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Diná, ovejas en el matadero y la psicología de culpar a la víctima

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Jonathan Gilbert

Diná, la hija de Leá… salió a observar a las jóvenes de la zona.

Rashi: ¿“La hija de Leá” y no (también) “la hija de Yaakov”? Más bien es llamada así por su forma de salir, pues ella (Leá) también acostumbraba salir (de esa manera).

Diná, la hija única de Yaakov y Leá, llega a una nueva tierra y decide salir sola a explorarla y conocer a sus habitantes. Shejem, hijo del gobernante local, ataca a Diná y la viola brutalmente. Rashi, el gran comentarista bíblico, parece sugerir que el acto de Diná fue, de cierta manera, irresponsable. El peligro de una joven paseándose sola en un lugar desconocido era evidente, y Diná debió de haber actuado con mayor cuidado.

El comentario de Rashi debe tomarse con gran cautela. Hace más de cuatro décadas que William Ryan (1971) popularizó el término ‘culpabilizar a la víctima’ para referirse al fenómeno de responsabilizar parcial o totalmente a la víctima de agresiones diversas.

Desde entonces, varios autores han intentado evidenciar los modos sutiles (y no tan sutiles) en que se ha culpado a la víctima de su propio infortunio, argumentando convincentemente en contra del peligro de esta culpabilidad. Ya sea una agresión sexual, un asalto o un secuestro, la tendencia natural de la sociedad y sus instituciones ha sido atribuir al menos parte de la culpa a la víctima. Argumentos como “su forma de vestir era demasiado provocativa” o “le encanta presumir su dinero” generan, según varios autores, la idea de que la víctima incitó al victimario a cometer el acto delictivo y, por lo tanto, la responsabilidad de este debe ser mitigada. “Los hombres son solo hombres” sería el otro lado del argumento, en el caso de una agresión sexual.

En 1988 Jodie Foster ganó el premio Óscar a mejor actriz por su actuación en The accused, una cinta que narra la batalla legal de una mujer que fue violada repetidamente por tres hombres en un bar. Con un historial de mala conducta y consumo de drogas, la protagonista es rápidamente acusada de haber provocado a los asaltantes a cometer el acto mencionado. Dicha historia (basada en la violación real de Cheryl Araujo en New Bedford, Massachusetts) es solo una entre muchas más en que la víctima, al no ajustarse al ‘ideal de la víctima’, pierde credibilidad y protección ante la violencia del perpetrador.

Nils Christie, sociólogo y criminólogo noruego, sugiere que la sociedad tiene concepciones idealizadas de la víctima (inocente, indefensa, precavida) y del victimario (malvado, violento, monstruoso). Cuando alguno de ellos no cumple con el ideal, como generalmente sucede, el riesgo de culpabilizar a la víctima es grande. Si lo pensamos bien, incluso caperucita roja es ‘culpable’ de no hacer caso a su madre y desviarse del camino correcto.

Otro ejemplo trágico puede reconocerse en la imagen absurda atribuida a los judíos en tiempos del Holocausto, yendo a su muerte como ‘ovejas al matadero’. Recientemente dedicamos una sesión a jóvenes universitarios que participarán en la Marcha de la Vida 2017 para disipar dicha noción, que no hace más que culpabilizar a las víctimas de tan terrible masacre de haber sido excesivamente pasivos, y no rebelarse en contra de sus verdugos.

¿Por qué lo hacemos? ¿Qué razón tenemos para culpar al inocente y expiar al responsable? Dr. Sherry Hamby lo atribuye a lo que llama La hipótesis del mundo justo. Hamby explica que, sobre todo en sociedades occidentales poco habituadas a la guerra y la hambruna, existe una idea de que las cosas malas solamente suceden a quienes así lo merecen. Así, culpar a quien guardó su cartera en la bolsa trasera y fue robado o la mujer que, alcoholizada, fue abusada, es un mecanismo de defensa para evitar la idea de que las cosas trágicas pueden sucederle a cualquiera, incluso a quien haga las cosas ‘bien’.

Según esta lógica, la gente culpa a las víctimas como una manera de sentirse segura. “Ciertamente estaba metido en negocios turbios, por eso se metió en problemas” es un argumento cuya función tranquilizante es inmediata: “yo, que no ando en negocios turbios, no me puede pasar algo similar”.

Desafortunadamente, la realidad no es así. No es necesario ser una víctima ideal para ser una víctima y sí, cosas malas pasan a gente inocente todos los días. Negar este hecho solo ayuda a aislar a la víctima y mistificar su experiencia. En ocasiones, ayuda también a liberar al culpable de su responsabilidad.

No obstante, creo que el comentario de Rashi puede ser de gran utilidad si somos capaces de distinguir entre culpabilizar y prevenir. En un artículo fascinante, el Dr. Ofer Zur (Rethinking: Don’t blame the victim: the Psychology of victimhood, 2008) argumenta que la rigidez con que se ha implementado la idea de no culpabilizar a la víctima ha tenido como efecto una prohibición de facto de, siquiera, tratar de comprender el rol de la víctima en el ataque. Existe una sutil distinción entre comprensión y acusación. La comprensión no busca encontrar culpables, sino prevenir futuras repeticiones. Si bien la experiencia nos dice que ambas categorías suelen mezclarse, en detrimento de la verdadera comprensión, también es cierto que una ceguera autoimpuesta que imposibilite la prevención, tampoco sirve a las víctimas de la violencia.

Me parece que el comentario de Rashi debe leerse desde esta perspectiva. Diná no puede ser culpabilizada de su violación (de hecho, varios comentaristas sugieren una serie de explicaciones muy ajenas a la propia actuación de Diná), pero sí tenemos que ser capaces de aprender de su experiencia, para así ayudar a prevenir futuras desgracias, sin por ello sugerir que la víctima fue merecedora de dicha suerte.

En muchas ocasiones, la capacidad de ayudar a prevenir que otros sufran de igual manera, es uno de los pocos consuelos que quedan a la víctima. En la medida en que logremos aprender de su experiencia sin culpabilizarla, seremos capaces de darle sentido al desafortunado suceso.

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