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La advertencia del pasado

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Luis Ignacio Sáinz

Bela Gold se empeña en restaurar la memoria. Lo hace con trazos, esgrafiados, trasposiciones digitales y sutiles evocaciones matéricas a la Shoá (en hebreo: masacre). Si bien la punzante herida el Holocausto sigue abierta, y nuestra artista se afana en presentificarlo en su obra gráfica, no es el dolor en sí el tópico que marca y define su discurso icónico, sino la ausencia de vida, la esperanza cortada de raíz, todo aquello que pudo haber sido y no fue. En cierto sentido, se trataría de un homenaje al sujeto guarecido en el futuro anterior, porque la historia no le ha dejado otro resquicio, salvo el de la imaginación y el recuerdo.

Las posibilidades expresivas de este complejo lenguaje artístico encuentran sustento en una convicción fundamental: la de no olvidar lo ocurrido, la de evitar el exterminio y su pariente menor la intolerancia, en este tiempo de tribulaciones sin límite donde la violencia se ha entronizado en lógica cotidiana. Pero lo contemporáneo, la simultaneidad histórica que nos corresponde fatigar y asumir, tampoco surge como oportunidad beatífica y redentora. Tan sólo está allí como una mera opción entre un puñado de tentaciones. Los peligros acechan en toda dirección. Lo propiamente moderno es que el mal ha sido banalizado, nada nos conmueve en este nuevo milenio que ya presenta síntomas de deterioro –quizá- insuperable.

El racionalismo trágico de Adorno termina por ser una amonestación rigurosa sobre la responsabilidad colectiva y un aviso moral acerca del sobreviviente, pues el mundo y la convivencia que le es propia, aprendieron a recorrer los caminos por rutas diferentes, quizá menos dignas y heroicas, pero salvíficas. El espanto devino signo sistémico, rasgo característico de una civilización y una cultura, holística y totalitaria, indiferentes a las otredades y siempre dispuestas a continuar así fuera cumpliendo los versos del clásico: “no hay vida como la muerte para quien vive muriendo”.

En la vasta superficie de sus composiciones, con aspiraciones legítimas de arte público por lo descomunal de su formato, se filtra, al modo de tatuaje, una memorabilia que conmemora la existencia y personalidad de quienes fueran exterminados, vencidos y humillados. Se trata de una auténtica piel lacerada que evade el estridentismo de la sangre y el tormento, la persecución y la intolerancia, pues esa fenomenología del infierno se transmina en cédulas de control de equipaje, fichas de registro de los campos de concentración o documentos de identidad, entre otros dispositivos de verificación.

Con lucidez doliente se nos ofrece primero, una topografía del terror, para después fijar una modalidad vicaria del duelo en ausencia del cuerpo, una suerte de kadish2 visual, a partir de la recomposición objetual de los mecanismos del sistema clasificatorio y de control carcelario. La obra resultante, suma que vertebra múltiples testimonios, también funcionará simbólicamente como la ceremonia del Izkor: el homenaje a todos los muertos basado en la firme creencia de que los vivos, mediante actos de bondad, pueden redimirlos.

Cosmovisión artística que explota las nuevas tecnologías, elude la recreación mecánica de la historia, permite figuradamente cumplir el duelo y asumir sus etapas temporales: la Aninut, la Lamentación, la Shivá, los Sheloshim y el Luto. Es preciso estar consciente que para el judaísmo, tener compasión por medio del consuelo es considerado una mitzvá (mandamiento; en plural mitzvot) , que para muchos es una obligación bíblica. La persona tiene la obligación de emular a D-os, y confortar a los afligidos. La dimensión de la catástrofe nos impone una empatía frente al dolor, y así todos devenimos primero Onen, deudo, y después Avel, persona en luto, más allá de la prescripción que reserva esta calidad a quien pierde al padre o la madre, el hijo o la hija, el hermano o la hermana, el esposo o la esposa.

Semejante planteamiento, para ser eficaz en la denuncia, recurre además, al artilugio de la caligrafía, a ese sistema de formas y significados que resulta –tal vez- el único dejo reconociblemente humano. El resto se consume en la advertencia del pasado, de su ira incomprensible y de la devastación que la suele acompañar. Por eso nos lastima aún más Bela Gold, puesto que sus piezas de inequívoco aliento poético, de melancólica ingravidez y que semejan calas a mamposterías apenas enjalbegadas y semidestruidas, son testimonios de un agravio profundo y exasperante: la pretensión de aniquilar a una raza, depositaria simbólica de los estigmas, prejuicios y complejos de sus encarnizados perseguidores.

