Mi Cuenta CDI

Ser parte y testigo de la Historia

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Nina Medrez

Ser parte y testigo de la Historia es un privilegio y, en algunas ocasiones, una responsabilidad difícil de enfrentar.

Siempre he estado agradecida por todo lo que me ha tocado vivir, ver y sentir durante tantos eventos, a lo largo de mi vida.

A mi generación nos tocó vivir un siglo tormentoso, pero a la vez hemos vivido giros en la Historia que, en su momento, parecían sueños muy remotos.

Todos los momentos marcaron mi vida de una manera u otra, pero lo que dejó en mí una huella imborrable fue, sin duda, la Guerra de los Seis Días.

Me regreso en el tiempo, me veo en una excursión del colegio, a los doce años; estoy parada sobre una colina, observando la ciudad de Jerusalem a lo lejos.

El maestro nos muestra la ciudad y nos dice:“Fíjense bien, hacia allá, derecho, ahí está el Kotel”.

Para ser honesta, yo no tenía idea hacia dónde dirigir la mirada, pero sí quería mirar, tenía el deseo de ver, soñaba con ver algo. ¿Me volteo hacia él y pregunto, “¿Algún día lo podré ver de cerca?” Su respuesta es:“¡Betaj!”, claro que sí.

Pasaron seis años y yo estoy en mi servicio militar. Es el mes de mayo de 1967, y la situación en el país es muy tensa. Se ven venir vientos de guerra.

Llego a mi casa y recibo la orden de presentación inmediata a mi base; me despido de mis padres, quienes me miran con gran preocupación, y me voy.

Nos trasladan a Jerusalem. Durante tres días me acompañan los cañonazos, los aviones que vuelan y las obligaciones que tengo que cumplir.

No hay tiempo para pensar, ni miedo por sentir. Estamos enfrascados en nuestras tareas y esa es la prioridad.

¡De repente, llega la noticia!:“¡El Kotel está en nuestras manos!”

Difícil describir la euforia, el júbilo; es la locura. 

A las pocas horas me veo abordo de un jeep. La caravana transita por un sendero marcado libre de minas. La emoción es indescriptible: estamos a punto de ver y tocar ese lugar que hasta hace una hora solo se encontraba en nuestros sueños.

Llegamos caminando a un callejón, algo oscuro, y nos detuvimos; nos miramos uno al otro sin poder decir una palabra, cada uno sumido en sus pensamientos y sentimientos.

El viernes de esa misma semana, regresaron los tanques y se colocaron en Kikar Zion, como en un abanico. Ahí comenzó el conteo: quién está, quién no, quién está herido y en dónde se encuentra… la alegría y la tristeza al mismo tiempo. Ahí comprendimos el costo de haber tenido el privilegio de vivir la culminación de esa visión milenaria de nuestros profetas.

Me queda claro que no nos fue regalado cada milímetro de esta tierra nuestra; con sangre y sacrificio ganamos la posibilidad de caminar por los senderos bíblicos, por los sitios sagrados, pisando el pasado, viviendo el presente y mirando hacia un futuro de paz; la alegría de ver la ciudad de Jerusalem reunificada, sin alambre de púas, ni barricadas a media calle que la divida, sin piedras, ni disparos sobre gente inocente.

No quiero entrar en política, ni ver el precio social que hemos tenido que pagar; creo que merecemos vivir en paz y en armonía como lo dice el profeta Isaías. 

“No levantarán la espada
un pueblo contra el otro.
Y no aprenderán a hacer
la guerra”.
Isaías, 2:4
Amén.