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¿Qué es la violencia de género?

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Sara Cohen Shabot *PhD en Filosofía Directora del Programa de Estudios de Género de la Universidad de Haifa

Cuando se habla de violencia de género, frecuentemente lo primero que nos imaginamos es a una mujer golpeada o asesinada por su marido. Es cierto que este tipo de violencia es aún uno de los más graves y comunes tanto en sociedades conservadoras como en sociedades abiertas y progresistas. Y es que hasta en los países más igualitarios – los nórdicos, por ejemplo – encontramos que la violencia doméstica hacia las mujeres no ha sido eliminada. Sin embargo, creo que muchos no percibimos una larga lista de fenómenos, que son más sutiles pero de ninguna manera insignificantes, los cuales son también parte importante de la llamada violencia de género.

Hablemos por ejemplo de lo que sucede en las sociedades abiertas, occidentales y modernas. Estas sociedades continúan siendo patriarcales en sus valores y sus instituciones. En ellas es altamente común que las mujeres sean vistas y consideradas objetos sexuales u objetos estéticos – existentes principalmente con el fin de satisfacer necesidades de los que sí son considerados sujetos: los hombres. Más de uno o una ahora levantarán las cejas, sorprendidos y se dirán: “yo no considero a las mujeres objetos, ni creo que existen solo para satisfacer a los hombres”. Lo cierto es que nuestra cultura, fundamentada en el sistema capitalista y el chauvinismo, se encarga de transmitirnos ese mensaje constantemente y de manera poderosísima, de forma tal que es casi imposible resistirnos a él. Nuestro ambiente está plagado de imágenes de mujeres ofreciendo su cuerpo, su sexualidad, listas para ser consumidas. Algunos hasta se han referido a este fenómeno como rape culture, es decir, una cultura en la cual la violación (o la existencia de las mujeres como objetos puramente sexuales, deseables, listas para ser penetradas) es nada menos que la norma. Tanto hombres como mujeres absorbemos e internalizamos estos contenidos desde edades muy tempranas y aprendemos a actuar conforme a ellos. Esta cosificación de las mujeres va mano a mano con su deshumanización y, por tanto, permite finalmente la violencia hacia ellas. El trayecto puede sonar en un principio complejo o difícil de justificar, pero en realidad es bastante simple: la cosificación y deshumanización son la base de la violencia: si me encuentro frente a alguien que en realidad es un ‘algo’ – un ser carente de derechos básicos, de subjetividad, de libertad – no hay razón para que no pueda yo consumirlo, utilizarlo, dominarlo a mi gusto y según mis necesidades del momento. Esto es violencia de género.

Una de las tristes características de este fenómeno es que casi siempre somos ciegos ante él, nos cuesta percibirlo (en especial sí somos parte del grupo que domina y no de sus víctimas) y frecuentemente nos parece parte natural de nuestra realidad. Vamos por el mundo pensando que es normal que las mujeres no puedan viajar ‘solas’ (solas significa en este caso sin hombres que las defiendan o acompañen), que no puedan caminar solas por la calle al oscurecer, que sean constantemente ‘piropeadas’ a su paso por las banquetas, que sean cuestionadas por su vestimenta, su maquillaje, la manera en la que caminan, en la que se mueven, la talla que visten. La cosificación de las mujeres es la base de una gran variedad de tipos de violencia de género: las mujeres pueden ser prostituidas, vendidas y compradas, utilizadas sexualmente por extraños o por sus propios maridos porque finalmente no son real y profundamente consideradas sujetos; porque sus derechos importan menos, porque son siempre ‘el otro’.

La violencia de género es toda actualización y consolidación de esta otredad: es pagar salarios menores a las mujeres, es ‘limitarles el gasto’, es humillarlas sin sentir que estamos haciendo algo malo. También es sexualizarlas en contra de su voluntad, controlar su fertilidad, decirles que es necesario esconder y avergonzarse de su menstruación, indicarles cómo y cuándo han de embarazarse y cómo y en qué escenarios – solo dentro de los hospitales, controladas por los obstetras – han de parir. Violencia de género es controlar y ‘domesticar’ o ‘disciplinar’ constantemente los cuerpos de las mujeres: “sé bonita y calladita”, “no te ensucies”, “cruza las piernas”, “no protestes”, “depílate”, “baja de peso” “maquíllate (pero no mucho)”, “vístete a la moda (pero sin mostrar demasiado)”, “no amamantes en público”. Todo esto y más es parte cotidiana de la forma en la cual las mujeres – especialmente sus cuerpos – son dominados y disciplinados de manera casi invisible; de la forma en la cual la violencia de género es ‘normalizada’ y ‘naturalizada’ en nuestras sociedades.

Ahora bien, es cierto que también los hombres han sido sexualizados como parte de la cultura de consumo y que también ellos tienen que ‘domesticar’ sus cuerpos según ciertas reglas culturales. La diferencia es que el hombre ocupa en principio una posición privilegiada dentro de la sociedad patriarcal y su cosificación tiene consecuencias menos dramáticas y menos violentas y dañinas. Finalmente, los hombres podrán resistirse con más facilidad a esta cosificación simplemente por tener más opciones culturales y sociales, por tener más libertades, por contar en principio con más poder y más derechos y por ser considerados – generalmente – más que ‘un simple cuerpo’.

Violencia de género es también sancionar a quien no cumple con las expectativas que la sociedad tiene de su ‘sexo biológico’: si mi sexo al nacer es femenino, por ende, necesito identificarme como mujer y preferir sexualmente a hombres; si ‘nací masculino’, entonces se espera de mí identificarme como hombre y desear a las mujeres. Resulta entonces que toda desviación de estas expectativas es castigada a través de violencia – sutil o expresa. Así, la homosexualidad o el transgénero son sancionados con el rechazo social, la marginalización, la humillación y también, frecuentemente, con actos de manifiesta violencia física.

Por último, unas palabras acerca de qué es lo que podemos hacer para enfrentar esta violencia. Es fundamental dejar de culpar a las víctimas: demandar que quien sufre de violencia de género ‘haga algo’ para evitarla, o sugerir que comportándose de otra manera (vistiéndose diferente, siendo más recatada, cumpliendo las expectativas) la violencia en su contra disminuirá, es tan absurdo como decirle al judío que es responsable del antisemitismo, o que cambiando su actitud y ‘cumpliendo las reglas’, el antisemita dejara de odiarlo. Lo cierto es que el único responsable de la violencia de género es quien la ejerce y la perpetúa. Pero aun los mismos perpetradores de esta violencia no son del todo responsables: también ellos y sus actitudes son producto de generaciones de hegemonía masculina y de una cultura que nos ha inculcado la creencia de que el género es rígido, que las mujeres son objetos y que los hombres, para ser ‘verdaderamente hombres’, han de dominar a las mujeres, sexualizarlas y perpetuar su cosificación. Ser diferentes y confrontar estos mensajes es ser ‘menos hombres’, ser débiles, ‘mandilones’, ‘maricas’. Sólo cuestionando y desbaratando estas ideologías, siendo conscientes de lo destructivas que son para todos y todas y resistiéndolas – criticándolas y creando alternativas – podremos comenzar a desarmar a la violencia de género.