Mi Cuenta CDI

La experiencia judía de la Ilustración. Primera parte

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Egón Friedler

Estos interrogantes figuran entre los más fascinantes de la moderna historia judía: ¿Qué es lo que el pueblo judío le debe realmente a la Ilustración? ¿Cuán sincera fue la orientación europea hacia la emancipación? ¿Cómo debemos revaluar hoy la caída de los muros del gueto? ¿Qué es lo que la nueva era de la modernidad ofreció a los judíos? ¿En qué medida fue exitoso el iluminismo judío o Haskalá?

Las consecuencias positivas de estos hechos extraordinarios que definieron el comienzo de la modernidad, son obvios. Para los miembros de una comunidad despreciada y oprimida, el obtener la ciudadanía con plenos derechos constituyó la realización de un sueño largamente acariciado. Pero la acogida dada a los judíos por la sociedad europea no fue nada alentadora. Algunos de los filósofos más influyentes del movimiento de la Ilustración compartían los mismos prejuicios de las sociedades a las cuales querían cambiar. Voltaire, un pensador que contribuyó más que ningún otro a la destrucción de las creencias tradicionales de la sociedad europea antes de la Revolución Francesa, la creencia en el derecho divino de la monarquía, la legitimidad de los privilegios de la nobleza y la infalibilidad de la Iglesia Católica, escribió en su Diccionario Filosófico de 1756: “Los judíos son una nación totalmente ignorante que durante muchos años unió su avaricia despreciable y su repugnante superstición a un violento odio contra todas las demás naciones que los toleraron”. Sin embargo, para demostrar sus buenos sentimientos el agudo filósofo agregó: “Con todo esto, los judíos no deben ser quemados”.

Diderot, el director de la Enciclopedia escribió en su artículo sobre la filosofía de los judíos que “tenían todos los defectos de una nación ignorante y supersticiosa”. El Barón Paul Henri Holbach fue más lejos que otros pensadores de la Ilustración en la virulencia de su antisemitismo. En su libro El espíritu del judaísmo (1770) escribió que Moisés fue el peor y el más dañino de todos los legisladores religiosos. Él adoctrinó a los judíos en el odio a la humanidad, el parasitismo y la explotación. Del destino de las siete naciones cananeas, él infirió que el dios de los judíos es una divinidad sedienta de sangre que justifica los impulsos judíos a cometer genocidios. Fue un duro crítico de los profetas, del mesianismo y de todo lo judío. Por supuesto, todos los aspectos negativos del cristianismo tenían para Holbach sus raíces en el judaísmo.

En Alemania, el fundador del idealismo ético, Johann Gottlieb Fichte habló acerca de las “ridículamente infantiles concepciones de D-os” de la religión judía e incluso un humanista moderado como Johann Wolfgang von Goethe se opuso a la liberación respecto a la posición de los judíos en la sociedad alemana.

De este modo, lamentablemente, la decadencia de la vocación religiosa y de la posición de la Iglesia, no llevó a una reevaluación de la cuestión judía en Europa. En el luminoso mundo de la modernidad, se agregó una nueva capa secular a los viejos mitos antijudíos de extracción cristiana. Por lo tanto, fue muy natural que llevara un largo tiempo y muchas batallas públicas la aplicación a los judíos de los elevados ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, y que finalmente se les acordaran plenos derechos civiles.
Pero la sociedad europea solo estaba dispuesta a aceptar a los judíos de acuerdo a sus condiciones. Esto significaba a menudo aceptar a los judíos sin su judaísmo. Como lo dijo el conde Clermont Tonnerre en la Asamblea Nacional Francesa: “A los judíos como individuos, todo: a los judíos como nación, nada”. Napoleón Bonaparte impuso sus propias reglas al famoso Sanedrín que él convocara: los judíos debían ser patriotas ante todo y luego tenían la libertad para abrazar la religión. Sin embargo, el judaísmo seguía siendo una carga. Como lo dijo el poeta Heinrich Heine después de su ambigua conversión al cristianismo: “Compré mi pasaporte a la sociedad europea”. Muchos judíos, demasiados, compraron este pasaporte, pero pronto comprendieron que habían quedado con las manos vacías: abandonaron su fe tradicional y su sentimiento de pertenencia para unirse a una sociedad que los rechazaba y los consideraba extranjeros.

Una de las ironías de la Historia es que cuando finalmente, la batalla por la Emancipación fue ganada en casi toda Europa, nació el antisemitismo moderno y racista. Y en nuestro siglo, esta ideología de odio que fue adoptada por la Alemania nazi probó ser tan destructiva sino más que el viejo antisemitismo histórico de raíz cristiana.
Pero en las últimas décadas del siglo XVIII todavía había muchas ilusiones y una de ellas era la idea fundamental del iluminismo judío: el judaísmo y la plena integración a la sociedad europea eran plenamente compatibles. La única condición presuntamente impuesta a los judíos era familiarizarse con la cultura europea. Debía crearse un nuevo judaísmo, un judaísmo para una Edad de la Razón, de elevados ideales de fraternidad para toda la humanidad. Este intento de crear un judaísmo adaptado a los nuevos tiempos, se llamó la Haskalá, el nombre hebreo para el iluminismo. Surgió en la sociedad judía en la década del setenta del siglo XVIII y continuó siendo influyente y teniendo vigencia, con altibajos, durante más de un siglo.

No era monolítico en modo alguno. Difería de un país a otro, y de una personalidad representativa a otra. Quizás incluso la palabra movimiento puede inducir a error. De hecho, fue más bien una tendencia histórica que un movimiento.

Continuará…