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Una herencia de valores

Centro Deportivo Israelita, A.C.

Después de 50 años, es verdaderamente digno del más grande orgullo admirar nuestro Festival y darnos cuenta de que su nivel de producción ha alcanzado proporciones técnicas y artísticas que nadie hubiera imaginado hace medio siglo. Ha logrado transformarse de algo casual y casi casero en un acontecimiento anual que trasciende mucho más allá de la imaginación de quien originalmente lo concibió. Ha sembrado, incluso, en algunas personas, la inquietud de seguir por un camino artístico, ya sea en danza, coreografía, dirección escénica o diseño de vestuario, desarrollándose en ámbitos donde su aporte y calidad han sido ampliamente reconocidos.

Sin embargo, y a pesar del paso de tantos años en los cuales casi todos los aspectos del Festival han ido cambiando y evolucionando, hay uno, quizás el más importante, que ha permanecido intacto desde el principio, sin que nadie se haya detenido a evaluarlo, estudiar su trascendencia o siquiera percatarse de que ha estado siempre ahí. Un aspecto que ha tocado las vidas de todas y cada una de las personas que alguna vez participamos en este evento, y que nos acompañará, aún sin saberlo, todos los días de nuestras vidas.

Me refiero a la capacidad natural que ha desarrollado el Aviv como medio para la transmisión de valores, contagiados literalmente a miles de personas con el paso de los años. Valores como la tenacidad y el esfuerzo, el trabajo en equipo, la persistencia, la superación, el sacrificio, la lealtad y tantos más, han acompañado la labor de cientos de grupos y miles de muchachos a lo largo de medio siglo, y son en realidad el mayor aporte de un evento que ha influido significativamente en el desarrollo personal de tantas generaciones de nuestra Comunidad.

Profesionistas, que aún sin recordarlo, son mejores en su actividad porque aprendieron que todo aquello que vale la pena merece un esfuerzo constante; padres y madres que asimilaron que la dedicación plena es indispensable para obtener los mejores resultados; industriales que se dieron cuenta de que eso que al principio parece imposible puede realizarse con una clara visión y el trabajo necesario. Y todo tipo de gente como tú o como yo, que todavía recordamos con una sonrisa en el rostro esa época en la que fue nuestro turno en el Festival.

La gran maravilla es que estos valores jamás han distinguido grupos o instituciones, bailarines de primera fila o de hasta atrás, coreógrafos premiados o decepcionados, personas de logística o de la dirección artística. Esto ha sido siempre la esencia de nuestro Aviv, que ha sabido flotar en el ambiente, ajena a todos los cambios, polémicas y embates que, a lo largo de 50 años, no han dejado de rondar el evento.

Es por esto que un enorme grupo de personas asistimos todos los años, participamos en polémicas, lloramos y gritamos, pero, a fin de cuentas, despedimos cada año con nostalgia a un gran amigo con el que esperamos reunirnos nuevamente al siguiente ciclo, una vez que se hayan invertido las horas de trabajo, los esfuerzos y la creatividad que se requieren para poder integrar nuevos miembros a esta hermandad de la cual, aún sin darnos cuenta, nunca dejaremos de pertenecer… ¡Bienvenidos al 50 Festival Aviv Carlos Halpert de Danza Judía– Yovel!

// Jorge Bercovich