Reflexión visual que se aproxima al informalismo español en la densidad del tratamiento matérico, una especie de volumetría forzada a pesar del embate del tórculo, pero que si bien comparte de algún modo la preocupación por el sentido conceptual, la referencia a ciertos documentos y sus implicaciones, se dirige hacia un rumbo diferente: ese que registra el pasmo del suplicio y el azoro de lo siniestro. No se regodea en tales miasmas, los plasma como si representaran una bitácora de viaje. Serie gráfica que hace las veces de crónica de un desplazamiento hacia la muerte, el no-ser, la emasculación del porvenir. Expedición a las entrañas figuradas de las víctimas, cirugía virtual que aísla los referentes objetuales de su transitar por un orbe conspirador que eliminó sus huellas. Quienes fueran martirizados en honor a un Moloch insaciable, terminan irguiéndose por encima de sus propios cadáveres gracias al rescate que la artista hace de los caídos mediante la memoria y en contra del silencio cómplice.

Lejos de las intenciones de Bela Gold se encuentra el empeño por pensar y comprender la crueldad, la fija y focaliza con humildad exenta de rencor. En mi lectura su propósito radica en otro sitio: el de la educación sentimental que insufla vida a partir del recuerdo. Así las cosas, los grabados eluden ser engranes comprensivos, no narran una anécdota, tampoco explican un acontecimiento. Se esfuerzan, a contracorriente, en conquistar su calidad de “emociones inteligentes” para beneficio exclusivo de los desaparecidos. Son formas invocatorias de la ilusión.

Evidencias de la evocación que, como las pequeñas piedras depositadas en las tumbas, rinden tributo a esos que ya no están, pero que sin ellos no seríamos nada. Y semejante ejercicio libera la conciencia haciendo que los seres desvanecidos, privados de destino, continúen creciendo y expandiéndose en nosotros a la manera de un halo protector. Nada importa que hayan quedado reducidos a la condición de fragmentos de un pasado que se levanta de sus mismísimas ruinas por la voluntad constructiva de quien, desde una tradición mutilada, se resiste a entregarse a la comodidad de la negación, la seducción de la lejanía o la impunidad de la amnesia.

Extremar la negación del otro hasta su aniquilamiento, es decir, excluyendose la mera probabilidad de que la tolerancia prohíja y fundamente la convivencia y acaso cohabitación de las diversidades como política formal y posición filosófica asumida de un régimen criminal , es el trasfondo que la creadora somete a revisión desde la representación icónica que se empeña en dotar de identidad a los sacrificados. Desde allí su obra se pregunta acerca de la eticidad de la creación artística (en particular la poesía) después de Auschwitz, amparada en la paradoja ya planteada por Theodor Wiesengrund Adorno y también abordada por Paul Celan, quien al igual que Primo Levi, se procuró su propia muerte dado que creía obscena e ilegítima la calidad de “sobreviviente”.

Además de artista de primerísimo nivel, Bela Gold es una rara avis abocada a reflexionar sobre su propia práctica y, con especial lucidez, sobre sus orígenes. Esta condición de creadora ilustrada, en quien converge la preocupación intelectual y la ocupación estética, le ha permitido desmenuzar exhaustivamente esta brutal temática en un libro de su autoría de reciente aparición: Una visión artística posible. Análisis de un proceso interdisciplinario entre la vanguardia tecnológica digital, el humanismo y las artes visuales. 

En sus constelaciones gráficas Bela Gold logra restañar el tiempo, transformando la tragedia en memoria vigilante. Sin retórica anuncia que el riesgo del pogrom acecha todavía. Y no es poca cosa, habrá que subrayarlo. 

EL DUELO

Fragmento* Memoria: Holocausto y duelo

Parece que a veces no basta la memoria, o a lo mejor no se ha recordado lo suficiente. Las barbaries se han repetido. Los genocidios se han multiplicado, dice Manuel Reyes Mate, pero con otras formas. Un nuevo “imperativo categórico” (Reyes, Manuel 2003). No sólo es la relación de la filosofía lo que Adorno planteaba, no es un simple “imperativo categórico”, sino hay que reorientar el pensamiento y la acción de tal manera que ese pasado no se repita. No es un simple imperativo moral, es un imperativo metafísico. Se trata de una nueva interpretación de la realidad. (2003).

