La tienda de los 7 fracasos

Categoría: Secundaria
Género: Cuento
Título del trabajo: La tienda de los 7 fracasos
Seudónimo:Estrella
La tienda de los 7 Frascos

En mi ciudad los robots controlaban casi todo, las calles siempre estaban iluminadas, las casas se limpiaban solas y una voz automática te decía que comer y qué ponerte. Te recordaba la hora de dormir y qué hacer al otro día. Parecía perfecto, pero la gente ya no decía por favor ni gracias, las risas eran raras, los abrazos casi ya no existían. Incluso algunos adultos decían que sentir era una pérdida de tiempo, que las emociones solo estorban para ser “eficientes”. A veces pensaba que nosotros mismos nos estábamos convirtiendo en robots.

En medio de toda la ciudad estaba la tienda de mi abuela , la “Tienda de los 7 Frascos”, era pequeña pero siempre estaba brillando, todo era de cristal con un olor muy especial , los estantes estaban repletos de unos frascos diminutos de colores con nombres de emociones, Amor, Tranquilidad, Calma, Valentía, Felicidad, Tristeza y Enojo, bastaba con comprar uno y según todos, la emoción te llenaba en un segundo.

Los frascos de tristeza y enojo eran los que menos se vendían pero para mí eran los más especiales. El de tristeza parecía ser un cielo en miniatura. Cada vez que lo sacudías caían unas gotas que parecían ser lluvia . La gente decía que lloraban por un rato y sentían el pecho más ligero como si hubieran dejado ir una tormenta;  el de enojo estaba tibio como una piedra calentada al sol,  quien lo probaba decía que le daba más fuerzas para defender lo que querían.

Una tarde, mientras acomodaba los frascos, mi abuela me llamó desde el mostrador. —Lu, ven, necesito contarte algo. —¿Qué pasa, abuela? —pregunté, sintiendo un nudo en el estómago. Ella me miró fijo. —Estos frascos… no tienen nada dentro. Me quedé sin palabras. Mi abuela destapó uno de Felicidad y me lo mostró. Solo había aire. —Pero… la gente siente algo cuando los abre —alcancé a decir. —Porque creen que pueden sentirlo —respondió tranquila—. La emoción siempre estuvo aquí —se tocó el corazón—. El frasco solo les recuerda lo que ya tienen. —¿Entonces les estamos mintiendo? —No, Lu. Les damos una chispa para que recuerden buscar dentro de ellos. Sin esa chispa, muchos jamás lo intentarían.

Esa noche no dormí ¿Decirle la verdad al pueblo o guardar el secreto? Sentía que los frascos me miraban como si esperaran mi respuesta .

Al amanecer puse un cartel en la puerta:

“La verdadera emoción vive en ti, estos frascos solo te ayudan a encontrarlos”

No cerramos la tienda. La gente siguió entrando. Algunos se quedaban un momento frente al letrero, en silencio, como si una idea nueva les estuviera dando vueltas por dentro.

Luego

entraban, compraban su frasco y se iban pensativos, sin hacer preguntas.

Mientras los miraba salir, mi abuela me tomó la mano. —Lo hiciste bien, Lu —dijo con una leve sonrisa. Lu sonrió para sí. Tal vez la ciudad empezaba a recordar que sentir nunca fue una pérdida de tiempo pero aún la gente seguía comprando frascos sin detenerse.

Lu le dijo a su abuela: abuela podemos decir que se acabaron los frascos de felicidad a ver si la gente volvía a pensar por sí mismos, la abuela no estaba tan convencida pero le dijo a Lu que si.

Cuando la ciudad se enteró de la noticia, todos fueron a la Tienda de los 7 Frascos a ver que estaba pasando, habían miles de personas afuera de la tienda para encontrar la emoción todos estaban gritando: queremos felicidad una y otra vez pasaron 20 minutos y la gente no paró de gritar

Lu se dio cuenta de que si no decía nada no iba a lograr su objetivo que era que la gente piense por sí misma, así que se puso a pensar que podía hacer hasta que por fin decidió que le iba a decir la verdad a toda la ciudad , pero no tan fácilmente, el plan de Lu era agarrar un frasco de tristeza y ponerle una etiqueta de felicidad encima.

Lu salió de la tienda y gritó hacia la gente : La verdad es que no se acabaron los frascos de felicidad, solo queda una, y se la daré a alguien. Lu escogió a una persona al azar y le dio el frasco, la persona lo abrió y de inmediato mostró felicidad, quita la etiqueta que dice felicidad le dijo Lu a la persona que escogió. Cuando quitó la etiqueta toda la gente vio que dice tristeza, todos estaban en silencio hasta que Lu explicó : Ese era un frasco de tristeza pero le puse una etiqueta de felicidad encima y todos creyeron que se trataba de esa emoción, la gente no entendía porqué o para que Lu haría eso. Lu se armó de valor y dijo: La verdad es que los frascos siempre estuvieron vacíos, lo único que hacían era ponerle una etiqueta de la emoción y pintarlo de ese color, las emociones siempre estuvieron dentro de ustedes no del frasco, era su propia fe, lo que los hizo pensar que habían comprado una emoción. La abuela de Lu tomó su mano y le dijo lo hiciste muy bien, te felicito. Lu sonrió y la abrazó.

Un mes después, la ciudad ya no era la misma. Las calles estaban llenas de abrazos, las risas regresaban y los adultos dejaron de decir que sentir era una pérdida de tiempo . Poco a poco, todos recordaron que las emociones no eran un estorbo, sino lo que los hacía humanos.

¡Fue así como Lu salvó la ciudad!