Vidas paralelas

Vidas paralelas
Secundaria
Jenga

Azoté la puerta de mi cuarto con todas mis fuerzas. Los gritos de mi mamá me revientan los oídos.

¡Ahora sí me las va a pagar! ¡Yo no sé de dónde sacó ese carácter, pero esa jovencita va a tener que aprender a las malas que yo soy su mamá y que me respeta! ¡Y una más que se meta con su hermano y ahora sí que la mando a un internado!-

Sus gritos solo hacen que me duela más la cabeza. Mi mamá se la vive gritando, bueno, toda mi familia. Estoy segura que “mi carácter” lo saqué de ella. Hasta mi papá me lo dice cuando se enoja conmigo. A veces me dan ganas de gritarles que ya no soy una niña chiquita. ¡Tengo quince años y me tratan como si tuviera nueve!

Ahora me tiemblan las manos y cada vez se me acelera más la respiración. Siento que podría romper la pared de un golpe. No dejo de pensar cuánto odio a mi hermano Salo. Qué molesta persona es. No le costaba nada bajar tantito el volumen de la tele. Pero como siempre, se pone a llorar y a gritar, y el castigo lo tengo yo.

Jessy, mi hermana mayor, siempre se pone de su lado y me dice que yo a su edad era igual. Además, ¡ella no es nadie para hablar! como si no hiciera un problema gigante si me pongo su chamarra cuando ella usa todo mi closet sin pedirme permiso! ¡Todos son insoportables!

Me senté en mi cama para intentar calmarme. Ya son las once, y mañana tengo que despertarme a las 6:00 de la mañana para ir a la escuela. Que flojera.

Con cero ganas fui al baño para lavarme los dientes y la cara. El agua fría me dio escalofríos; seguía muy tensa de el coraje que hice. Me estaba viendo en el espejo, pensando en que mañana me voy a despertar hinchada por haber llorado… Ugh! Me salió un maldito grano. Como si quisiera recordarme que hoy todo salió mal.

Vi la hora: una y media de la mañana. Deje el teléfono, pero tenía ganas de aventarlo… Mañana quiero quedarme todo el día en la cama. Apenas es miércoles y ya se que esta va a ser una muy mala semana. Últimamente todas mis semanas son malas. Semanas que se convierten en meses y meses que se convierten en años… ¿Por qué mi vida es tan difícil?

– Sara, tuviste algún sueño?- Me preguntó el doctor.

– Yo lo llamaría pesadilla.- Le conteste.

Recordar que soñé me provocó una sensación rara. Sentía que si existió, que sí lo viví. Que fue una vida paralela a esta, una de las muchas que podrían existir. Pero era tan horrible, llena de tristeza y dolor, que no podía imaginar vivir así.

Yo lo tengo todo: Una familia completa y unida, un cuerpo fuerte y sano, una casa cómoda y estable, comida y agua siempre que quiero, una escuela en la que recibo una buena educación y convivencia con amigas… Todo lo que en ese momento era un lujo imposible, aquí lo tenía a mi alcance. Respiré hondo y por primera vez en mucho tiempo, me sentí agradecida y afortunada de todo lo que tengo. De todas las cosas que vemos normales y damos por hecho cuando en realidad son privilegios que no todo el mundo tiene.

Me di cuenta que desperdicie 15 años de mi vida quejándome, exigiendo y sin estar satisfecha de nada. Siempre me fijaba en lo negativo, cuando la mitad de esos “problemas” los inventaba yo solita. Vivía en una constante competencia conmigo misma en la que buscaba la perfección, un concepto que ni siquiera existe. Porque no hay límite, porque todo está en la mente. Y lo triste, es que siempre nos damos cuenta cuando ya es muy tarde y no nos queda el suficiente tiempo para disfrutar y valorar la vida como deberíamos.

Este mes que estuve soñando me sirvió para despertar. Para decidir que quiero vivir feliz. Que quiero aprovechar mi vida al máximo. Que quiero dejar de desgastarme por cosas que no valen la pena y mejor agradecer lo afortunada que soy. Porque si lo soy y porque lo tengo todo para ser feliz y hacer un impacto positivo en el mundo.

Cuando salga de este hospital, voy a ser una niña diferente. Ya no voy a perder el tiempo en quejarme ni compararme con los demás. Voy a cuidar más lo que tengo, disfrutar cada momento y dar lo mejor de mí. Voy a ayudar más, sonreír más y preocuparme menos por lo que no puedo cambiar. No quiero volver a vivir dormida, ni en la realidad ni en mis sueños. Esta vez quiero estar despierta de verdad.

El día que supuestamente iba a salir del hospital llegó. Mis papás y mis hermanos estaban a mi alrededor, sonriendo, pero con los ojos brillantes de emoción y preocupación.

—Ya podrás volver a casa, Sara. —dijo mi mamá, acariciando mi hombro con cariño. Se que verme así la destrozaba. Me ama demasiado y siempre hace todo lo que puede para que estemos bien.

– Sara… ¿me escuchas? —preguntó mi papá suavemente, inclinándose cerca de mi cama. Ni en mil años podría agradecerles todo lo que han hecho por mi y mis hermanos. 

Jessy estaba abrazando a Salo. Los dos estaban llorando… Mi vida sin ellos sería incompleta.

-Ma, qué pasa?- Preguntó Jessy con la voz temblorosa.- Dijo el doctor que ya debería de sentirse mejor. – Jessy siempre se preocupa por mí, es su modo de mostrarme que me quiere ver bien.

Los amaba tanto. A todos. Son el mejor regalo que la vida me dio.

Y entonces, sin dolor, sin miedo, cerré los ojos y me dejé llevar. No hubo gritos, ni lágrimas desesperadas, solo un último suspiro tranquilo, como si finalmente estuviera despierta en la paz que siempre había buscado.