Se debe llevar luto. Se debe elaborar el duelo. Elaborar un duelo nunca resuelto definitivamente.

Por respeto a las víctimas atrapadas por el horror, aniquiladas por el mal. Ese horror que nunca podrá alcanzar una explicación ni justificación. El duelo es inseparable del respeto a la víctima. Paul Ricoeur, filósofo y antropólogo francés, en su libro Tiempo y relato, expone un enunciado paradigmático:

Las víctimas de Auschwitz son, por excelencia los delegados, ante nuestra memoria, de todas las víctimas de la historia. La victimación es ese revés de la historia que ningún disimulo de la razón logra legitimar y que, antes bien, manifiesta el escándalo de toda teodicea de la historia (Ricoeur, Paul, 1985: 272).

Auschwitz es el acontecimiento fundamental en el pensamiento europeo. No se puede decir que la filosofía y la historia le han dado la espalda a Auschwitz, pero a la luz de los acontecimientos, pareciera ser que no le hicieron mucho caso. La tragedia de la Segunda Guerra Mundial tiene que haber dejado marcas indelebles en el pensamiento europeo de la posguerra. Si se concede que Auschwitz representa la figura de una barbarie extrema, por un lado, resulta difícil explicar y comprender, aunque es factible hoy conocer mucho, todo o casi todo, por el otro, no podemos identificar las causas históricas de una manera lógica que hayan conducido a tal resultado.

Walter Bejamín, Franz Kafka, Franz Rosenzweig, pensadores y filósofos determinantes de una época, supieron leer a tiempo la historia. Fueron los “avisadores del fuego”, expresión a la que aludió el mismo Benjamín.

Ellos supieron leer y advertir del peligro que se cernía sobre la humanidad, revelando con capacidad, con los límites de la razón, los gérmenes letales de una civilización. Los “avisadores del fuego” habían avisado de la existencia de campos de concentración y llegaron los campos de exterminio.

Se había denunciado la insignificancia del individuo concreto por parte del progreso y lo que tuvo lugar fue un crimen contra la humanidad; el hitlerismo fue descrito como la irrupción de lo elemental, desbordando con su furia los diques de la civilización occidental, y lo que hemos visto ha sido la transfiguración casi natural del hombre civilizado en hombre criminal (Benjamín, Walter, 2003).

Coincide con esta idea Manuel Reyes Mate, en la entrevista “Recordar es reconocer la actualidad de la injusticia pasada”, concedida a Daniel Barreto, declara que la historiografía moderna y la memoria tienen en común el interés por el pasado, sin que necesariamente se interpreten ambos conceptos de la misma forma. La historia hace referencia a los hechos, mientras que la memoria se ocupa de lo que no pudo ser en esa historia, delibera acerca de la autoridad de los sucesos que no “llegaron a ser”. Cuando Benjamín se refiere a la “memoria”, habla de “historia”. Por su parte, Benjamín aún hablando de “la memoria”, se autorrefiere como historiador, porque –afirma- “una historia sin memoria es mera ideología de los vencedores” (Benjamín, 2005).

No puede ser posible tomar en cuenta los logros del progreso cuando estos se construyen a partir de los oprimidos. El problema de la memoria es su debilidad. Es imposible entender cómo se ha olvidado Auschwitz. O corre el peligro de olvidarse. Pueden haber muchas razones que expliquen la necesidad del olvido: “a la memoria se le adjudican poderes subversivos, –la política de la memoria- y entonces se la administra en función de los intereses políticos de la época”. (Benjamín, 2005).

¿Por qué tienen éxito las políticas de la memoria? ¿Qué tiene la memoria para afianzar el conocimiento y defender la verdad? ¿Qué mecanismos maneja el olvido? ¿Se puede proponer la creación de una cultura de la memoria? ¿Cuáles serían los cimientos esenciales para fundamentar una cultura de la memoria? El mismo historiógrafo en esa entrevista donde cita a Heidegger: no se olvida al ser por descuido. Es algo inevitable a nuestro modo de conocer. Lo que se quiere decir es que nuestra forma de conocer es olvido porque consideramos que hay algo en la realidad que es insignificante para el conocimiento. Olvido e insignificancia es lo mismo (Barreto, Daniel, 2005).

