente. Memoria, como un mecanismo de resistencia y de justicia. 

Suplemento especial de la Shoá