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El hijo de Saúl, László Nemes

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Mónica Stempler

Una de las principales críticas de la película del director húngaro nacido en Budapest László Nemes, es que trata del Holocausto, casi todos quienes escriben sobre cine lo han dicho, siendo que ganó el segundo premio en el Festival de Cannes.

Nemes, cuyos abuelos perdieron a integrantes de su familia en Auschwitz, se sentía frustrado con las representaciones hollywoodenses sobre el tema, aunque siempre ha mencionado su respeto por La lista de Schindler, de Spielberg, como una excepción, ahora su propuesta se trata de ir en contra del didacticismo reduccionista de algunos filmes sobre este tema, que si para muchos resulta ya trillado, nunca se trata de historias edificantes, ni de buscar héroes, tampoco de exigir juicios a la humanidad, es como dijo Theodor Adorno “La perpetuación del sufrimiento tiene tanto derecho a expresarse como el torturado a gritar; de ahí que quizá haya sido falso decir que después de Auschwitz ya no se pueden escribir poemas”.

El derecho de manifestar cualquier tema es abocando al lenguaje con la convicción de no olvidar un suceso de la magnitud del Holocausto. Como lo menciona la artista plástica Bela Gold en su libro Una visión artística posible: “Lo propiamente moderno es que el mal ha sido banalizado, nada nos conmueve en este nuevo milenio que ya presenta síntomas de deterioro quizás insuperable. El racionalismo trágico de Adorno termina por ser una amonestación rigurosa sobre la responsabilidad colectiva y un aviso moral acerca del sobreviviente”.

De tal manera, que cuando alguien se expresa sobre el Holocausto como un asunto que cansa de verse, es necesario mencionar que la consigna debe ser ahora no ser un hombre normal. “Nadie debería ser ya un hombre normal. Lo que Dante imaginó tan solo en la leve ficción, nosotros estamos obligados a recordarlo ahora con grave realidad, a modo de penitencia obsesiva propia de Sísifo despeñando eternamente la piedra”.1

El hijo de Saúl fue filmada en tomas prolongadas y sin descanso, sin banda de sonido, además de la cacofonía sombría de un campo de concentración -el golpe de las puertas, el examen cuidadoso de las posesiones- y está ambientada durante el transcurso de un día y medio en octubre de 1944. Es el seguimiento de Saul Auslander, un integrante húngaro del Sonderkommando -los judíos obligados a enterrar los restos humanos de las cámaras de gas-, mientras trata de rescatar el cadáver de un joven del destino de los hornos.

Nemes escribió el guión con Clara Royer, una novelista francesa, después de repasar una colección de testimonios de integrantes del Sonderkommando.

La película juega con el rostro de Saul Auslander, un personaje casi robótico y zombie que sigue órdenes de los alemanes, que resulta asfixiante ante el espectador por el manejo tan minucioso de la escena en cámara subjetiva, que pocas veces se abre para ver la amplitud del Holocausto, y también, cómo en medio del dolor y la pérdida de toda identidad, surge desde el fondo, el respeto por lo aprendido, el rigor inflexible del compromiso con lo que debe ser correcto, dar una digna sepultura a un niño judío.

El filósofo Georges Didi-Huberman escribió una carta de 25 páginas a Nemes, que comienza así: “Su película, El hijo de Saúl, es un monstruo. Un monstruo necesario, coherente, beneficioso e inocente”.

1 Documental de Hannah Arendt y la banalidad del mal. Jesús Palomar Vozmediano. España 2006.