Mi Cuenta CDI

Pésaj: tradición y actualidad. La libertad: úsala o piérdela

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//R. Jonathan Sacks

En la Parashá Vaerá leemos por primera vez, no que Paroh endureció su corazón, sino que D-os lo provocó: “Endureceré el corazón de Paroh”, le dijo D-os a Moisés, “y multiplicaré mis señales y maravillas en la tierra de Egipto” (Ex. 7: 3). Y así se lee también en la plaga de las úlceras, de las langostas, y en la última, la del primogénito.
El problema preocupaba a los sabios y comentaristas posteriores: si D-os era la causa y Paroh simplemente su vehículo pasivo, ¿cuál era su pecado? No tenía elección, por lo tanto no tenía ninguna responsabilidad, por lo tanto tampoco culpa. Los comentaristas dan una amplia gama de respuestas. Uno: que la pérdida de la libertad del Paroh durante las últimas cinco plagas fue un castigo por su obstinación en las primeras cinco, donde actuó libremente. Dos: que el verbo relevante, j-z-k, no significa endurecer sino fortalecer. D-os no quitaba el libre albedrío del Paroh sino que, por el contrario, lo preservaba frente a los desastres abrumadores que habían golpeado a Egipto. Tres: que D-os es un compañero en toda acción humana, pero solo solemos atribuirle un acto si parece inexplicable en términos humanos, ordinarios; Paroh actuó libremente durante todo el tiempo, pero fue solo durante las últimas cinco plagas que su comportamiento fue tan extraño que fue atribuido a D-os.

Nótese cuán renuentes eran los comentaristas a tomar el texto al pie de la letra, y con razón, porque el libre albedrío es una de las creencias fundamentales del judaísmo. Maimónides explica el porqué: si no tuviéramos libre albedrío no habría ningún sentido para los mandatos y las prohibiciones, ya que nos comportaríamos como estábamos predestinados, independientemente de cuál sea la ley. Tampoco habría justicia en recompensa o castigo, ya que ni el justo ni el malvado son libres de ser otros de lo que son.

Entonces, el problema es antiguo. Pero se ha vuelto mucho más destacado en los tiempos modernos debido a la total acumulación de desafíos a la creencia en la libertad humana, desde enfoques distintos, interesantes e importantes como la psicología, la economía, la sociología, la neurociencia y el neodarwinismo.

Pero los secularistas contemporáneos generalmente no ven lo que los sabios antiguos sabían: que si genuinamente no tenemos libre albedrío, todo nuestro sentido de lo que es el ser humano se derrumbaría en polvo. Hay una evidente contradicción en el corazón de nuestra cultura. Por un lado, los secularistas creen que nada debería limitar nuestra libertad de elegir hacer lo que queramos hacer, o ser lo que queramos ser, siempre y cuando no dañemos a los demás. Su valor supremo es la elección autónoma. Por otro lado, nos dicen ellos que la libertad humana no existe. ¿Por qué entonces deberíamos invocar la libertad de elegir como un valor si, según la ciencia, es una ilusión?
Si el determinismo fuerte es verdadero, no hay razón para honrar la libertad o crear una sociedad libre. Por el contrario, deberíamos abrazar Un mundo feliz, de Aldous Huxley, donde los niños son concebidos e incubados en laboratorios, y los adultos programados para mantenerse felices mediante un régimen de drogas y placer. O deberíamos implementar el escenario de Mecánica naranja, de Anthony Burgess, en el que los criminales se reforman mediante cirugía cerebral o acondicionamiento. Si la libertad no existe, ¿por qué molestarse por la naturaleza adictiva de los juegos de computadora y las redes sociales? ¿Por qué preferir la realidad genuina a la realidad virtual? Fue Nietzsche quien con razón observó que cuan mayores sean nuestros logros científicos, menor será nuestra visión de la persona humana. Ya no es la imagen de D-os, nos hemos convertido en meros algoritmos encarnados.

La verdad es que cuanto más entendemos sobre el cerebro humano, mejor podemos describir lo que realmente es la acción libre. En la actualidad, los científicos distinguen entre la amígdala, la parte más primitiva del cerebro, acondicionada para sensibilizarnos sobre el peligro potencial; el sistema límbico, a veces llamado el ‘cerebro social’, que es responsable de gran parte de nuestra vida emocional; y la corteza prefrontal, que es analítica y capaz de sopesar desapasionadamente las consecuencias de elecciones alternativas. Las tensiones entre estos tres forman la arena dentro de la cual se gana o se pierde la libertad personal.

