Mi Cuenta CDI

Las intrigas detrás de la Declaración Balfour transformaron al Medio Oriente para siempre

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Benjamin Pogrund

La historia de la Declaración de Balfour es bien conocida: el 2 de noviembre de 1917, en medio de la Primera Guerra Mundial, el Ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, Lord Balfour, firmó una carta prometiendo a los judíos un ‘hogar nacional’ en Palestina.

Esa breve carta ahora es celebrada por los judíos y lamentada por los árabes. Se sabe poco, pero en libros académicos (notablemente en Righteous Victims: A History of the Zionist-Arab Conflict, 1881-1999, de Benny Morris), están registradas las intensas intrigas de la época: Francia emitió cinco meses antes que Gran Bretaña una declaración prosionista y, a la vez, Gran Bretaña estaba preocupada de que Alemania, su enemigo en la Gran Guerra, hiciera lo mismo.

La guerra en Europa se había empantanado en el barro de sus sangrientas trincheras. Mientras tanto, en el Medio Oriente, el Imperio Otomano, que luchaba junto a Alemania, se estaba desmoronando a seis siglos de su creación. Ese noviembre, las fuerzas británicas y sus aliados expulsaban de Palestina a los soldados turcos y sus consejeros alemanes.

El Medio Oriente era crucial para Gran Bretaña, tanto por el petróleo en los nuevos estados emergentes como por el Canal de Suez, que le daba acceso a la India y sus otras colonias. Junto con Francia, Gran Bretaña ya estaba decidiendo qué nuevos países del Medio Oriente crear y controlar, dejando a Turquía como un mero remanente imperial.

Al mismo tiempo, judíos influyentes en Gran Bretaña estaban presionando a su gobierno para que apoyara al movimiento sionista, veinte años después de que Teodoro Herzl diera a conocer su idea de crear un Estado para los judíos, para así poner fin a siglos de persecución. Algunas circunstancias fortuitas les facilitaron las cosas: el Dr. Haim Weizmann, presidente del Congreso Sionista Mundial, era además un eminente científico nacido en Rusia que trabajaba en la Universidad de Manchester. Weizmann había desarrollado productos químicos para municiones, que fueron de gran ayuda para la empresa bélica de Gran Bretaña. Más aún, era un hombre muy hábil y con una personalidad carismática, amigo y confidente de confianza de la elite en Gran Bretaña: de C.P. Scott, editor de The Manchester Guardian (The Guardian de hoy) que respaldó las aspiraciones sionistas; de David Lloyd George, que se convirtió en primer ministro en diciembre de 1916; y de Lord Balfour, su secretario de Asuntos Exteriores.

Al otro lado del Canal de la Mancha, el Ministerio de Asuntos Exteriores francés suponía que los judíos tenían influencia en Rusia, en el régimen zarista que colapsaba, y también quería apoyo judío para una presencia francesa en la Palestina de la posguerra. Así que, el 4 de junio de 1917, la cancillería francesa emitió una declaración en la que aprobaba un texto que le habían presentado los sionistas: “si las circunstancias lo permitían y se salvaguardaba la independencia de los Santos Lugares... sería una obra de justicia y de reparación ayudar, con la protección de las potencias Aliadas, en el renacimiento de la nacionalidad judía en la tierra de la que el pueblo de Israel fue exiliado hace tantos siglos atrás […] El gobierno francés no puede dejar de sentir simpatía por su causa, cuyo triunfo está ligado al de los Aliados”.

Para los franceses la declaración fue más palabras sin compromiso que acción. Pero el hecho abrió el camino para que Gran Bretaña emitiera su propia declaración de apoyo al sionismo, especialmente porque Lloyd George, quien estaba enfocado en los intereses imperialistas británicos y decidido a proteger la zona del Canal de Suez, quería mantener a raya a los franceses. Así, consideró que era deseable poner a Palestina bajo control o protección británica. Además, tanto él como otros colegas suyos también eran cristianos devotos que tenían creencias fundamentales sobre la justicia de la causa judía derivadas del Antiguo Testamento. Lord Balfour luego explicó que él y Lloyd George habían sido influenciados “por el deseo de darles a los judíos el lugar que les corresponde en el mundo; no es correcto una gran nación sin hogar”.

No todos estuvieron de acuerdo. Se escucharon voces contrarias importantes: Lord Curzon declaró en una reunión del gabinete que Palestina era en su mayoría “estéril y desolada... no se podía imaginar una tierra menos propicia para el futuro de la raza judía”. No parecía haber dicho esto preocupado por los judíos porque, como también dijo, el sionismo era “idealismo sentimental, que nunca se realizaría” y, de todos modos, “cómo podrían los judíos vencer a los árabes que eran más numerosos y mucho más fuertes”.

