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¿Por qué tanto odio a los monitos?

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Raquel Castro

Platicaba con una amiga que tiene hijos y ella se quejaba: “a Dan no le gusta leer: nada más quiere estar con sus cómics. ¿Por qué no hablas con él?” Yo pensé que Dan, a sus 16 años, me iba a mandar por un tubo; pero parece que soy la amiga cool de su mamá, gracias a que nos gustan las mismas películas de horror. Así que el muchacho salió de su cuarto ante los gritos de su mamá y accedió a sentarse un rato con nosotras en la mesa de la cocina.
¿Qué andas leyendo? —le pregunté, señalando con la mirada el librote que traía en las manos.

¿Leyendo? ¡No está leyendo nada! ¡Está viendo puros monitos! ¡Ve, ni siquiera tiene letras! —interrumpió su mamá.

No la juzguen mal: es buena gente, pero a veces le sale lo intolerante, sobre todo cuando se trata de sus hijos no-lectores. En todo caso, la mandamos a la tienda por refrescos y solo cuando escuchamos que se cerraba el portón Dan me tendió el libro. Era Emigrantes, de Shaun Tan, un libro bellísimo que narra la historia de un hombre que se va de su lugar de origen a otro lado, donde trata de sobrevivir y adaptarse a las costumbres del nuevo sitio (no les cuento el final para que consigan el libro, realmente es una chulada). Lo mejor de todo es que, efectivamente, no tiene una sola palabra: las ilustraciones son tan elocuentes que no hacen falta. En cambio, tiene un aire de surrealismo que lo hermana con Remedios Varo y Leonora Carrington.

Dan me dijo que un amigo se lo había prestado y que ya era la tercera vez que lo releía, que estaba lo más. Le recomendé otros dos libros de Shaun Tan y algunas novelas gráficas de las que soy fan. Él me dijo de otras que yo ni idea tenía que existían y coincidimos en que hay unas de zombis muy buenas.
Cuando mi amiga regresó con los refrescos y nos escuchó intercambiando tips torció la boca.

Los adolescentes tienen que leer, no estar con monitos —insistió.

Beto torció la boca igualito que ella.

Los adultos tienen que leer cosas serias, no las revistas Barbie de mi hermana — respondió imitando el tono que había usado mi amiga. Y entonces ella se descosió: que si los cómics son intrascendentes e infantiles, que si no aportan nada a la educación, ¡que muchos son resúmenes de libros serios, trampas para pasar exámenes sin leer!

Cuando se le terminó el aliento le comenté la historia aquella del conejito que nunca aprendió a lavarse los dientes (que ustedes quizá ya conocen) y de lo importante que es que la lectura sea placentera. Y le dije, de una vez, que desde mi punto de vista, si bien es cierto que existen cómics de poca calidad, también hay unos excelentes.

Acá entre nos, yo creo que una novela gráfica puede ser tan bella como un libro sin dibujitos. Lo que en uno se evoca con palabras, en el otro se plasma con dibujos. En ambos puede haber una historia capaz de hechizar al lector. Son artes cercanos entre sí, que dan y reciben uno del otro, pero que tienen sus características individuales. Y, sobre todo, sin jerarquías: ¿a poco podemos decir la pintura es superior a la escultura? Pues no, ¿verdad?

Con respecto a las trampas para no leer: desde mi punto de vista, siempre será mejor que se refinen, por decir algo, Los bandidos de Río Frío en la excelente versión gráfica de F. Haghenbeck y BEF a que bajen un resumen mal hecho de El Rincón del Vago. O que se acerquen a la Historia (así, con mayúscula) a través de obras como Maus, de Art Spiegelman (que habla de las vivencias del padre de Spiegelman, judío polaco sobreviviente del Holocausto). Capaz que les conmueve tanto que luego se asoman a otros libros sobre el tema. O no. Pero al menos habrán estado expuestos al arte en otra de sus presentaciones…
Préstale a tu mamá Emigrantes, le dije a Dan cuando me di cuenta de que no me había parado la boca en cerca de una hora. O mejor: léanlo juntos. Los dos torcieron la boca, pero juntaron sus cabezas frente al libro abierto. Creo que ni cuenta se dieron de cuando me fui.

Un par de semanas después volví a ver a mi amiga. Yo no quise preguntarle de Dan y los monitos porque la verdad sí me da pena ser de pronto tan hablantina, pero ella sacó el tema. Todavía esperaba que alguna vez su hijo se decida a leer libros “de verdad”, dijo. Yo nomás suspiré. Pero justo cuando pensaba que toda mi cháchara interminable de aquella vez había sido inútil, mi amiga sonrió, traviesa, y me preguntó:

¿Quieres ver qué libro estoy leyendo?

Antes de que le contestara sacó de su bolso un ejemplar de Maus.

¡Está tremendo! —me dijo—. Cuando lo termine se lo paso a Dan.

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