Los patrones de comportamiento están conformados por vías neuronales que conectan diferentes partes del cerebro, pero no todas son buenas para nosotros. Así que, por ejemplo, podríamos recurrir a las drogas, los atracones de comida o la búsqueda de emociones para distraernos de algunos de los productos químicos desdichados (miedos y ansiedades, por ejemplo) que también forman parte de la arquitectura del cerebro. Cuanto más a menudo lo hagamos, más mielina envolverá a la vía y más rápido e instintivo será el comportamiento. Por lo tanto, cuanto más a menudo nos comportamos de ciertas maneras, más difícil es romper el hábito y crear una nueva y diferente vía. Hacerlo requiere la adquisición de nuevos hábitos, actuar de manera consistente durante un periodo prolongado de tiempo. El pensamiento científico actual sugiere que se necesita un mínimo de 66 días para formar un nuevo hábito.

Así, ahora tenemos una manera científica de explicar el endurecimiento, que tiene lugar en el corazón de Paroh. Habiendo establecido un patrón de respuesta a las primeras cinco plagas, encontraría progresivamente más difícil en todos los niveles -neurocientíficamente, psicológicamente y políticamente- cambiar. Lo mismo es cierto de todo mal hábito y decisión política. Casi todas nuestras estructuras mentales y sociales tienden a reforzar patrones previos de comportamiento. De modo que nuestra libertad disminuye cada vez que no la ejercitamos.

Si es así, entonces la Parashá Vaerá de hoy y la ciencia contemporánea cuentan la misma historia: que la libertad no es algo dado, ni es absoluto. Tenemos que trabajar para eso. La adquirimos lentamente por etapas, y podemos perderla, como Paroh perdió la suya, y como los drogadictos, adictos al trabajo y las personas adictas a los juegos de computadora pierden la suya. En una de las líneas de apertura más famosas de toda la literatura, Jean-Jacques Rousseau escribió, al comienzo de El contrato social, que “el hombre nace libre y en todas partes está encadenado”. De hecho, es todo lo contrario. Nuestro carácter inicial está determinado en parte por el ADN, la herencia genética de nuestros padres y la de ellos, en parte por nuestro hogar y educación, en parte por nuestros amigos y en parte por la cultura circundante. No nacemos libres. Tenemos que trabajar duro para lograr la libertad.

Eso requiere rituales, cuyo rendimiento repetido crea nuevas vías neuronales y un nuevo comportamiento de respuesta rápida. Requiere una cierta distancia calibrada de la cultura circundante, si no queremos ser arrastrados por modas sociales y modas que parecen liberadoras ahora, pero destructivas en retrospectiva. Requiere una capacidad mental que se detenga antes de cualquier acción significativa y pregunte: “¿Debo hacer esto? ¿Puedo hacer esto? ¿Qué reglas de conducta debo tener en cuenta?” Se trata de una narración internalizada de la identidad, de modo que podamos preguntarnos en cualquier curso de acción “¿Es esto lo que soy y lo que represento?”

No es accidental que los elementos enumerados en el párrafo anterior sean todas ellas características predominantes del judaísmo, que resulta ser un seminario continuo en cuanto a la fuerza de voluntad y el control de los impulsos. Ahora que estamos empezando a comprender la plasticidad del cerebro, sabemos al menos un poco de la neurociencia que se encuentra detrás de la capacidad de superar los malos hábitos y las adicciones. Mantener Shabat, por ejemplo, tiene el poder de liberarnos a nosotros y a nuestros hijos de la adicción a los teléfonos inteligentes y todo lo que conlleva. La religión cuyo primer festival, Pésaj, celebra la libertad colectiva, nos brinda, en sus rituales, las habilidades que necesitamos para la libertad personal.

La libertad es menos un regalo que un logro. Incluso Paroh, el hombre más poderoso del mundo antiguo, podría perderlo. Incluso una nación de esclavos podría, con la ayuda de D-os, adquirirla. Nunca tomes la libertad por hecho, necesita cien pequeños actos de autocontrol a diario, que es de lo que se trata la Halajá, la ley judía.
La libertad es un músculo que debe ejercitarse: usarlo o perderlo. Esa es una idea transformadora de vida.

Traducción de Adela Ezban
http://rabbisacks.org/freewill-use-lose-vaera-5778/#_ftn2