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El Desvarío, Comunidad Sefaradí

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Sharyn Bistre

“Soledad, no sé si me estoy yendo o estoy volviendo”, con esta primera línea se empezó a desequilibrar la cordura del público del Habima, al presenciar la obra El Desvarío, capaz de trastornar hasta el más sensato, causando un ataque de carcajadas como efecto colateral.

Esta delirante comedia del renombrado autor chileno, Jorge Díaz, exponente indiscutible del teatro de lo absurdo, nos muestra la historia de un presunto matrimonio ordinario: Andrés y Soledad (Mauricio Bank y Jessica Walters), que parecen haber compartido una larga vida conyugal. Sin embargo, aparecen en el escenario completamente confundidos, intentando resolver las incógnitas más inverosímiles, como ‘¿Quién soy?’ ‘¿Quién eres tú?’ ‘¿Te estoy abandonando o estoy volviendo para reconciliarme?’. 

La confusión se agudiza más al introducirse a la escena otra excéntrica pareja: Lucas y Roberta (José Micha y Sara Nacach), que tampoco tienen idea de qué está haciendo ahí. No obstante, los personajes a menudo se adaptan a este entorno cambiante, tratando de reconstruir su memoria entre circunstancias inexplicables; dándole uso a la escenografía y al vestuario de forma muy familiar, transitando sin preámbulos, de la felicidad absoluta al llanto y, del enojo y el miedo, al éxtasis en una fiesta nocturna. En este relato carente de sentido, todas las asociaciones íntimas, historias y situaciones son posibles, aunque estas permanecen en un estado hipotético, ya que nada es comprobable, ni para los extraviados personajes, ni para su público; que navega en el desconcierto absoluto durante el transcurso de la obra. Sin embargo, este enredo sí nos transmite algo: las consecuencias de la disfuncionalidad en la comunicación interpersonal.

En lo que concierne a la puesta en escena, se pueden mencionar varios aciertos, como un distinguido trabajo actoral por parte de todo el elenco con una muy buena dinámica grupal, un buen manejo de dirección con respecto al ritmo y el trazo escénico, transiciones oportunas, escenografía y vestuarios de gran estética y originalidad y buena musicalización. Sin embargo, se podría mejorar el juego con las luces, ya que la iluminación estuvo un poco plana y, aunque se mantuvo un ritmo constante durante toda la presentación, hubo un momento más cercano al final en que, la falta de comprensión de la situación, hizo que se sintiera un poco tediosa, y la resolución trascendental del conflicto, que todos esperaban, no resultó tan sorprendente, causando cierto grado de decepción al final. A pesar de estos detalles, en general se hizo un trabajo destacable, llevando al Festival la incursión a un género teatral arriesgado, respecto al cual se puede presumir un montaje, dirección y actuación llenos de retos. Con el teatro lleno a toda su capacidad, entre rostros de desconcierto y carcajadas, el público fue llevado al Desvarío.

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Festival de Teatro Habima 2014