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Algunas reflexiones sobre el vínculo Israel - diáspora

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Leonardo Cohen Especial desde Jerusalem para CDInforma

El mes pasado participé en el encuentro anual de J-Street, una organización de judíos de Estados Unidos. Desde hace algunos años esta institución orienta sus esfuerzos a canalizar el trabajo de judíos liberales y comprometidos con Israel, con el fin de influir en la realidad israelí, fomentando visiones de democracia, justicia y paz con los vecinos palestinos.

En el encuentro de tres días, que tuvo en lugar en Washington, D.C., asistimos algunos representantes israelíes y de países latinoamericanos, que bajo la inspiración de J-Street, formamos un movimiento equivalente en América Latina, J-AmLat, que ya funciona en Israel, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay y México. El objetivo de J-AmLat también es cohesionar a judíos de Latinoamérica preocupados por el deterioro y la erosión que están sufriendo las instituciones democráticas de Israel.

Fue muy alentador ver llegar a la convención en Washington a miles de judíos desde diferentes partes de la Unión Americana -algunos tras largas horas de viajar en auto o tren- para participar en los tres días de discusiones y debatir de qué manera puede influir la diáspora judía sobre lo que acontece en Israel. Ciertamente, es una cuestión álgida que muchos abordan con temor: ¿cuál es el derecho de los judíos de la diáspora de criticar o incluso confrontar al gobierno de Israel?

Quiero responder a esta pregunta comenzando por una pequeña nota biográfica. En septiembre de 1982, tras la masacre acaecida en los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila en Líbano, dos grupos de judíos mexicanos se organizaron para publicar desplegados en dos periódicos nacionales. En ellos, se deslindaban del gobierno de Menajem Beguin y Ariel Sharon, exigiéndole también esclarecer los hechos y asumir responsabilidades frente a la masacre que falanges cristianas cometieron contra población palestina en una zona que se encontraba bajo control militar israelí. Ambos desplegados suscitaron una ola de escándalos en la comunidad judía. A pesar de que al poco tiempo Sharon fue destituido de su cargo como ministro de defensa, los firmantes de dichos desplegados fueron ofendidos, acusados de auto-odio, de generar antisemitismo al criticar a Israel públicamente, y hasta de traicionar a su pueblo.

Dos de los firmantes y promotores de aquellos desplegados fueron mis padres: Eduardo Cohen y Esther Shabot. Mi hermano Moisés Cohen también los firmó. Vivimos toda la familia esos días intensos de crítica, de cuestionamientos y de compromiso con Israel, momentos de hostilidad por lo arriesgado del hecho. Habiendo sucedido todo muy cerca de Rosh Hashaná y Yom Kipur, no fue fácil evadir la indignación que tal desplegado suscitó en varios sectores de la comunidad. Pocos días después tuvo lugar en Tel Aviv la más grande manifestación de la historia de Israel: 400 mil personas salieron a exigirle al gobierno la retirada de Líbano. Yo recuerdo personalmente el titular en el periódico Uno Más Uno al domingo siguiente: “He aquí 400 mil pruebas de que Israel no es Beguin”.

En mi casa somos tres hermanos. Los tres estudiamos en Israel. Dos vivimos aquí desde entonces. Los padres que promovieron aquel desplegado (antisemita, según sus detractores) dieron con ello lugar al compromiso con el judaísmo, con Israel y con la justicia social. Para mí, la lección de esa experiencia pone en evidencia el hecho de que el compromiso más fuerte y leal hacia Israel y el pueblo judío, se ejerce primordialmente desde la crítica y el cuestionamiento; que no existe la lealtad ciega. Pienso que solamente desde una exigencia severa hacia Israel y nuestro pueblo, de actuar y comportarse conforme a normas morales, es que puede generarse el vínculo con el destino de los demás judíos.

Mi experiencia en la convención de J-Street puso en relieve que esta no es una vivencia solitaria. Que decenas de miles de judíos se congregan hoy para manifestarse, intercambiar ideas y promover un cambio en la situación tan deteriorada que vive la democracia israelí. Tal como lo escribe el reconocido historiador del Holocausto, Yehuda Bauer, los problemas por los que pasa Israel son, en una considerable medida, los problemas de todo el pueblo judío. Termino esta breve nota con una traducción propia del último párrafo de su libro El pueblo imposible, que de manera elocuente expresa el estrecho vínculo entre el destino del Estado de Israel y el resto del pueblo judío:

“Existe un destino común entre todos los sectores del pueblo judío, por lo que el peligro de fascistización y dominación de la religión política sobre la mayoría del pueblo judío, la cual se encuentra hoy en Israel, influye de manera existencial sobre todas las comunidades judías del mundo occidental. Esto es cierto también en lo que respecta a la idea sionista: los judíos de Israel podrán mantenerse como tales solo como mayoría en su propio Estado, en igualdad total, incluyendo derechos culturales y políticos, con la minoría no judía. Por lo anterior, Israel deberá retirarse de la Margen Occidental a través de un acuerdo, cualquiera que este sea. La seguridad de Israel no la garantizará el ejército, por más que esté equipado de armamento sofisticado. Su seguridad se mantendrá a través de un acuerdo con el pueblo con el que los judíos comparten el pequeño pedazo de tierra entre el río Jordán y el mar Mediterráneo. Israel tendrá que ser democrático en la medida de lo posible, y fundamentarse, a la vez, sobre la continuidad de la cultura judía, es decir, una cultura viva, que se desarrolla a partir de sus contradicciones internas y discusiones interminables. Solo ello garantizará la existencia del Estado judío, y lo mismo vale para todo el pueblo judío”.