Mi Cuenta CDI

¿Gobernar y cumplir o promover la imagen pública?

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

Uno de los íconos de la consolidación del régimen absolutista fue Luis XIV de Francia. Su padre Luis XIII fue quien legó la famosa frase política: “El Estado Soy Yo”, pero él se encargó de llevar a la práctica política esta consigna en el siglo XVII. El juicio histórico lo califica como un gran estadista que logró centralizar el poder político en Francia, debilitando a la aristocracia de las provincias e invitándola a compartir la fastuosidad del lujo de la Corte Real en el Palacio de Versalles, el cual se convirtió en el símbolo non plus ultra al que debía estar invitado un noble, si quería ser considerado del jet set social de la época.

Sin embargo, en la historia y filosofía política surge la pregunta ¿a qué debió este rey su gran fama? ¿A destacarse como buen gobernante y convertir a Francia en una gran potencia de la época? o ¿a promover su imagen de grandeza y poder que se diseminó por todo el territorio francés? o ¿quizás a ambas? Aporía que aún la historiografía no resuelve y que influye el modo de hacer política actualmente.

Independientemente de que Luis XIV fue un gobernante que fortaleció al Estado francés y lo llevó a todo su esplendor, fue también un personaje que promovió su imagen monárquica como figura encarnada del poder y grandeza de un cuasi d-os. A través de su imagen en pinturas, esculturas y medallas que se diseminaron por toda Francia, el rey exaltó su fuerza política al grado de hacer sentir a la nobleza y a sus súbditos de que quien lograra ver su imagen representada o la contuviera en sus manos, era casi como si hubiera comulgado con él. Según el historiador Louis Marin, bajo esta estrategia Luis XIV logró penetrar e insertarse en la mente de sus gobernados y simbólicamente, aunque no en forma deliberada, se sustituyó el significado católico religioso de la comunión con D-os a la esfera política, lo que resultó ser un éxito social en el imaginario colectivo y, por lo tanto, una táctica innovadora que abrió el campo para la publicidad de la imagen.

Al caer las monarquías absolutistas y conformarse los Estados-nación gobernados por los representantes ejecutivos y legislativos a quienes los ciudadanos han delegado el poder de regirlos para que logren su bien común, esta estrategia de promoción de la imagen no quedó en el olvido, sino por el contrario, la democracia moderna hasta hoy en día ha recurrido a ella a fin de que todo candidato con pretensiones de servir al Estado y acceder al poder, pueda adquirir prestigio y fama para ser elegido a un cargo ejecutivo o legislativo, ya sea como presidente, gobernador, senador o diputado, entre otros puestos públicos. La diferencia estriba en que estos actores sociales ya no traen consigo el sustento filosófico y político de los monarcas del pasado, de que simplemente por el hecho de llevar en sus venas sangre real, tenían el derecho de gobernar y explotar su imagen. Por consiguiente, la imprenta -en la época moderna- la radio, la televisión y los nuevos dispositivos de las redes sociales -en los siglos XX y XXI- han funcionado como catalizadores publicitarios para promover –e incluso explotar- las imágenes de quienes ambicionan un puesto público a fin de lograr incorporarse en la mente de los gobernados para ser elegidos, lo que ha convertido a estos medios en instrumentos imprescindibles para que un sujeto llegue al poder, con quienes también requiere conciliar en sus intereses particulares en caso de que logre su cometido, por lo que la pretensión de “gobernar para el bien común” podría quedar en entredicho y desvanecerse como el fin último de este objetivo político.

De tal manera que las preguntas de la historia y de la filosofía política se complejizan más en nuestra contemporaneidad, ya que el ciudadano común ya no puede dilucidar bien a qué debe un hombre público -por el que va a votar- su fama política ¿a qué se distinguió por su grandeza y capacidad de gobernar, amén de conseguir el bien común en sus puestos públicos anteriores? o ¿a qué tuvo una gran fama gracias a la explotación de su imagen que los medios de difusión se encargaron de promover, pese a que no tiene ni la más remota idea, ni experiencia del arte del “buen” gobierno o de que no ha cumplido con las obligaciones para lo que fue elegido? Resolver esta aporía es difícil pero necesario para toda persona que forma parte de una sociedad civil democrática representativa, ya que, si bien, no va a poder suprimir el efecto que produce en ella la promoción de la imagen que hacen los medios de difusión de un “servidor público” al menos sí puede demandar que gobierne y cumpla en favor del bien común, y la provea de los servicios que merece como ciudadano.