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Yad Vashem México. Bedrich Steiner: Sobreviviente 169101 (Segunda parte)

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Paloma Cung Sulkin

De la bendición paterna en las letrinas de Birkenau a la Bar Mitzvá en el CDI

“Recuerdo – contaba Bedrich- solo dos momentos emotivos con mi papá: uno, en que íbamos caminando a la sinagoga y yo iba tomado de su mano, algo muy cercano y cálido se dio entre los dos. El otro fue en Birkenau. Me mandó decir que me quería ver a cierta hora en las letrinas. Nos encontramos, me pidió que inclinara la cabeza y me dio una brajá, yo sabía que nos estábamos despidiendo”. “La educación judía en Praga era bastante liberal, yo iba al Macabi y cuando cumplí los trece años estaba en el campo así que no pude hacer la Bar Mitzvá”. Moisés Harari, en un artículo publicado en el CDI, comenta: “El Sr. Steiner, rompiendo paradigmas a los 81 años de edad, cumplió con el precepto del Bar Mitzvá. Vestido con sus Tefilín y Talit subió a bendecir la lectura del Séfer Torá elevando sus plegarias al cielo. Ahí recordó a su padre y describió los sensibles momentos de su último encuentro con él en las letrinas de Auschwitz”.

“Logró la admiración y respeto de líderes comunitarios, de pastores, rabinos y políticos. En mi caso, tuve el privilegio de viajar varias veces con él y con Hanna su esposa, representando a Yad Vashem, en eventos del 27 de enero, Día Internacional del Recuerdo de los Mártires del Holocausto, invitados por el pastor Felipe García, y coincidir en muchos otros en el DF. Eran ellos una pareja que emanaba un espíritu de camaradería por el semblante afable de ambos, y por su conversación siempre ágil y puntual”.

Visitar Yad Vashem, leer, estudiar y conmovernos con todo lo que nos exige el interés por la Shoá, palidece al oír las experiencias de boca de un sobreviviente. Estar frente a Bedrich, observar el movimiento de sus ojos, como recordando y reconstruyendo las escenas, escuchar la información del inframundo y verse a los ojos nuevamente, es una experiencia estremecedora, que vuelve el momento imborrable. Oírlo narrar el episodio de la llegada de los húngaros a Auschwitz, sin entender el idioma, las llegadas eran generalmente de noche, con reflectores, perros y gritos, sin ver ni entender dónde estaban, porqué los golpes, porqué la furia, con los niños en los brazos, repetían las frases que él aprendió a fuerza de oírlas: “¿Hova valoshi?” que quiere decir “¿De dónde eres?” o “Nemtudom” que significa “No entiendo”, contestaban a los gritos y órdenes en alemán. Llegaban con el tren al pie de las cámaras de gas. El texto que describe este episodio, incluido en el libro El rostro de la verdad, lo dedica como una lápida por los judíos húngaros.

Bedrich formaba parte de un grupo de noventa jóvenes en Auschwitz, seleccionados y asignados a diferentes destacamentos. Realizaban trabajos especiales, y como eran los únicos niños-adolescentes les tenían algunas pequeñas consideraciones. Tenían la oportunidad de moverse por el campo y ser testigos de escenas aterradoras. Unos estaban asignados a llevar con celeridad mensajes a los funcionarios alemanes de un lado al otro, y los llamaban “loifers” o corredores. Otros hacían la limpieza, “otros jalábamos carretas, y llegábamos cerca de las cámaras de gas donde se quedaban las maletas y propiedades que se llevaban a un almacén para clasificarlas. Otros tenían el trabajo de sacar los dientes de oro, y algunos se guardaban bolsitas con ellos por si se salvaban. Nunca vi tantos dientes de oro”. Cuando fue liberado de Mauthausen, Bedrich de 14 años, y parte del grupo de estos jóvenes quedaron entre los sobrevivientes. Siempre se mantuvieron en contacto y escribieron entre todos un libro de recuerdos con documentos y testimonios 50 años después, llamado Los chicos de Birkenau, que editó John Freund. Michael Kraus, uno de los chicos del grupo, formó parte de la revista Kamarad que se publicaba en Therezin.

Entre los documentos del libro, se encuentran unas tarjetas postales que se escribían desde Therezin, o desde Auschwitz hacia el exterior con frases encriptadas, posfechadas con quince días, porque pasaban censura y seguramente llegarían a su destino cuando el que la escribió, ya estuviera muerto. Una especie de esquela escrita en vida. Una de ellas es de su madre y la recibió 50 años después por personas que vivían en Praga. “Está escrita por mi madre. Al leerla pienso que me trae un mensaje, sin haber sido dirigida a mí, yo estaba en esos momentos con ella. La gente se despedía entre líneas”.

Las luces del pasado

Conversando con Hanna en su departamento, después de le ceremonia de Shloishim* en el templo, tuve la oportunidad de conocer un período feliz y creativo de Bedrich. Después de la guerra, finalizó sus estudios básicos, y cursó dos carreras, la de Periodismo y Cinematografía, en la Universidad Carlos IV, fundada en 1490, la segunda más antigua de Europa. Tuvo varios trabajos: en una fábrica de automóviles, en una de bolsas después, y finalmente fue camarógrafo y reportero para la televisión checoeslovaca. Hanna trabajaba en el Archivo y ahí se conocieron. Las maravillosas fotos que Hanna conserva de Bedrich, dan fe de este período de sus vidas.

Se casaron en 1962, fueron padres en 1963 y en 1968, el 21 de agosto cuando entraron los tanques rusos a Praga, ignorando lo que sucedía, -a pesar de que su pequeña hija de 5 años observó que había muchos soldados. Sin prestarle atención tomaron el avión que los llevaría de vacaciones a Bulgaria donde se enteraron de la invasión rusa. De ese momento en adelante y a pesar de las dificultades, tomaron la decisión de emigrar. Tenían una visa para Yugoslavia, y opciones de tocar la puerta en Australia y Canadá con unos amigos, o dirigirse a México donde residía un familiar: Hans Penhas. Un amigo de la televisión en Belgrado, el Dr. Cikl, les arregló los pasaportes y ya sabemos el destino que eligió Bedrich. Llegaron precisamente el día que empezaban las Olimpiadas en México. Todo este período que me narra entusiasmada Hanna, se interrumpe y regresa intempestivamente a la realidad de la pérdida, del vacío, sorprendida por las reacciones extrañas que una persona puede tener frente a su duelo, y me confiesa que pasa muchas horas sentada en una mesa desde donde puede ver el lugar exacto donde se desvaneció Bedrich. Recrea por horas una y otra vez la escena, y yo pienso: el número de veces que lo vio caer, fueron las necesarias para que aceptara la estafeta de reproducir una vez más su voz y el mensaje de su misión “para que no se olvide”, pues me informa que aceptó la invitación del pastor Felipe García, el pasado 27 de enero, Día Internacional del Holocausto, en Chiapas, para decir unas palabras en su nombre.

Como epílogo transcribo el siguiente párrafo, que es el prólogo del texto con el que participó Bedrich en el libro El rostro de la verdad: “Este pequeño escrito sirve como piedrita que se pone sobre la tumba de los muertos. Piedrita por piedrita para que el cúmulo de estas crezca y se eleve más y más, hasta las alturas y nunca desaparezca de nuestra memoria”.

Querido Bedrich, muchos te extrañaremos muchísimo.

Yad Vashem México. Bedrich Steiner: Sobreviviente 169101 (Primera parte)