El valor de elegir

Categoría: Secundaria
Género: Cuento
Título del trabajo: El valor de elegir
Seudónimo: Bailarina

Hola me llamo Emma y tengo 16 años, voy hablarles un poco de mis gustos, desde que tengo memoria, bailar siempre fue mi escape y forma de olvidar todo lo que me desagrada, cuando la música suena, empiezo a moverme. Las tareas, problemas y miedos desaparecen uno por uno, es como si tuviera una varita mágica. Solo existimos la música y yo.

He bailado desde los seis años y si le preguntan a la gente que me conoce, dirían que seré bailarina, sin embargo, mi verdadero sueño es ser doctora. No cualquier doctora. Mi meta es estudiar oncología para ayudar a personas con cáncer, se preguntarán por qué, bueno… Resulta un tanto difícil mencionarlo, porque se trata de una de las personas que más he amado en el mundo: mi tía, la persona que siempre me apoyó, que me contaba historias antes de dormir y que en su momento me llegó a salvar la vida cuando tenía ocho años y me enfermé de viruela… esa es otra historia, son tantas las experiencias bonitas que tengo de mi infancia gracias a ella.

Por tal motivo, cuando mis papás me llamaron en mi cumpleaños para darme la gran noticia de que había recibido una beca en el extranjero, no supe qué decir, sentía en mi pecho una emoción tan grande que subía a mi cabeza y me llenaba de felicidad. Mis papás estaban felices, orgullosos. Y yo también… o al menos eso creía.

Aquí no termina lo emocionante, hasta que me enteré el mismo día que mi entrenadora de baile me había inscrito en un concurso nacional, sin decirme nada. Recuerdo que me encontraba en mi habitación y me llamó por teléfono diciéndome: es tu momento, yo no sabía a qué se refería, así que fui a la academia de baile y todas mis compañeras me estaban esperando en la entrada con globos y felicitándome con una lona que decía “bailas con el corazón”, Me quedé congelada. Dos oportunidades… y una decisión.

Por varios días no hablé mucho con nadie. Pensaba y pensaba. Mis amigas estaban felices por mí, pero no entendían del todo lo difícil que era tener que elegir. Si me iba, no podría participar en el concurso. Si me quedaba, corría el riesgo de perder la beca. Era elegir entre lo que me hacía feliz… y lo que me hacía sentir útil, no encontraba la forma de mezclar ambas oportunidades.

Había ocasiones que lloraba por la noche, mientras practicaba unos pasos frente al espejo.  No sabía por qué exactamente, pero necesitaba soltar todo. Me encogía en el piso de mi habitación abrazando mis rodillas. Pensaba en mi tía, contándole lo que estaba viviendo. Y recordé algo que ella me decía: “Nada que valga la pena se consigue sin esfuerzo. A veces hay que soltar algo para alcanzar algo más grande”.

Y entonces lo entendí. No tenía que elegir entre el baile y la medicina. Podía hacer las dos cosas, pero en diferentes momentos. El baile no tenía que desaparecer.

Podía seguir siendo parte de mí, incluso si ya no era mi prioridad. Así que acepté la beca, estudié mucho y al mismo tiempo me preparé para el concurso de baile, tenía claro que debía cerrar por el momento una etapa: el baile, pero de la mejor manera.

En la academia todos esperaban ver mi actuación, así que lo hice, bailé como nunca, pensaba que era mi último baile, al terminar el público aplaudió y dentro de mí sabía que había ganado y así comprendí que no hay mejor forma de disfrutar la vida que cuando encuentras el camino de unir todo lo que te apasiona.

Días después me fui a otro país, extrañé mucho a mis papás, amigos, mi casa y mi academia, pero también empecé a hacer nuevas amigas, aprender cosas que siempre soñé. Fueron años duros, llenos de esfuerzo, noches sin dormir, exámenes difíciles, pero también de descubrimientos y crecimiento.

Nunca dejé de bailar, aunque fuera en mi habitación, sólo cinco minutos, entre libros, la música siempre estuvo conmigo.

Pasaron los años, me gradué de medicina y me especialicé en oncología. Empecé a trabajar en hospitales, y a ayudar a personas como siempre soñé. Pero sentía que algo me faltaba. Una parte de mi seguía queriendo compartir el baile.

Fue entonces cuando tomé una decisión, volver a mi país y abrir una escuela. No una escuela cualquiera. abrí una escuela donde las niñas puedan estudiar y también bailar. Un lugar donde ninguna tenga que elegir entre lo que le gusta y lo que sueña.

En el segundo piso hay clases con libros de todo tipo de medicina, en el primero hay un salón enorme con espejos, barras y altavoces. Allí se dan clases de baile todos los días. Las niñas pueden hacer las dos cosas: soñar con ser doctoras y también bailarinas.

A veces cuando entro al salón de baile y las veo sonriendo, sudando, disfrutando, me emociono. Recuerdo a Emma de 16 años, dudando en su cuarto, sintiéndose confundida.

Y me doy cuenta de que todo valió la pena.