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El dilema de la lealtad ciega

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Abie Cazes

A principios de los años noventa, cuando Itzjak Rabin era Primer Ministro, las iniciativas de paz que encabezó con los vecinos de Israel generaron euforia y celebración. La imagen de Israel mejoró ante el mundo entero y, en particular, con un buen número de países árabes.  Países que antes eran renuentes a tener relaciones diplomáticas, o incluso reconocer al Estado de Israel, abrieron delegaciones diplomáticas en Israel, recibieron a representantes del gobierno israelí en sus capitales y formalizaron relaciones comerciales.

Recuerdo a Itzjak Rabin y Shimon Peres dialogando, negociando y, principalmente, logrando acuerdos con quienes antes eran considerados enemigos de Israel: el rey Hussein de Jordania, el líder de la OLP Yasser Arafat, el rey de Marruecos y, más aún, con representantes de Arabia Saudita y otros países del golfo Pérsico. Recuerdo cuando Rabin y Peres recibieron, junto con Arafat, el Premio Nobel de la Paz.

En todos esos momentos, recuerdo también el ambiente que se vivía dentro de la Comunidad Judía de México. Había esperanza, alegría y júbilo. Por un lado, por ver cómo el Estado de Israel (y en consecuencia nosotros como judíos) podíamos estar en las noticias y en los foros de discusión como un ejemplo a seguir, como una muestra de un pueblo que ha sacrificado mucho, pero al mismo tiempo que reconoce que hay objetivos mayores y recompensas por las cuales vale la pena aprender a ceder.

Recuerdo incluso que, varios años antes, Rabin y Peres visitaron México, como altos representantes del Estado de Israel. Recuerdo a los miembros de la Comunidad aplaudiendo su presencia y sus discursos, enfocados siempre en el deseo de paz para Israel. 

Sé que hubo gente en contra de los Acuerdos de Oslo con la OLP, que acusaba a Rabin de traición a los mandatos divinos y ultranacionalistas sobre la Tierra de Israel. Llegué a escuchar quien argumentaba que la paz pondría en riesgo la seguridad del Estado judío. Esos reclamos se hicieron escuchar tanto en Israel como en sectores de las comunidades en la diáspora. El líder de la oposición de ese entonces, Benjamin Netanyahu, se atrevió a encabezar manifestaciones donde se caracterizaba a Rabin con uniforme nazi o al lado de un ataúd con el nombre del primer ministro. Netanyahu incitaba a la gente a hacer ‘algo al respecto’. Hubo reclamos y argumentos en contra de las negociaciones de paz, pero no recuerdo nunca que se haya hablado de que Rabin y Peres estaban alimentando al antisemitismo o poniendo en riesgo a los judíos fuera de Israel. Al contrario, muchos de los argumentos del antisemitismo moderno dejaron de tener sustento al reconocer los derechos del pueblo palestino.

A pesar de la oposición que podía existir a la política de Rabin y Peres, percibía en ese entonces a una comunidad judía relativamente unida y no necesariamente por una imposición o mandato de sus líderes. Al contrario, había motivos claros por los cuales se podía estar orgulloso de los pasos que tomaba el gobierno de Israel. Incluso porque no era ‘políticamente correcto’ pronunciarse en contra de la paz que por años se deseaba.

Dos décadas después del asesinato del primer ministro, Benjamin Netanyahu visitó nuestro país, y a la misma Comunidad que en ocasiones anteriores ya había recibido a Rabin y Peres, aplaudiendo sus posturas con respecto a las negociaciones de paz con los palestinos. En esta visita Netanyahu no menciona las palabras paz o negociación en el discurso que ofreció a los judíos de México en el CDI. La estabilidad en Medio Oriente o la relación de Israel con sus vecinos (y principalmente con los palestinos) no fueron temas tratados por Netanyahu. No debería causar asombro que, así como hubo oposición a las políticas de Rabin en su momento, las hay dentro de la Comunidad para las de Netanyahu hoy en día. La oposición, además de legítima, es natural y deseable en un mundo plural como lo es el judío. 

Ante esto, me pregunto por qué en esta ocasión las voces que apoyan las negociaciones de paz y que reconocen los derechos de los palestinos deben mantenerse calladas. ¿Por qué quienes favorecen las negociaciones de paz con los vecinos de Israel son presionados para mantenerse en silencio, bajo el reclamo de que sus opiniones generan antisemitismo y son una traición? ¿Por qué la congruencia debe de ser sacrificada cuando esa visión ya no es compartida por el gobierno en turno de Israel? ¿Por qué ese acuerdo no escrito de que la Comunidad como un todo monolítico debe ser fiel ciegamente al discurso del primer ministro en turno, sin importar los intereses que representa?