Entonces, ¿a qué mecanismos de la memoria se tiene que apelar? ¿Qué es la memoria? ¿Qué es entonces la memoria de Auschwitz? Es necesario recordar que cuando se habla de Auschwitz hablamos de las víctimas, de las personas, de la humanidad. Esa humanidad, esas víctimas que reclaman un reconocimiento. Reconocer las injusticias y las agresiones de la barbarie sobre las víctimas. Esa sería nuestra responsabilidad. El recuerdo hace lo posible por redimir el quebranto de la historia. Sin el recuerdo, los fracasos de la historia, es decir, “los fracasados y las víctimas” pasarían a formar parte de los “fósiles naturales”. Solamente el “recuerdo de los vivos” puede lograr que se reconozcan las injusticias cometidas: “Memoria es sinónimo de justicia y su antónimo Es olvido, no injusticia” (Barreto, Daniel, 2005).

Para Jacques Derrida, en su texto Memorias para Paul de Man, la reflexión sobre la memoria está íntimamente relacionada con el duelo. Cuando se invoca a los que se fueron, a los que ya no están, decimos siempre “en memoria de”, in memoriam, “a su memoria”. ¿Qué se desea significar con esas expresiones? En cada uno de los casos, se sabe que aquel ser querido se ha ido para siempre, que está para siempre ausente. No se considera nunca, o no se desea creer en la muerte, “en esa aterradora lucidez, a la luz de la flama incineradora donde aparece la nada, permanecemos en la incredulidad misma” (Derrida, Jaques, 1998).

Derrida cita insistentemente en este texto a Paul de Man, poeta de prodigiosa inteligencia del siglo XX. Derrida impacta en la insistencia con la que el poeta reflexiona acerca del luto y el duelo. “Una meditación en la que la memoria acongojada está grabada hondamente. El discurso y la escritura funeraria no siguen a la muerte; trabajan sobre la vida.” (Derrida, Jaques, 1998).

Sobreviene una emotiva y obsesiva discusión acerca del duelo verdadero; ¿el individuo se encuentra en el corazón de la memoria?, ¿es posible entender el duelo?, ¿qué significa elaborar el duelo, hacer el duelo?, ¿se es capaz de entender el duelo?, ¿se tiene el poder para hacerlo?, ¿existe el derecho de tal cosa?, ¿es correcto?, ¿se trata de fidelidad? Si esta experiencia de la memoria, de la conmemoración, del memorándum y de las memorias se topa con el duelo, ¿sería esto accidental? (Derrida, Jacques, 1998).

En la posible afirmación del duelo, esta experiencia se transforma en doliente, la cual es la esencia misma del duelo. 

*Ficha bibliográfica

Bela Gold, Una visión artística posible, editado por la Universidad Autónoma Metropolitana y Tribuna Israelita, México 2011.

CORO DE LOS SALVADOS 

Nosotros, los salvados,

En cuya osamenta hueca

la muerte ya talló sus flautas,

En cuyas venas la muerte

tocó ya con su arco,

Nuestros cuerpos todavía se quejan

de su música mutilada.

Nosotros, los salvados,

Todavía cuelgan las cuerdas enroscadas

para nuestros cuellos

Al aire azul…

Todavía los relojes se llenan

de nuestra sangre

Chorreante.

Nosotros, los salvados,

Todavía se alimentan de nosotros

los gusanos del miedo.

Nuestra estrella está enterrada en el polvo.

Nosotros los salvados

Os rogamos:

Mostradnos despacio vuestro sol,

Llevadnos, paso a paso, de estrella en estrella.

Dejadnos aprender de nuevo

suavemente la vida.

Si no la canción de un pájaro,

O el llenarse de un balde en la fuente,

Podría romper nuestro dolor mal sellado

Y hacernos desaparecer como espuma.

Os rogamos:

No nos mostréis todavía un perro

que pueda morder.

Podría ser, podría ser

Que nos desintegráramos en polvo,

Ante vuestros ojos, deshechos en polvo.

¿Qué es lo que mantiene

nuestros tejidos juntos?

Nosotros, que perduramos sin aliento,

Con almas que volaron hacia

Él desde la medianoche

Mucho antes de que se salvaran

nuestros cuerpos

En el arca del instante.

Nosotros, los salvados,

Nosotros apretamos vuestra mano,

Reconocemos vuestra mirada.

Pero juntos nos mantiene todavía el adiós.

El adiós en el polvo

Nos mantiene juntos con vosotros.

Nelly Sachs, nació en Berlín en 1891, Premio Nobel de Literatura, 1968.

Suplemento especial de la Shoá