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Amor a México

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//David Placencia

A principios del siglo pasado, la adaptación de la mayor parte de los integrantes de la Comunidad Judía al país no fue fácil, porque no compartían el idioma, profesaban otra religión y tenían una cultura diferente.

Dada su situación, la actividad económica más viable para estos inmigrantes fue el comercio. Cuando muchos de ellos llegaron al país, la mayor parte de los productos manufacturados se importaban y su precio y distribución se concentraba en los núcleos urbanos más importantes. Al traer técnicas textiles más adelantadas, estos inmigrantes lograron disminuir los precios de producción; y, dado que vendían en abonos, hubo un beneficio más para el pueblo mexicano, pues las mercancías pudieron llegar a un número más amplio de consumidores.

Ante la competencia que había en la Ciudad de México, algunos de ellos emigraron a la provincia o se hicieron agentes viajeros, generalmente dedicados al comercio de blancos o ferretería. Aunque se establecieron comunidades en lugares como Oaxaca o Cajeme, a la larga estas solamente sobrevivieron en ciudades importantes como Guadalajara o Monterrey, debido a que necesitaban una infraestructura que les permitiera tener colegios, sinagogas y centros de reunión, lo que en lugares pequeños era costoso y difícil.

Entre 1926 y 1930, la posición económica de la población judía mejoró ostensiblemente; por ello empezaron a desaparecer los buhoneros, y se instalaron talleres y tiendas propiedad de judíos. Además empezaron a surgir pequeñas fábricas, comenzaron a importar maquinaria de los Estados Unidos y se convirtieron en productores de zapatos, textiles, camisas, ropa interior, etcétera. Introdujeron nuevos giros a la economía del país, como la fabricación de tejidos de punto y ropa interior, la elaboración de corbatas, abrigos y suéteres, de medias y calcetines, el comercio de fierro y metales, la exportación de tripa para salchichonería, etcétera.

El trabajo intenso y la constancia hicieron que la Comunidad en México escalara económica y socialmente, lo que llenó de orgullo a sus integrantes, pues lo lograron con base en su esfuerzo. Por ejemplo, el Sr. Rosenthal recuerda que llegó a México en 1929 y su primer trabajo fue de vendedor en una plaza. Un amigo le proporcionó a crédito corbatas, hojas de rasurar, navajas y flautas para niños. Al principio estaba en la plaza, y ver a la gente pasar y con ello ganarse la vida, no le pareció nada mal. Era entretenido, mejoraba su español y ganaba para comer, pero empezó a aburrirse. Era preferible ir a buscar a los compradores potenciales, por lo que empezó a recorrer las calles en bicicleta, tocó de puerta en puerta y, así, empezó a vender en abonos.

La Comunidad Judía en México se consolidó durante las décadas de 1940 a 1960. Ello le permitió gozar de estabilidad económica e identificarse plenamente con el país, tanto que comúnmente han apoyado a la sociedad receptora incluso con obras altruistas. Un ejemplo lo dio el Sr. Max Shein, quien continuamente realizó obras en beneficio del país (hasta la fecha, su familia dona equipos de cómputo para escuelas). Él emigró de los Estados Unidos para vender peinetas, pues tenía un stock considerable y, con el cambio de moda, estas se dejaron de usar en aquel país. Posteriormente, fabricó peines y después muñecas. En alguna ocasión dijo: “De mis proyectos, el que más quiero es la Escuela Secundaria Pública número 15 Albert Einstein, por ser el primero y porque lo he visto crecer… En 1940, el presidente Ávila Camacho invitó a la iniciativa privada a ayudar en la educación del pueblo de México, y la Comunidad Judía fue de los primeros grupos en responder. El entonces jefe de la Comunidad escogió un enorme terreno de unos doce mil metros para construir una escuela secundaria… Finalmente, la escuela quedó concluida en 1948”. La secundaria se ubica en la Avenida México Tacuba y, hasta la fecha, recibe el apoyo de la Comunidad, lo que habla del amor y agradecimiento que tuvieron los inmigrantes hacia nuestro país.

Ese amor del inmigrante a nuestro país es una constante en la Comunidad Judía, pues México les permitió a sus integrantes vivir y gozar de libertades. Enrique Krauze relata que sus padres y abuelos no hablaban mucho del viejo hogar porque les recordaba el antisemitismo, y estaban conscientes de que Polonia se había convertido en un enorme cementerio de cenizas. En cambio, en México podían vacacionar en Cuautla, rezar en la sinagoga de su preferencia, mantener un negocio, enviar a sus hijos a una escuela religiosa o laica, practicar la libre filiación ideológica y, sobre todo, tratar con el prójimo con respeto, tolerancia e igualdad.

De esta forma, México los adoptó a ellos y ellos a la vez aceptaron a nuestra patria como suya.