¿Qué hacemos en relación al país donde vivimos? ¿Qué sucede cuando la posición del gobierno de Israel es contraria a la posición oficial del Gobierno de México en relación al conflicto con los palestinos?1 Más aun, ¿dónde nos debemos colocar cuando el Primer Ministro de Israel hace comentarios sobre un muro indeseable que agrede a nuestro país y a nuestra sociedad? ¿Acaso no nos pone en una situación de contradicción y de posible riesgo como comunidad judía y como individuos ante el resto de la sociedad mexicana? ¿Acaso debemos ahora simpatizar con las políticas de Trump, porque Netanyahu considera que desde su llegada a la Casa Blanca ha mejorado la relación de Estados Unidos con Israel?

Claro, podemos pensar que en caso de emergencia Bibi dará la cara y vendrá a salvarnos. Pero ese rescate no sucede en otros países donde las manifestaciones antisemitas han sido claras y abiertas. Ahí están las campañas políticas con elementos antijudíos en Hungría, o la marcha supremacista en Charlottesville, Estados Unidos. Netanyahu ni siquiera se atrevió a hacer una mínima referencia a los ataques antisemitas en el país donde vive el mayor número de judíos fuera de Israel. ¿Será que se arriesgará por la pequeña, pero siempre leal, Comunidad Judía de México?

¿A quién le debo dar prioridad? ¿Al gobierno en turno en Israel, el cual puede cambiar su rumbo de una elección a otra? ¿Al gobierno del país donde vivo, aunque tenga posturas contrarias a las de Israel y viceversa? ¿A las reglas que impongan los dirigentes comunitarios locales, aunque vayan en contra de mis principios?
A todo esto, ¿dónde queda la lealtad con uno mismo, con sus propios valores y con sus ideales?

La posición de los judíos en la diáspora puede ser a veces compleja, cuando suele haber diferencias importantes en las posturas y políticas de las instancias a las que uno supone les debe lealtad. Aún más compleja cuando la comunidad a la cual uno pertenece es educada bajo el esquema de siempre tener que mostrar unión y no cuestionar, reflejando fidelidad incondicional a las políticas de Israel bajo la presunción que el mostrarnos contrarios nos hace ver débiles y desunidos, lo cual nos pondría en riesgo ante el exterior.

Una solución fácil es no cuestionarse y dejar de lado los valores personales por una supuesta sensación de bien común, basada en una identidad única y monolítica. Esa opción conlleva a una incongruencia de lealtades e identidades, siendo la más grave la de pretender abandonar los ideales personales o, peor aún, ni siquiera sentir que se debe desarrollar una postura propia frente a esos temas.

Pienso que lo mejor es abrir los espacios de diálogo y reflexión (dentro y fuera de la Comunidad) donde logremos expresarnos libremente, sin temor y con respeto. Permitir que se escuche la pluralidad de las voces que conforman la Comunidad y, a partir de esta, podamos, como individuos, forjar un criterio mejor informado y menos ideologizado que nos dé oportunidad de aproximarnos a la realidad israelí sin torpezas y lealtades mal entendidas, que pueden poner a las comunidades judías en contradicción con los valores democráticos y liberales. Valores, sea dicho de paso, anhelados como una forma de poner fin a siglos de persecución y antisemitismo.

La fortaleza de una comunidad no solo se demuestra con su grado de unión. Una comunidad verdaderamente sólida y fuerte es aquella que se nutre de la diversidad de ideas y posturas que naturalmente la conforman. Justamente, una característica del pueblo judío y su cultura es su pluralidad. Una comunidad judía fuerte es la que posibilita la libre expresión, en todas sus facetas, de esa pluralidad, impulsada por los líderes que la encabezan. 

1 La posición oficial del Gobierno de México con respecto al conflicto Israel-Palestina sostiene, entre otros principios:

- La visión de dos Estados, Israel y un Estado Palestino independientes.

- Condena la continua expansión de asentamientos israelíes, así como la demolición de casas palestinas y desalojos en los territorios palestinos ocupados. 

Fuente: Documento de Posición de México en el Sexagésimo octavo periodo de sesiones de la Asamblea General de las Naciones Unidas

https://embamex.sre.gob.mx/costarica/images/pdf/68agonu.pdf