Mi Cuenta CDI

La cultura masificada versus la alta cultura

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Diana Kuba

Desde hace tiempo, he estado reflexionando sobre cómo hoy en día la gente (Adultos Mayores y jóvenes) interiorizan los conocimientos, llegando a la conclusión, de que la mayoría –no todos- ya no tiene la paciencia, ni quiere hacer el esfuerzo de tratar de aprehender una serie de ideas o conocimientos, bajo el método analítico y sintético, que exige el uso profundo del intelecto. Por el contrario, he observado que para transmitir un mensaje de contenidos racionales profundos, las personas rápidamente se distraen, por lo que si uno quiere conseguir tal objetivo, tiene que recurrir a los métodos audiovisuales, a las imágenes y sonidos, de tal manera, que atraigan la atención de las personas estimulando primero sus sensaciones, para de ahí, llegar a una conclusión rápida y concisa. Los tiempos de las disertaciones y disquisiciones intelectuales han quedado atrás.

Esta inquietud, me llevó a leer el ensayo de Mario Vargas Llosa denominado La civilización del espectáculo, publicado por Alfaguara, donde presenta una reflexión y crítica sobre la cultura contemporánea, que me gustaría compartir con los lectores, porque aclara el por qué la inteligencia reflexiva-crítica ha perdido primacía para la aprehensión del conocimiento. En concordancia con otros pensadores, este autor afirma que actualmente la cultura atraviesa una crisis profunda y ha caído en decadencia. Por cultura, se refiere a un estilo de vida donde los hombres propenden a enriquecer su espíritu y aguzar su sensibilidad, dando sentido y orientación a los conocimientos, cuyas formas importan tanto como sus contenidos, en pensamientos, esencias, conceptos, valores, formas estéticas y deseo de trascendencia hacia la posteridad.

Según Vargas Llosa la “civilización del espectáculo”, significa el hecho de que hoy en día la sociedad occidental esté más interesada de evadir la angustia, el aburrimiento u ocio mediante entretenimientos estridentes, masivos y divertidos que estimulen más sus instintos de placer que la satisfacción intelectual y espiritual del alma, tales como los conciertos de música popular, los eventos deportivos, las vivencias multitudinarias de las discotecas, entre otros muchos más, donde la gente se regocija, enajena y vive el momento en forma intensa, elemental, efímera y en muchos casos, bajo efectos del alcohol y la droga. El que estos tipos de distracciones sean cruciales en la tabla de valores de la sociedad (independientemente de los grandes intereses económicos que representan), se debió a la democratización de la cultura, que tuvo como efecto su banalización y frivolidad. En el pasado, la cultura era patrimonio de una elite privilegiada, pero a raíz de las ideologías liberales y democráticas, hubo la obligación cívica de promover y subvencionar las artes y literatura al alcance de las mayorías, sacrificándose la calidad en beneficio de la cantidad. Esta “masificación” cultural tuvo el desafío de hacerla lo más inteligible y ligera para que fuera comprendida por el mayor número de gentes, lo que trivializó la experiencia cultural, dejando nuevamente la “alta” cultura en manos de una minoría inmersa en su complejidad y hermetismo.

Con la “masificación” de la cultura, la crítica transitó a ser una especie de pensamiento y ejercicio intelectual en extinción, a la que no se le hace mucho caso, relegada únicamente a los especialistas dedicados a las humanidades y a las artes, salvo que esta se convierta en una crítica light de mínimo esfuerzo intelectual, que pueda ser plasmada en la diversión, en una literatura y cine triviales, para dar la impresión que, tanto el lector como el espectador están disfrutando de la “cultura”. Sin embargo, el vacío que ha dejado la crítica, ha sido sustituido imperceptiblemente por la publicidad y mercadotecnia, que se han convertido en factores determinantes para alentar los gustos, sensibilidad, creatividad e imaginación, a través de la visualización de imágenes y percepción de sonidos, estimulantes de los sentidos y sensaciones que penetran, ya sea directa o subliminalmente a la inteligencia, pero que no llegan a profundizar racionalmente para corroborar su validez y evaluar sus consecuencias. 

Es por ello, que en la contemporaneidad del mundo de las ideas, del pensar y de la crítica se ha pasado a la potestad de las imágenes y sonidos, siendo el primero, privativo de una minoría que detenta la denominada “alta” cultura, y siendo la segunda, dominio de las “masas”, que no están en la disponibilidad de adentrarse a esfuerzos intelectuales más profundos que las aliente a trascender más allá de la “cultura del espectáculo”.