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El riesgo de la ‘Economía Ficción’

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Moisés Tiktin

En este artículo comentaré sobre varios ejemplos de políticas económicas poco fundamentadas, donde los gobernantes, muchas veces con buena intención, creen que pueden manejar la economía sin tomar en cuenta las fuerzas del mercado o las propias restricciones económicas. Este tipo de políticas, que pueden agruparse bajo el concepto de ‘Economía Ficción’, han desembocado en colapsos económicos y sociales de gran magnitud. 

Alemania, después de la Primera Guerra Mundial, inició un régimen democrático bajo la República de Weimar, que buscaba ser un ‘Estado de bienestar’ (Welfare State) para dar empleo a los soldados que regresaban de la guerra, mejorar las condiciones de vida de su población y pagar las reparaciones de guerra impuestas por el Tratado de Versalles. Este objetivo, loable pero inalcanzable, resultó en un creciente déficit fiscal financiado con emisión de dinero, que desembocó en la hiperinflación de 1922-1924, que a su vez provocó el derrumbe de la clase media alemana. 

Pocos años después, Wall Street enfrentó la famosa Crisis del ‘29 que desembocó en una desconfianza absoluta en el sistema bancario, en quiebras masivas de empresas y en elevados niveles de desempleo. La Gran Depresión, cuyos peores años fueron 1930-1933, pero que tuvo una recaída en 1937-1938, concluyó hasta ya iniciada la Segunda Guerra Mundial. La pregunta clave es, ¿por qué una crisis bursátil desembocó en una crisis económica de esta magnitud y duración? 

La primera causa fue la decisión de la Fed para dejar de inyectar liquidez al sistema bancario, pensando erróneamente que esta no estimularía la actividad económica y solo alimentaría la especulación bursátil. El efecto de esta restricción en la liquidez o ‘Credit Crunch’ fue convertir una crisis bursátil en una crisis bancaria. Un dato interesante es que, ante la falta de liquidez, el dinero era tan escaso en Estados Unidos, que el peso mexicano tenía gran aceptación y se operaba con un premio en la frontera. La segunda causa es el proteccionismo iniciado en 1930 por Estados Unidos con la Tarifa Smoot-Hayley, que provocó una guerra comercial donde las tarifas promedio de importación en Estados Unidos pasaron del 25.9 por ciento en el periodo 1921-1925 al 50 por ciento en el periodo 1931-1935. Las exportaciones estadounidenses se redujeron de 5,200 millones de dólares en 1929 a 1,700 millones de dólares en 1932, ya que el resto de los países también incrementaron sus tarifas o devaluaron sus monedas, iniciando una guerra comercial. El colapso en el comercio internacional agravó la depresión económica, alcanzando el desempleo en Estados Unidos niveles del 25 por ciento en 1933. Es lamentable cómo este hecho es ignorado actualmente por el gobierno del presidente Trump. 

Muchos historiadores ven al presidente Roosevelt (quien gobernó de 1933 hasta que murió en 1945) como el hombre que logró sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión. Sin lugar a dudas, muchas de sus políticas fueron acertadas como la creación del seguro de depósitos (FDIC), la creación de la Comisión de Valores (SEC) y la separación, necesaria en ese momento, de las actividades bursátiles y bancarias (Glass Steagal Act). Estas medidas permitieron recuperar la confianza en los bancos al convertirse la Fed en el ‘Prestador de Último Recurso’, lo que se reflejó en un regreso de la confianza a finales de 1933 (cuando el Dow Jones que había bajado de 381 puntos en octubre de 1929 a 41 puntos en 1932, rebotó a niveles de 99 puntos). 

Sin embargo, muchas de las medidas de política económica implementadas por el presidente Roosevelt fueron distorsionantes y profundizaron el desempleo. Como lo señala la escritora Amity Schlaes en su libro The forgotten man, el incremento en las tasas impositivas, el creciente déficit fiscal, la rigidez salarial (impuesta por el Wagner Act) que desincentivaba a las empresas a contratar personal, la excesiva regulación y el otorgamiento discrecional de subsidios (con la creación de múltiples agencias gubernamentales), generaron tantas distorsiones en la economía estadounidense que provocaron en 1937 “una depresión dentro de la Gran Depresión”.

Mientras los países democráticos sufrían los efectos de la Gran Depresión durante la década de los treinta, muchos políticos e intelectuales de Occidente admiraban el éxito económico de la economía planificada de la Unión Soviética dirigida por Joseph Stalin. Años después se supo que las cifras de crecimiento económico de la Unión Soviética habían sido infladas, que el crecimiento había sido sustentado por trabajo forzado de un millón de ciudadanos recluidos en campos de trabajo (gulags), y que la industrialización acelerada tuvo como contrapartida una caída drástica en el consumo de la población. De hecho, la hambruna ocurrida en Ucrania en 1931, que provocó la muerte de millones de personas, fue un secreto bien guardado por años. Fue hasta finales de los cuarenta cuando aparecieron en el mundo occidental las críticas al régimen de Stalin. El famoso escritor George Orwell, quien conoció desde dentro la realidad del stalinismo al haber luchado con las Brigadas Internacionales durante la Guerra Civil Española, publicó su famoso libro Granja de animales (Animal farm), donde critica de manera metafórica al Comunismo Soviético y su supuesta igualdad y justicia.

