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Incertidumbre, vértigo y el curioso deseo de caer

Centro Deportivo Israelita, A.C.

//Jonathan Gilbert

Cuando el pueblo vio que Moisés tardaba en bajar del monte, la gente se congregó alrededor de Aarón, y le dijeron: Levántate y haznos un dios (el becerro de oro) que vaya delante de nosotros; pues a Moisés, el hombre que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido (Shemot 32:1)

La idea de crear un becerro de oro, semanas después de haber presenciado la entrega de la Torá en el monte Sinai, resulta absurda. Todos y cada uno de los presentes había experimentado la presencia de D-os con mayor claridad que la que cualquier profeta posterior alcanzaría. Y aun así, sucumbieron ante tan patética alternativa. ¿Qué explicación se puede dar? Permítanme ejemplificar con una historia.

Un prisionero fue condenado a muerte, y era su última noche antes de enfrentar al pelotón de fusilamiento. De la manera más inesperada, el guardia le hizo una propuesta “puedes enfrentar a tus verdugos o puedes caminar por esa puerta”. “¿Que hay detrás de esa puerta?” preguntó el prisionero. “Horrores indescriptibles”, respondió el guardia. El prisionero eligió el pelotón. Un segundo guardia, recién llegado, le preguntó por los horrores detrás de la puerta. “No hay nada, es la salida” contestó el primer guardia, “pero nunca nadie escoge la salida, prefieren la certeza del fusilamiento que la incertidumbre de esa puerta”.

El ser humano detesta la incertidumbre. Experimentos controlados refieren que una persona prefiere recibir una descarga eléctrica ahora, que una posible descarga más adelante. La expectativa de recibir la descarga resulta mucho menos tolerable que la descarga misma. Preferimos el pelotón de fusilamiento o el becerro de oro antes que una alternativa incierta.

Tal vez la parte más detestable de la incertidumbre sea la ansiedad que la acompaña. A diferencia del miedo asociado a amenazas reales y concretas, la ansiedad anida en la expectativa de posibles catástrofes. La ansiedad corroe y recorremos grandes distancias para evitarla, incluso en contra de nuestro mejor interés.

Según Milán Kundera, el vértigo no es el miedo a la caída sino el miedo que sentimos ante el deseo de caer. Caer y sucumbir son realidades, escapes de la angustia provocada por la ansiedad y la incertidumbre. Cuanto más alto uno se eleva, la caída esperada es más fuerte. Por ello, precipitar la caída es una oscura solución que nos atrae tanto. El autosaboteo es el triunfo de la certidumbre del fracaso ante un éxito incierto.

Hemos desarrollado costosos y sofisticados sistemas para minimizar la incertidumbre, ya sea prediciendo el clima, los movimientos en la bolsa de valores o los resultados electorales. Mitigamos nuestra ansiedad con pólizas de seguro, revisiones médicas y planes de contingencia. El beneficio de estas medidas es indudable, pero llevan implícitas las fantasías de que podemos vivir una vida libre de imprevistos. Por desgracia, la realidad es inclemente ante dichas fantasías.

Además, la incertidumbre es debilitante. Rav Akiva Tatz asegura que uno sería capaz de atravesar el fuego, si tan solo supiera en qué dirección hacerlo; nada más fatigoso que pensar que se camina en círculos. Desafortunadamente, no tenemos alternativa. Los sabios talmúdicos explican que desde que la primera pareja humana consumió el fruto del conocimiento del bien y del mal, la ambigüedad pasó a ser parte inherente a nuestra especie, el bien y el mal por siempre entrelazados. No es casualidad que nuestros sabios se refieran a este mundo como ‘alma d’sfeika’, el mundo de la duda. Por ello, concluyen nuestros sabios, “no hay mayor alegría que la resolución de la incertidumbre”.

Pero, en su mayoría, la vida sigue siendo irreductiblemente incierta. En diez años podría estar dirigiendo este país o viviendo bajo un puente. Mi abuelo, que en paz descanse, jamás imaginó tener que enfrentar el infierno de Auschwitz. Por mi parte, ni por un instante consideré que el resultado de mi examen de vocación profesional, realizado hace veinte años, tuviera cercanía alguna con la realidad. Pero la vida nos da sorpresas.

Afortunadamente, no toda incertidumbre genera ansiedad, y los seres humanos podemos aprender a convivir e incluso disfrutar de la misma. Cuando, por error, conocemos el final de un libro o el contenido de un regalo antes de su debido tiempo, sentimos decepción. La emoción de no saber es energizante. Con un poco de esfuerzo, es posible transformar ansiedad en curiosidad y excitación. ¿Qué tiene la vida preparada para mí? ¿Encontraré pareja? ¿Tendré hijos? ¿Viviré en distintos lugares? La vida es una aventura, y es mejor que aprendamos a verla como tal.

Por cierto, ¿cuál fue el resultado del examen vocacional mencionado?, ministro de culto.

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