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Proclama de 1799: un estado judío independiente (primera parte)

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Isis Wirth

Si bien la Revolución Francesa emancipó a los judíos, haciéndolos ciudadanos, la liberación efectiva del pueblo de David se debió a Napoleón.

Tras el decreto de la Asamblea Constituyente del 27 de septiembre de 1791, que les confirió igualdad de derechos, los judíos continuaron viviendo en sus comunidades, con sus propios sistemas de justicia y estado civil.

La Convención, debido al ateísmo, cerró las sinagogas y prohibió hablar Hebreo, lo cual no era una medida discriminatoria per se, sino que formaba parte de la política lingüística centralizadora de los jacobinos. Los revolucionarios, pese a haber dado lugar a su emancipación, les hicieron la vida bastante difícil a los judíos en tanto creyentes.
Napoleón se propuso que fuesen ciudadanos por completo, con todos los derechos y deberes que esto implica.

Acaso tal decisión se produjo tras la victoria de Austerlitz, cuando en el camino de regreso a París se detuvo en Estrasburgo, donde un asunto contencioso con los judíos locales dispuso su simpatía en favor de estos.

Pero no hay que desestimar que ya había efectuado el Concordato con la Iglesia Católica; quería asentar todos los cultos dentro de determinados valores (es decir, la laicidad) porque entendía que la religión no podía desarraigarse. Hizo abrir las iglesias, y acordó la libertad religiosa a los protestantes. Los judíos debían gozar del mismo derecho que católicos y protestantes.

¿Habría que ver en la predisposición favorable de Napoleón hacia los judíos el hecho de que en su Córcega natal el antisemitismo era desconocido porque casi no había judíos? Sin embargo, Córcega liberó a estos bastante antes que lo realizado a partir de la Revolución Francesa. (¿No había dicho Jean-Jacques Rousseau que esa isla un día asombraría al mundo?) Y, cuando en Ajaccio Napoleón huía de las huestes enfurecidas de su enemigo Paoli, proinglés, salvó la vida porque el judío Levy lo escondió.

Napoleón, precursor del sionismo

Lo cierto es que en su primera campaña como general en jefe del Directorio, la de Italia entre 1796 y 1797, ya liberó a los judíos de los guetos porque le resultó insoportable el sufrimiento de estos. Primero fue el de Ancona, el 9 de febrero de 1797. Le siguieron los guetos de Roma, Venecia, Verona y Padua.

Su siguiente campaña fue la de Egipto, en 1798. El ejército republicano se adentró en el territorio que llamaron Siria y hoy es el Estado de Israel. Napoleón, no obstante, sabía muy bien qué suelo estaba pisando. Cuando se aproximaba a los Santos Lugares, llamaba al sabio Gaspard Monge a su tienda para que le leyera en voz alta pasajes de la Biblia. El ejército de ateos parecía sucumbir al fervor religioso. Y el general en jefe hasta buscó inspiración en el cruzado Godofredo de Bouillon cuando este tomó Jerusalem.

El 9 de av (Tisha Be Av) es “el día más triste en la historia judía”, el “día de la calamidad”, que recuerda la destrucción tanto del Primer Templo como del Segundo. Ese día, mientras estaba en Siria (¿o fue ya en Italia?), Napoleón pasó por una sinagoga y oyó gritos, llantos y alaridos. Intrigado, entró y preguntó cuál era la causa de tanto dolor. Se le contestó: “Nuestro templo ha sido destruido”. Bonaparte entendió por templo una sinagoga. Adujo: “¿Cómo es posible que no supiese nada? ¡Nadie me ha informado que vuestro templo ha sido quemado!” Se le dijo que ello había sucedido 1 700 años atrás. Se detuvo a reflexionar y exclamó: “Un pueblo que recuerda tanto su pasado tiene su futuro asegurado”.

El asedio de San Juan de Acre (hoy Akko, en Israel) tuvo lugar entre el 20 de marzo y el 21 de mayo de 1799. Los franceses contaban tomarle la ciudad a los turcos, quienes estaban muy bien sostenidos por los ingleses.

En pleno asedio, Napoleón escribió una proclama, el 20 de abril, en la que aparece que fue redactada en el ‘cuartel general de Jerusalem’. Se titula: Proclama a la nación judía. Con la que creaba un estado judío independiente. Bonaparte pensaba ocupar San Juan de Acre (lo que no logró), para de ahí dirigirse a Jerusalem y hacer realidad su proyecto del estado judío. Los ingleses se le atravesaron.

En esa proclama, el ‘corso vil’ (como lo llamó José Martí) denomina a los judíos como “los herederos legítimos de Palestina”. Se leía: “¡Apresuraos! Es el momento que no volverá tal vez de aquí a mil años para reclamar la restauración de vuestros derechos civiles. (…) Tendréis derecho a una existencia política en tanto nación entre las naciones”.

Se ha visto en tal proclamación el origen del sionismo. Curiosamente, el ‘corso vil’ llama a los judíos de Asia y África a que retornen a la nación judía que se va a crear. Pero no convoca ni a los franceses ni a los europeos: ¿tenía ya en mente el plan de integración que luego implementaría con el pueblo de Moisés en territorio europeo?
¿Se apoyó sobre textos bíblicos, ya que muchas de sus referencias prácticas provenían de la historia antigua, cuando llamó a la reunión de la nación judía en Tierra Santa? ¿O quiso ponerse al frente de ese Estado? Al parecer, esta probable obsesión no lo abandonó: el 16 de agosto de 1800 escribía que “si yo gobernara una nación judía, restablecería el templo de Salomón”.

Lo cierto es que su proclama a la nación judía fue utilizada por Theodor Herzl, el fundador del sionismo, e incluso se habría presentado en la ONU en 1947, con vistas a la creación del Estado de Israel. (Napoleón III, el sobrino del ‘corso vil’ que tanto seguía al tío, se interesó en principio en un proyecto de índole sionista que le había propuesto Henri Dunant, el fundador de la Cruz Roja).

Theodor Herzl, en carta al Kaiser Wilhelm II, del 1 de marzo de 1899 escribió: “La idea que yo defiendo (la de un Estado judío), ya fue intentada en este siglo por un gran monarca europeo, Napoleón I. La instauración del Gran Sanedrín en París no fue sino el muy débil reflejo de esa idea. (…) Es sobre este mismo signo que conviene situar la cuestión judía. Desde entonces, lo que no fue posible bajo Napoleón I, ¡que lo sea bajo Wilhelm II!”

Exactamente cien años después de la proclama napoleónica, Herzl le dirigía esa carta al Káiser. Y unos cincuenta años más tarde, David Ben Gurión declaraba la independencia de Israel.

La oportunidad, según Bonaparte, que en mil años no volvería a presentarse, se vio reducida a 150 tras su idea fundadora.

Continuará...