Y aquí termina una historia de vida…

Pseudónimo: Eco de abril
Categoría: Cuento

Yo no era una persona de mascotas. Nunca, en toda mi vida, tuve una: ni peces, ni pollitos, ni gatos, ni perros, ni iguanas, ni hurones, ni tortugas… Nunca imaginé tener una, y mucho menos quererla tanto. En febrero del 2014, caminando en un mercado fuera de la ciudad, encontramos una caja, una caja de cartón con 8 perritos San Bernardo. Mi hija se acercó y tú sacaste la cabecita. Los vi llegar: una niña ilusionada y tú en sus brazos.

“Mami, por favor, ¿nos la podemos quedar? vas a ver que te vas a encariñar”. “¡¿Sabes de que tamaño se va a poner?!”, le dije con la mitad del taco en la boca.

Te trajimos en el coche a casa. A mí no solo me disgustaban los animales, sino que les tenía miedo. Te iba cuidando mi hija y tú, desde el primer instante te portaste perfecto, acostadita en sus piernas sin chistar. De camino decidimos ponerte Mía, que casualmente mi hija también se llama así, pero en hebreo.

Y si tú pudieras contar tu historia, seguro la empezarías así:

En mi nueva casa me pusieron un tapetito en la lavandería. Yo tenía mucho miedo de quedarme ahí solita. Colocaron también un reloj para que yo escuchara el tic tac y no extrañara a mis papás y a mis hermanitos perros. Lloraba mucho y me metí atrás de la secadora. Mi nueva hermana y mi nuevo papá bajaban a cada rato a apapacharme. Estaba muy chiquita, apenas había cumplido 6 semanas.

Salí a pasear como todos los días con mis papás y uno de mis hermanos, en eso vi un tamal rosa fosforescente y que me lo como… Llegué a mi casa y me sentía un poco apachurrada, mis papás se dieron cuenta, pero pensaron que era cansancio o que algo me había caído mal. Pero lo peor vino a las 4 de la mañana.

Cuando tenía pocos meses comí por accidente veneno de rata. Todos estaban muy preocupados. En ese momento me di cuenta de que mi mamá, aunque no lo aceptara, ya me quería mucho. Lo veía en su cara de preocupación y en los besos que me daba en la cabecita. Afortunadamente solo quedó en un susto.

Mi papá era como mi doctor: me ponía pomada, me cortaba las uñas y me daba miles de besos. Yo lo chupaba todos los días. Cada vez que llegaba o se iba a trabajar, me lo agarraba a besos y le abría el pecho para que me haga cosquillas. A mi hermana y a uno de mis hermanos también los lamía, solo a mi mamá no, y a mi otro hermano, creo que a ellos no les entusiasmaba mucho.

Empecé a vomitar y se me fueron totalmente las fuerzas. Mis papás bajaron corriendo, me apapacharon y no se separaron de mí. Yo me sentía realmente mal, no podía respirar bien. Me acosté en la pierna de mi mamá y me relajé, movía mi patita como para darle las gracias, pero ya no tenía fuerzas. Cuando bajó mi papá me sacó al jardín y volví a vomitar. Me acosté en el pasto, estaba muy mojado, entonces me cargaron a la piedra y me pusieron unas toallas para taparme porque tenía mucho frío.

Me encantaba correr en el jardín y me sacaban a pasear muy lejos. Un día me llevaron hasta casa de mis abuelos. Corría como loquita alrededor del árbol. Se supone que no podía salir de la cocina, pero poco a poco fui ganando terreno. Primero ocupé la sala, pero no mucho después tuve la osadía de subir al segundo piso. Mis uñitas en la madera les avisaban que ya iba para arriba. Me pusieron una camita en el cuarto de mis papás y todas las noches visitaba el cuarto de mi hermana. Aunque nadie más lo sepa, ella me dejaba subirme a su cama, pero esto es un secreto.

Mi hermano también bajó y se quedó conmigo bastante mortificado. Ya como a las 8:00 a.m. llegó mi hermana con su esposo muy asustados. Yo ya estaba en mi camita toda desparramada y todos me apapachaban.

