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Petra, Jordania (Segunda parte)

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Rosita Nissán

En Jerusalem estrenaban algo así como el metrobús o el tren suburbano eléctrico. Mati, la hermana de Esther nos llevó a una parada, que debe haber sido la base, casi no había pasajeros. Esther y Oshi se sentaron frente a mí. Íbamos riendo y platicando en español ¿ya viste quién viene sentada junto a ti? – preguntó Esther. Se trata de una mujer, debe ser musulmana, porta toda la indumentaria, y la cabeza cubierta. Nuestras miradas se encontraron, tiene una hermosa sonrisa.

La mujer te mira demostrándote mucha simpatía, toma con su mano la todavía pequeña trenza que te has dejado crecer del lado izquierdo, tus ojos y los de ella también se trenzan. Coloca su mano sobre las canas que enmarcan tu cara, recuerdas cómo te ves: casi todo el pelo negro, menos el frente. Tus amigas observan la escena. Regresas a la mujer que luce un vestido blanco con florecitas azules; el pañuelo que cubre su cabeza, de la misma tela. Dice cosas tiernas para ti en árabe, reconoces la palabra hamuda, palabras cariñosas, todas. Inmersa en la mujer y en tus amigas observadoras, tomas conciencia del entorno; el tren se ha ido llenando, los que suben se avientan sobre los que quieren bajar; deben estar por cerrarse las puertas, y les vale, siguen subiendo y los que pretenden bajar empujan para salir sin lograrlo. Una mujer con su bolsa de mandado forza la puerta, entra porque entra. Se escucha por el micrófono la voz del operador.

Dice en hebreo: No me voy a mover de aquí si no cierran bien las puertas. Cuando se cierra continuamos a la siguiente estación. Los pasajeros que nos veían antes de esa parada, regresan su mirada a la mujer árabe y a mí, que para estos momentos ya vamos de la mano. Sí, yo tomé su mano. Esther saca su potente cámara, observo a mi acompañante mirándome. Qué gusto poder tener la imagen, una demostración de que este momento fue real. Miro que al lado de la bolsa de mandado que mi vecina detiene con la mano izquierda, hay un bastón. Haciendo un gesto de dolor me explica en árabe, lo que le pasó. Quisiera saber su edad, le digo la mía, pero a saber si me entendió; dibujo el número con mi dedo, ella en su mano hace lo mismo, pero qué raro, primero marca un cinco y antepone el cuatro. Debo suponer que el Árabe también se escribe como el Hebreo, de izquierda a derecha, parece que no solo las letras, también los números. Los pasajeros ya son menos. Esther le explica a Oshi: está parada debe haber sido como la estación Pino Suárez en hora pico.

Todos los pasajeros están con los ojos clavados en lo que decimos y hacemos la musulmana y yo, que no nos hemos soltado la mano. ¡Están impresionados! – dice Esther – a esta mujer nadie la ha visto. ¡Creo que ya nos tenemos que bajar! ¡Vamos! ¡apúrate Shosha! – grita. Le doy un beso a mi preciosa compañera. Ella me llena de las palabras dulces que ha escuchado en toda su vida. Jamás nos volveremos a ver. Yo tengo su foto. Bajando me la enseña Esther. ¡Quedó pre-cio-sa! Estoy feliz.

Petra, Jordania (Primera parte)