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El espíritu religioso

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

Después que el proceso de secularización y laicismo de los siglos XIX y XX produjeron un gran revés a las religiones cristianas de Occidente limitando su influencia en la esfera pública, para orientar su práctica al ámbito privado de cada individuo o comunidad -lo que indudablemente influyó en la forma de ejercer el judaísmo- nadie puede negar que en la era posmoderna del siglo XXI, las religiones siguen conservando un rol importante en la vida social, política y cultural de la humanidad y que contrariamente a lo que pronosticaban los agnósticos, estas aún siguen vivas y coleando, por lo que habría que preguntarse ¿por qué son tan indispensables para los seres humanos? 

Quizás esta cuestión nos llevaría a reflexionar sobre la finitud de la condición humana y, por consiguiente, el sentido de la vida mientras se transita por ella, por lo que probablemente para quienes detentan en lo más profundo de su ser un espíritu religioso les emergería otra pregunta trascendental: ¿cómo podríamos los seres mortales racionales enfrentarnos a esa sensación de desamparo y extravío que sentimos en la vida terrenal ante la falta de una explicación fundacional sobre la creación de nuestro planeta, los seres que lo circundan, sobre nuestro origen y ante la carencia de esperanza sobre la existencia de otra vida, de una más allá que le dé sentido a todo lo que se realiza mientras se vive? Aunque en estas conjeturas no se trata de discutir sobre la existencia o inexistencia de D-os, de alguna manera, ante la vulnerabilidad de la condición humana, en la mayoría de los hombres y mujeres hay una necesidad espiritual de explicarse, bajo una forma trascendental, el origen prístino y el sentido de la vida, con el fin de darle al alma la calma y la esperanza en un más allá después de la muerte, determinado, ya sea por un Ser Supremo o por otros seres más sabios y poderosos, que ofrecen a la humanidad las directrices y  las formas de cómo debiera conducirse, para darle un orden ético y una razón a su existencia mientras transitan por aquello que se llama vida y a la que tanto se aferran y temen perder. En cierta forma la entrega religiosa le da a la mayoría de los hombres el sustento y la justificación para vivir, aunque no tenga comprobado si los contenidos que proponen las diversas religiones son esencialmente verdaderos y certeros, ya que el creer en ellos, exige un acto de fe.

Según Mario Vargas Llosa, las religiones han tenido una función ordenadora y civilizadora en la historia de la humanidad, le permiten a esta “saber quién es, qué hace en este mundo, le proporcionan una ética, una moral para organizar su vida y su conducta, una esperanza de perennidad luego de la muerte, un consuelo para el infortunio, y el alivio y la seguridad que se derivan de sentirse parte de la comunidad que comparte creencias, ritos y formas de vida. Sobre todo para quienes sufren y son víctimas de abusos, explotación, pobreza, frustración, desgracia, la religión es una tabla de salvación a la que asirse para no sucumbir a la desesperación, que anula la capacidad de reacción y resistencia al infortunio, y empuja al suicidio”.

Como mera fantasía imaginemos que un día repentinamente todas las religiones desaparecieran y que la humanidad no tuviera esa brida de comportamientos éticos y morales hacia el prójimo, que estas demandan para frenar sus instintos, ¿qué sucedería entonces? Probablemente se llegaría a una barbarie de la vida social, a la ley selvática de la sobrevivencia del más fuerte, donde la humanidad, en pos de sus intereses particulares y terrenales, mostrara sus tendencias más destructivas y violentas a fin de conseguir sus objetivos económicos, políticos y sociales, que ni las leyes basadas en la racionalidad y necesidad de convivencia humana han podido contener, como ha sido demostrado en el último siglo, donde el espíritu religioso de los máximos líderes que han gobernado y tomado decisiones cruciales para el mundo ha quedado rezagado. 

De alguna manera, el contar con un espíritu religioso fundacional y trascendente como sustento de lo humano, sirve como contención para no llevar al hombre a su propia ruina y para orientarlo hacia la recreación de su espíritu, lo que le permite abrir su horizonte a cierto respeto por la vida humana, porque ella es recipiente de otros espíritus que tienen derecho a desarrollarse. Digo “cierto respeto por la vida humana”, porque históricamente hasta la actualidad, somos testigos que las religiones (sobre todo si tienen influencia política), so pretexto de defender su verdad que consideran la única y absoluta, son capaces también de entrar en guerra y destruirse entre sí, lo que nos lleva a reflexionar hasta qué punto debemos convivir y estimular nuestras vidas basadas en un espíritu religioso y hasta qué nivel debemos limitarnos y dejar de obedecer a las autoridades que representan a tales religiones que fundamentadas en su dogma ordenan a sus feligreses a destruir al otro, por no participar del mismo credo, o por obligar a sus congregaciones a actuar de determinada manera que coarta su libertad para un desarrollo positivo en su vida.

Este problema nos llevaría también a comprender el porqué la Ilustración y el Liberalismo trataron de ponerles límites a las autoridades religiosas que detentaban el poder sobre las vidas de sus fieles, atacando algunas veces, no solo a las instituciones eclesiásticas, sino a las religiones mismas como meros productos de la superstición e ignorancia humana, por lo que lucharon porque la religión solo se convirtiera en una decisión de conciencia privada de cada individuo, que tenía derecho a organizarse y congregarse comunitariamente con sus correligionarios para realizarse en la vida religiosa, pero separados de cualquier influencia pública en la vida civil. No obstante, esta secularización también llevó a que un gran porcentaje de la población occidental se separara de su espíritu religioso, y con ello abandonara el sentido de vida trascendental sobre su origen y esperanza futura, que le ofrece la fe religiosa, perdiéndose así un gran sostén de lo humano, que convendría rescatar bajo nuevos replanteamientos basados en la libertad de pensar y desarrollarse.