Mi Cuenta CDI

Pasión por el Arte

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Rosa Nissán

Una pasión fue floreciendo en mi interior: y nació con una necesidad de compartir lo que me apasionaba desde no sé cuándo, ni de dónde vendrá, quizá desde el día en que se abrió para mí ese camino del Arte. Tendría yo unos 38 años cuando aparecí en el Instituto de Cultura Superior, en Las Lomas, un espacio donde nos familiarizaron con la pintura, escultura, cine. A partir de ese encuentro con el Arte, no hubo marcha atrás, el mundo completo se me fue revelando. Estaba tan sorprendida con lo que aparecía frente a mí, que lo compartí con mi hermana menor, y ella a su vez, con sus amigas de infancia.

De un de repente se abrió un mundo de libros, de un cine nuevo para mí, de un teatro que mostraba la verdadera condición humana, obras que no eran solo para provocar risa fácil, sino para pensar, para hacernos ver lo que no veíamos, o no queríamos ver… Arte. Conocer más de nosotros a través de cualquier expresión artística. Volví a sentir esa necesidad enorme de compartir, cada día algo nuevo llegaba a mí. ¡Vean una película, esta obra de teatro! – les suplicaba a mis hermanos. Nada. Mudos, imperturbables. Mi hermano llegó a decir, en ese tono burlón que antes me hacía reír: Si ella lo recomienda, ja ja, no hay que ir. ¡No me pareció nada simpático! Yo le ofrecía algo tan valioso. Cómo va a ser importante algo que viene de una mujer.

Mis hijos: mi público cautivo, recibía ese bagaje maravilloso. Qué orgullosa me sentía. Con música clásica y literatura creció mi segunda camada: los hijos pequeños, a quien una madre nueva, estaba formando.

Ellos crecían, y también las desa- venencias entre sus progenitores; su papá se encargó de desprestigiar lo que yo ofrecía. En la casa veían la televisión todo el tiempo, fueron absorbidos por el fútbol en todas sus manifestaciones y geografías.

Ya no tuve con quién compartir esos libros que leía, ese teatro que rompía con todas las certezas, que me hizo recordar mis sueños abortados.

No tenía con quién compartir. Cerca de mí solo tenía gente para compartir los programas de televisión. Las telenovelas. Sí, tenía con quién jugar Canasta. Eso sí.
Y reflexiono ahora en mi séptima década. ¿Por qué no podía yo propiciar una conversación a partir de un libro que me hizo ver algo verdadero, con los otros? ¿El mundo era más cerrado, las cosas, las personas con más barreras, hasta la ropa ocultaba más el cuerpo y la vida interior? ¿Era solo mi familia o todo mi alrededor? O no sé qué diablos me pasaba, tenía miedo. Desconfianza. Sembraron en mí la desconfianza. Que aísla. Solo sé que no sabía relacionarme de manera natural, sin ocultarme; fantaseaba con la utopía de ser invisible, y meterme en todos lados sin ser vista, entonces sabría qué sentían otros, a qué le temían, qué los enojaba, cuáles eran sus costumbres al levantarse, en fin, cómo eran en la vida cotidiana, si ponían el radio o la tele, o no sé qué. En nuestros encuentros en escaleras, pasillos, no fuimos durante años, más allá de un hola y adiós. Mínimas cortesías fugaces, que nos protegían de cualquier tipo de acercamientos, que nos ponían tan nerviosos.

Muchos años tuvieron que pasar, la vida ya había dado muchos revolcones, ya había incursionado en el taller literario de Elena Poniatowska, ya hasta había impartido un taller yo misma; cuando un año después, elegí darlo con un tema: Autobiografía novelada. Empecé a leer la vida de muchos escritores, músicos, feministas. Empecé a perderle el miedo a entrar a la vida interior de mis iguales, y a indagar dentro de mí. Ya no me temo. Soy un ser humano con luces y sombras. Normal como el poeta portugués Fernando Pessoa, que me regaló algo muy valioso: la certeza de que soy normal. Él convive con muchos yoes como yo ¡Soy normal! ¡Uf! Qué alivio. Conocer gente con diferentes puntos de vista. Esa búsqueda, ese camino tan espectacular como la terraza del Museo de San Carlos en la Ciudad de México, como Petra, Jordania, como Venecia, como las Pirámides de Teotihuacán, como el espectáculo… de un atardecer frente a las olas en Pie de la Cuesta, en Acapulco; esa búsqueda afortunadamente sigue viva en mí.

En mis talleres, fui encontrando a tanta gente que buscaba lo que yo necesitaba. Con ellos me encontré. Me nutro y se nutren. Disfruto los encuentros con el otro. Esos otros que necesitan lo mismo: contacto más profundo.

Hasta que entendí que no podía encontrar todo en la familia. La familia es la familia. Amor único. Niñez compartida. Sí. Pero cada quién toma su camino para encontrarse a sí mismo, a sí misma. El otro punto de vista, gran descubrimiento, parteaguas en mi camino, lo no igual a mí, lo encontré en otro lado. Y cuánto me enriqueció. Me completó. Como si dentro de mí hubiera un hueco, que solo lo llenara lo no yo. Lo no igual viene rodando rodando y ¡plaff, plaff!, entra en ese su lugar. A la medida. Embona perfecto.

2018

Abro mis brazos. Recibo amorosamente a todos aquellos/as con los que tengo una comunicación verdadera, los que me agradecen que les recomiende un libro, una peli, una obra de teatro: Elena, Silvia, Aurora, Euri, Raúl Pérez, Oscar Roemer, Eufrosina, Michel Descombey, mi homeópata Fernando Domínguez, Nuñecita querida y extrañada, Morris, Morritos, Miriamcita Aragón, María Elena Sicilia, Lupita Maldonado, y demás amores de la vida, y también recibo a las, los que seguirán llegando.

Y celebro a las nuevas madres, que aman a los hijos que tienen, pero jamás se olvidan de ellas mismas, y esos hombres nuevos a los que mostrarse vulnerables, no los hace débiles, más bien los fortalece, los hace más normales, naturales: y son más felices y favorecen a sus parejas para que su camino sea luminoso, fértil, como el de ellos. Me alegra y festejo enormemente que mi hijo sea sensible y que sepa llorar. Y no lo disimula. Algunos de mis nietos, mis relevos, también lo son. Me siento muy acompañada.

Mi mundo se amplía cada vez más.

Llegué a donde y con quien quería caminar un trecho más.

Estoy en el lugar indicado.

Fuente: Sub. Escritorio/Lucy. Encuentros/Pasión por el Arte. Junio 22, 2018. Estela.