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Cómplices de los límites

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Esther Charabati, Dra. en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras, UNAM

Si algo nos queda de los sueños de la Revolución Francesa —después de haber abandonado prematuramente la esperanza en la igualdad— es el anhelo de libertad. Hoy la mayoría de los gobiernos se ufanan en ofrecer elecciones libres, libre expresión de las ideas, libre mercado... hasta tiempo libre. La educación, el Arte, la publicidad, también nos exhortan a ser libres. ¿Libres de qué si Marx reveló nuestra dependencia de las condiciones externas —medio socioeconómico, ideología dominante—, y Freud mostró que somos un resultado de los traumas de la infancia? 

La libertad es planteada como una potencia humana, pero cuando creo actuar por voluntad cumplo las expectativas de otros; cuando me rebelo, estoy adhiriéndome a los patrones de mi generación; cuando me enamoro actúo igual que todos los enamorados, y en mi elección están presentes mis modelos materno y paterno… entonces, ¿qué significa ser libre? ¿Será que llamo libertad al conformismo y a la rutina? ¿Por qué nos decimos libres si la vida cotidiana es una eterna repetición de lo mismo?

Libertad no significa poder renovarse permanentemente: nuestras aptitudes físicas e intelectuales son limitadas, y tanto nuestra conservación como la búsqueda de conocimientos requieren tiempo y esfuerzo. Por ello, por economía, tenemos que crear mecanismos como la imitación para no tener que inventar cada gesto o saber. ¿Cómo sería la vida si a diario tuviéramos que innovar la forma de bañarnos o de llegar al trabajo?

Quizá ser libre no esté en la espontaneidad ni en la originalidad, sino en la posibilidad de utilizar lo innato -órganos, impulsos, motivaciones- para establecer hábitos y aprendizajes como leer, manejar o bailar: es la construcción de una segunda naturaleza adaptada, al menos parcialmente, a mis deseos. En pocas palabras, se trata de utilizar lo que tengo (lo que soy), para hacer lo que quiero (ser).

Las condiciones externas e internas son siempre un obstáculo, pero también un medio para lograr ciertas metas: Frida Kahlo logró, desde la discapacidad, crear una obra original; Víctor Frankl transformó una experiencia devastadora en un aprendizaje que se sigue transmitiendo; Christian Andersen, un niño pobre, feo y rechazado, dio vida al patito feo que todos llevamos dentro.

Aceptando pues, que como seres finitos tenemos limitaciones, la pregunta es ¿si estas son infranqueables o si nos volvemos cómplices de nuestros límites? Quizás al reconocerlos los convertimos en posibilidades, mientras que al negarlos quedamos atrapados en ellos y renunciamos a la libertad.