En la época de la Posguerra y la Guerra Fría parecía que el comunismo soviético contaba con una economía muy sólida. Sin embargo, la intervención del gobierno en la producción a través de los ‘Planes Quinquenales’ y la planificación económica, fue sumamente ineficiente, teniendo que implementar el racionamiento de bienes de consumo ante la escasez de estos. La gente en Moscú, cuya única válvula de escape ante la represión política era la ironía, decía que la ‘libertad’ en el régimen soviético consistía en tener la posibilidad de formarse en otra fila para poder obtener bienes básicos; una situación muy similar a la que vive Venezuela en estos días. 

Después de años de carrera armamentista contra Estados Unidos, el bloque comunista integrado por la Unión Soviética y sus países satélites se fue rezagando respecto a los países occidentales. La única manera de mantener niveles de consumo razonables era a través del endeudamiento, lo que era insostenible. En la década de los ochenta cuando el precio del petróleo se desplomó, la economía comunista no pudo ocultar su ineficacia por más tiempo y el derrumbe se hizo evidente. La primera víctima fue Alemania Oriental que prácticamente quebró en el año de 1989. En pocos años el bloque comunista en Europa Oriental se fue desmoronando.

Las políticas, que ignoran los principios económicos básicos y que podemos denominar como ‘Economía Ficción’, terminan en fracasos económicos estrepitosos. Finalizo la primera parte de este artículo con una frase de Henry Morgenthau, Ministro del Tesoro de Roosevelt, quien muy decaído declaró en 1937 (después de siete años de depresión económica): “Hemos gastado más que nunca y no funciona; tenemos el mismo nivel de desempleo”.

Fuente: artículo publicado en El Economista, el 11 de abril de 2018.

En la primera parte de este artículo, mencioné algunos de los graves errores de política económica que buscando acelerar el crecimiento económico y la distribución del ingreso, terminaron agravando la inflación o el desempleo. Comenté sobre la Hiperinflación alemana de los veinte, los errores cometidos durante la Crisis del 29, y los factores que provocaron que una crisis financiera se convirtiera en una depresión económica durante los treinta, así como las graves distorsiones de la economía soviética durante la época de Stalin, y la caída del bloque comunista varias décadas después.

 Algo similar sucedió en China en 1958 cuando Mao Tse Tung implementó una política de industrialización acelerada que él llamó ‘El Gran Salto Adelante’, donde millones de personas en el campo y en las ciudades pequeñas fueron movilizadas en comunas para producir acero o incrementar la producción agrícola. Sin embargo, el resultado de esta política improvisada y sin fundamento, donde las cifras fueron manipuladas por miedo a la autoridad, fue que la fuerza laboral se desperdiciara en obras inútiles, lo que provocó una hambruna que causó la muerte por inanición de millones de personas.

El uso de la ‘Economía Ficción’ y su falta de congruencia con la realidad económica, no es privativo de los regímenes de izquierda. Alemania bajo el Nacionalsocialismo que inició en 1933, logró que después de años de elevado desempleo, el PIB creciera un 6.2 por ciento en 1936. Sin embargo, como lo señala Adam Tooze en su libro The Wages of Destruction, la mayor parte del crecimiento provenía de la producción de armamento (lo que violaba abiertamente el Tratado de Versalles), mientras que los bienes de consumo escaseaban. La recuperación económica no fue el milagro que los propagandistas nazis hacían creer, ya que la situación económica del régimen no era sostenible por mucho tiempo; el ineficiente sector agrícola y la falta de exportaciones, ante una moneda poco competitiva, llevaron a Alemania a la moratoria de la deuda externa en 1934. El Ministro de Hacienda, Hjalmaar Schajt (cuya reputación en los veinte como excelente gobernador del Banco Central alemán fue oscurecida por su afiliación al Nazismo en los treinta) fue reemplazado por Hermann Goering, quien siguiendo al pie de la letra el lema de Hitler “Cañones en vez de mantequilla”, armó a Alemania sin darle importancia a la caída en el consumo de la población. Los trabajadores alemanes que finalmente habían encontrado trabajo después de la Gran Depresión, contemplaban al régimen totalitario nazi con una mezcla de gratitud, complicidad y terror.

La conquista militar y la expropiación de patrimonios de las minorías fueron las respuestas de Alemania ante la falta de viabilidad de su sistema económico. La invasión de Polonia en 1939 y de Francia, los Países Bajos y Noruega en 1940, fue acompañada por la retribución económica, y por la mano de obra gratuita que recibía de los países conquistados. Francia le pagaba a Alemania el equivalente al 28 por ciento de su PIB, Holanda y Bélgica pagaban más del 70 por ciento de sus exportaciones y Noruega pagaba el equivalente a un 33 por ciento de su PIB. Polonia por su parte, trabajaba esclavizada al 100 por ciento para el régimen nazi. Sin embargo, esta solución aparente empezó a dar señales de agotamiento a partir de la Batalla de Stalingrado (1942), cuando Alemania empezó a detener su avance y a perder los territorios conquistados, siendo derrotada en 1945. Sobra decir que la derrota en la Segunda Guerra Mundial dejó a Alemania devastada, y que la política económica alemana de esa época resultó ser pura ‘Economía Ficción’.