Los miembros prosionistas en el gabinete y el ministerio de asuntos exteriores insistieron en seguir el ejemplo de Francia. A ellos se les unió otro líder altamente influyente, el sudafricano Jan Christiaan Smuts, un general en las fuerzas bóer que luchó contra el ejército británico en la guerra Anglo-Bóer de principios de siglo. Smuts ahora tenía la rara distinción de ser un súbdito de las colonias en los recovecos interiores del gobierno británico, siendo miembro del Gabinete Imperial de Guerra.

Lloyd George, Balfour y otros, como Winston Churchill, responsable de las colonias británicas, también creían que una declaración a favor de un Estado judío traería el apoyo para los Aliados de la influencia y el poder de los judíos en todo el mundo. Además, estaban preocupados por mantener a Rusia de su lado y pensaron que la influencia judía en ese país podría ayudarles para lograr ese objetivo. No obstante, el violento antisemitismo del régimen zarista revela su notable ignorancia, o en el mejor de los casos, ingenuidad [N.T.: además de su alta carga de prejuicios respecto a los judíos].

También, en una asombrosa ironía de la historia, los líderes británicos estaban inquietos porque Alemania estuviera a punto de emitir una declaración en apoyo de un Estado judío en Palestina. Esto, temían, podría empujar a los judíos nacidos en Alemania, pero viviendo en Estados Unidos, y que no tenían lealtad a los Aliados, a influir para que Estados Unidos no participara en la Gran Guerra (este factor desapareció el 7 de abril de 1917 cuando los estadounidenses entraron a la guerra del lado de los Aliados). También estaban alarmados por la posibilidad de que Alemania pusiera pie en el Medio Oriente, un área tan vital para los intereses estratégicos británicos.

De esta mezcla de factores surgió la Declaración Balfour, que no es otra cosa que una breve carta. Primero fue presentada al presidente Woodrow Wilson de los Estados Unidos, que no le puso objeción alguna. Lord Balfour luego se la envió a Lord Rothschild, quien encabezaba la Federación Sionista de Gran Bretaña: “El Gobierno de Su Majestad ve con buenos ojos el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío y hará todo lo posible para facilitar el logro de este objetivo, entendiéndose claramente que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina o los derechos y estatus político disfrutados por los judíos en cualquier otro país”.

Inmediatamente después, esta declaración se convirtió en la carta del movimiento sionista para transformar las palabras de promesa en realidad. El logro llevó menos de 31 años: el Estado de Israel fue creado el 14 de mayo de 1948.

Más tarde, en 1922, la Liga de las Naciones, el organismo mundial establecido para ‘garantizar la paz para siempre’ -esa era la intención- santificó la división del Medio Oriente. Gran Bretaña recibió un mandato para Palestina, con el objetivo de cumplir la Declaración Balfour. Sin embargo, Winston Churchill también estaba negociando con los líderes árabes sobre sus demandas de independencia en esas tierras, por lo que reformuló los detalles: Gran Bretaña ya no estaba obligada a fomentar un Estado judío al este del río Jordán. Al mismo tiempo, Gran Bretaña también desistió de tierras en el norte de Palestina, entregándolas a Francia, que recibió un mandato para El Líbano.

El resultado fue que en 1921 la tierra al este del río Jordán – 75 por ciento de Palestina – se convirtió en Transjordania, destinada a ser un refugio temporal para Abdullah, uno de los príncipes árabes en guerra. Weizmann protestó, escribiendo a Churchill para señalar que “las tierras de Galaad, Moab y Edom, con los ríos Arnon y Jabbok, están histórica, geográfica y económicamente vinculados a Palestina, y es sobre estas tierras, -una vez que las ricas llanuras del norte han sido sustraídas de Palestina y entregadas a Francia-, que dependerá en gran medida el éxito del Hogar Nacional Judío...”

Sin embargo, otros líderes sionistas no se opusieron enérgicamente contra la división de 1921, ya que creyeron que se trataba de una medida temporal. No obstante, Transjordania siguió su propio camino y bajo tutela británica. En 1946, Gran Bretaña solicitó, a la recién creada Organización de las Naciones Unidas, que pusiera fin a su mandato en ese territorio que se convertiría en el actual Reino Hashemita de Jordania. El restante 25 por ciento de Palestina permaneció bajo mandato británico, hasta 1948, cuando se convirtió en lo que hoy conocemos como Israel y los territorios de Cisjordania y la Franja de Gaza.

[Publicado originalmente el 25 de octubre de 2017en Ha’aretz como “The Balfour Declaration promised Lebanon and Jordan to the Jews, too” en https://www.haaretz.com/opinion/.premium-1.819056. Traducción al español de José Hamra Sassón.]