Un día llegó un hombre raro a la casa, no era de la familia. Le gustaba estar cerca de mi hermana, pero yo lo impedía, no me gustó para nada compartirla. Poco a poco fue ganándose mi confianza y cariño. Una vez mi familia no estaba en México y él me llevó a dar un paseo, era una buena persona. Cómo me emocionaba cada vez que tocaba el timbre, me paraba como resorte. Bueno, en realidad siempre me ponía alegre cuando alguien venía, ya fuera el jardinero, el plomero o el que entregaba los paquetes de Amazon, creía que venían a visitarme a mí. Mi mamá les decía que yo era super agresiva para asustarlos, pero los empezaba a chupar y su mentira se venía abajo.

Mi hermanita desesperada gritó “vámonos al veterinario”, así que me cargaron entre todos y me metieron en la cajuela del coche. Yo estaba muy asustada, casi no podía respirar, pero ella, mi compañera de vida, me daba cariño, me decía que me quería y que no me asuste.

Mi frase favorita era: “¿Quieres ir a pasear?”. Que no me lo digan dos veces, me paraba y empezaba a repicar en el piso con mis uñas, moviendo todo el cuerpo. Desde que sacaban las bosas ya sabía lo que venía.  Al principio me paseaban con correa, luego se dieron cuenta que me portaba mejor cuando estaba libre y podía olfatear a placer.

La cañada era mi paseo favorito, pero también me gustaba ir al parque del Dorito y ni se diga Prado Norte. En esa calle había muchos perros, tiendas y restaurantes. Yo me metía a todos lados, ya me conocían en el mercado y una vez me tuvieron que sacar de los helados. Entré también a una casa, mi hermana entró por mí, ya estaba hasta la cocina. Lo increíble es que nadie se enojaba, creo que por mi cara de bondad. Acompañaba a desayunar a mi mamá su pan con queso y me daban rosquitas, ¡me encantaba! Cuando cerraron el local no sé si se deprimió más mi mamá o yo. Mis paseos cada vez se hicieron más cortos, pero yo los disfrutaba igual. Siempre me quedaba con ganas de más, pero ya mis patitas no aguantaban.

Mi papá manejaba y mi hermana me iba cuidando en la cajuela, el viaje se hacía muy largo…

Me gustaba cuando llovía, pero no por la lluvia, sino por el apapacho que me tocaba cuando llegaba a la casa, esa toalla con masaje incluido era una delicia.

Nunca tuve crías. Todos querían que me cruzara, menos mi mamá. No sé si está arrepentida porque sí me hubiera encantado. Una vez uno de mis hermanos rescató a unos cachorros y me trajeron a Pecas. Yo lo cuidé mucho, le pusieron su propia cama, pero a la mitad de la noche se vino mejor a mi pancita para no pasar frío. Lástima que al otro día lo dieron en adopción.

Hacía mucho sol y cada vez me sentía con menos fuerzas

Además del envenenamiento tuve otros problemas médicos. Me atropellaron una vez porque cuando abrían la puerta yo me escapaba a toda velocidad. Una noche a la 1AM mi hermana me notó muy rara e inflamada, me operaron de emergencia de un vólvulo gástrico, otra vez mi periodo se alteró y resultó ser piometra, y la última, pero no menos molesta, fue cuando me salieron unas bolitas en la oreja. Fue muy difícil porque me envolvieron la oreja con masking tape y parecía que me depilaban cada vez que iba al veterinario. Siempre salía adelante, pero la peor fue la de ayer.

Llegamos al veterinario y ya fue muy tarde para mí. Cerré mis ojos, pero me fui acompañada de mi familia, y aunque uno de mis hermanos no estaba ahí, lo pusieron en una videollamada y lo oía llorar muchísimo. Les intenté decir que no se preocupen, que yo iba a estar bien y lo que viví, fui muy feliz. No me podía haber tocado una mejor familia.

Todos lloraban mucho, pero yo me fui en paz, porque viví 11 años con 8 meses muy feliz, y muy amada por todos los miembros de mi familia.

Desde donde estoy les digo que estoy bien, que les agradezco muchísimo todo el amor, los cuidados y el tiempo que me dedicaron. Que ya estaba muy viejita y que mis días iban a estar cada vez peor. Me me fui entera, paseando y comiendo hasta el último día. Yo también los extrañaré.

Aquí termina una historia de vida… pero comienza otra llena de recuerdos.

Mis cenizas están en su jardín, cada día los veo acercarse y decirme lo mucho que les hago falta. Los adoro por siempre.

Mia (25 de diciembre 2014/ 5 de agosto de 2025)