América Latina ha tenido su buena dosis de populismo económico y ‘Economía Ficción’. Argentina a finales del siglo XIX ya era un exportador importante de lana y cuero. Con las nuevas tecnologías en comunicaciones, transportes y refrigeración, se convirtió a principios del siglo XX, en el principal exportador de granos y carne congelada en el mundo. Millones de inmigrantes llegaron de Europa trayendo trabajo calificado, mientras que la ciudad de Buenos Aires se conformaba como una de las ciudades más elegantes del mundo. El futuro parecía muy prometedor, sin embargo, las siguientes décadas se caracterizaron por una caída en el precio de los ‘commodities’ que provocaron una caída en la actividad económica. Lo que siguió fue la agitación sindical, la represión y la toma del poder por parte del Ejército. Los gobiernos de Hipólito Irigoyen (1916-1922 y 1928-1930) y Juan Domingo Perón (1946-1955 y 1973-1974) fueron un ejemplo del populismo económico donde la búsqueda del crecimiento y de la redistribución del ingreso, provocaron incrementos no sostenibles en el déficit público, dando pie a inflaciones muy elevadas. Sebastian Edwards en su conferencia Left behind: Latin America and the false promise of populism, señala lo siguiente: “Invariablemente el populismo macroeconómico comienza con gran euforia, solo para terminar con una inflación acelerada, un desempleo más alto y salarios más bajos. Una y otra vez estas políticas fracasan, dañando a aquellos grupos (los pobres y la clase media) a los que buscan favorecer”.

México también ha tenido errores graves de política económica. A principios de los setenta se decidió romper con el Desarrollo Estabilizador. Este modelo económico implementado de 1954 a 1972, se caracterizó por una política fiscal muy disciplinada y una política industrial orientada al mercado interno, donde la sustitución de importaciones era un factor clave. Aun cuando se logró en esta etapa un elevado crecimiento económico con una inflación controlada (3.4 por ciento de crecimiento en el PIB per cápita y 2.2 por ciento de inflación promedio anual), el freno del crecimiento global y los movimientos estudiantiles de 1968, que se dieron en varias partes del mundo, hicieron evidente la necesidad de un ‘modelo menos excluyente’, es decir, un modelo económico que lograra una mejor distribución del ingreso.

Luis Echeverría, quien gobernó de 1970 a 1976, cambió el modelo económico con el propósito de mejorar la distribución del ingreso. Sin ninguna experiencia previa en el manejo económico, al inicio de su sexenio designó a los principales directivos de Banco de México y destituyó al Secretario de Hacienda, dejando muy claro que “Las finanzas se manejan desde Los Pinos”. El incremento del gasto público y el aumento en el número de empleados del gobierno federal, provocaron que el déficit presupuestal se disparara y la inflación se acelerara. El final del sexenio de Echeverría estuvo marcado por la desconfianza en el gobierno y en el peso, que se devaluó de 12.50 a 25.48 pesos por dólar, además de una severa contracción en la inversión del sector privado. Aun cuando su sucesor, José López Portillo (1976-1982), inició su mandato con una recuperación de la confianza de la población, apoyada por descubrimientos de importantes reservas de petróleo, el gobierno empezó a gastar de manera desmedida, apostando a que los precios del petróleo continuarían subiendo. El incremento en el déficit presupuestal y en la deuda externa terminaron en una inflación disparada, un peso devaluado, una moratoria de la deuda externa, un control de cambios y la nacionalización de la banca.

 De 1972 a 1982 el déficit presupuestal como proporción del PIB pasó del 3.3 al 19.4 por ciento, la deuda externa como proporción del PIB aumentó del 18.5 al 49.7 por ciento, el tipo de cambio pasó de 12.50 a 98.30 pesos por dólar, la inflación anual pasó de 5.0 a 98.8 por ciento, mientras que el PIB tuvo tasas de crecimiento negativas en 1982 y 1983. México perdió la confianza de inversionistas nacionales y extranjeros. La llamada ‘Década Perdida’ dejó un pesado legado que tuvo un severo impacto durante los años siguientes.

Es muy tentador como líder político de derecha o de izquierda, lanzar un discurso populista donde se promete un elevado crecimiento económico, una reducción en el empleo, una inflación controlada y una mejora en la distribución del ingreso. Es muy tentador otorgar soluciones para todos, sin embargo, la historia muestra cómo la ‘Economía Ficción’ y el populismo económico terminan en fracasos estrepitosos. Finalizo con una frase de Michael Lewis en su libro The undoing project, donde analiza la falta de racionalidad en la toma de decisiones: “La gente ignora la lógica cuando se arraiga a una historia”.

Fuente: artículo publicado en El Economista el 7 de mayo de 2018.

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